A tiras y embadurnada
(Del libro Tablero) "y ahora alumbra tu oficio
con su silencio fugitivo,
en son sereno como de agua a mediodía."
Claudio Rodríguez
¡Que Catarina ésa, la Fagunda! No se lo creería ni Dios.
Decían los marineros que iban a verle los tersos muslos
¡que hembra, cómo arponea la bestia, menudas ancas
pero que pobres brazos!, ¿cómo es posible tanta fuerza?
Ballenas surcan los mares de Terranova,
ahí va la hija de Joao, arpón de la casa Álvarez Fagundes,
mano tibia y púber, de casi niña,
hasta que entierra dura, y el lomo sangra…
Dicen que la ballena herida se hunde
mientras se desangra muy despacio
que sale varias veces a respirar,
y que el soplo es tenebroso.
Sola entre mozos, embadurnada de aquella sangraza
con manteca, dentro de una chalupa que se bandea
y se va a pique. Toda vida de mar es sin garante, dice el padre,
y lo sabe pues está a punto de sucumbir en un charco rojo.
La Fagunda cierra los ojos, entierra más,
piensa en los tres hijos que un día tendrá,
en cuántas bocas pueden comer de una tira de carne,
en el aceite de la cámara que necesita más lumbre,
en su padre que viaja de punta a punta
del océano fundando islas con su nombre.
Cierra los ojos porque sabe que la derrota
es del que suelte el arpón
esta vez no será ella, se dice, a oscuras…
sola con la voz de un poeta del que le separan siglos.
Como soplo de ballena, indescifrable
vuela en el tiempo el mejor consejo
a la niña asustada que todavía es:
"Y no mires al mar porque todo lo sabe
cuando llega la hora”.
Astro jodedor
Para Alejandro Fonseca, in memoriam.
Y ahora, ponte el sextante al lomo
que no te faltarán constelaciones.
Puesto a catalogar
no te querrás perder,
agarra brújula y azafea
y llévate una caneca
de aquello, por si acaso.
Sé que no puedes ni nombrarlo,
pero un día es un día.
Date el buche y pa’abajo.
Anonimemos eso.
Te advierto: las estrellas son novias
curiosas desde su propio azoro ante la nada.
Qué haces aquí y por cuánto tiempo
estarás, qué fue lo que te trajo,
caramba, cómo fue que caíste. En fin,
ese tipo de cosas que una estrella pregunta.
Tú no abras boca y contempla,
déjalas, feliz, inquisitarte el alma.
Sin prisa, enfoca el equatorium,
presume por vez primera de astrolabio,
sácales de remate un buen torquetum
despampanante y en desuso,
pa’ que sufran, bellezas.
Total, Galileo y el telescopio
se mueven ya patentados.
¡Ah! pero en eso de divisar
los golpes en la sombra, el cielo amplio,
el tiempo deslumbrado y tu ínsula
(de dónde va a ser) del Cosmos Barataria,
no te ganará nadie la pelea,
viejo poeta socarrón,
astro jodedor maldito,
hoy por la estela
de ti mismo
rejuvenecido.