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Paulina Vinderman: Sueño con un bosque pintado sobre una pared



13



Sueño con un bosque pintado sobre una pared,
que retrocede a mi paso como si me llamara
No tengo miedo ni inquietud,
tampoco esperanza de una epifanía.
Es un bosque de lengas.
Una enorme haya se destaca, impresa en
la oscuridad como una advertencia.
El silencio es tan grande como el haya,
fuerte y arduo.
Es una respuesta -lo sé- una respuesta
opaca, incomprensible.
Por eso alumbra, por eso cuando despierte,
mis dedos estarán llenos de un lenguaje extraviado
que deberé conducir como una vela
que se agita por última vez
en la habitación iluminada por el día.



4



Si el mundo me invita a un café esta mañana
podré sobrevivir.
Después de todo, nadie más que el viento
me trajo hasta aquí. El viento y la locura
de hablarle en voz alta, sin pedirles pcrmiso
a los dioses de arena.
"No amé a quienes amé lo suficiente".
(tan sólo con reconocerlo podría regresar.)
El exilio es una perla barroca
pero el destierro un túmulo orgulloso de sus frases inconclusas.
Las hojas del banano le dan una desganada frescura
a mi rincón (a mi mirada).
Veo a la vida como algo desenfocado y hermoso.
Un bosque que susurra,
sólo hay que esforzarce por escuchar.

"no amé a quienes amé...": Derek Walcott.




Poeta Paulina Vinderman junto a una lámpara
De: "Tocar el cielo oscuro, Poesía reunida", Alción Editora

Otros poemas de PAULINA VINDERMANaquí
Enlaces: Murray Magazine | Paulina Vinderman |A media voz










Paulina Vinderman






5)







Ahora, tarde en la tarde, marzo sonará en la

palabra púrpura, al borde de la métrica,

inclinada en su terraplén.

Escribo dentro de un grabado mientras la palmera

izquierda (la pequeña) espera su salud perdida

y el encanto del cielo sobre sus nuevas hojas:

un mosquitero de encaje.



Mi mente está calma como un lago

escuchando la voz del hombre que anoche

en mi sueño me preguntaba por las constelaciones.



¿Era ésa la voz del lenguaje?

¿Por qué rompí mi poema del tiburón?



Si viene la lluvia será un exilio, un intervalo

en el teatro de mi pobre, pálida memoria.

Montañas azules, pueblos silenciosos, cardos al sol,

palomos que arrullan las siestas y un humo (¿la voz?)

en la carretera.








9)






Invento el jardín que no tuve y me fotografío

bajo un toldo de cielo.

Cuando menos lo espere, la palabra jardín

me abandonará, y volveré a mis pueblos con

calles de tierra y corazón dorado.




Me dedico a barrer sombras alargadas como cangrejos

                                                                  raros,

sombras de siglos en ciudades inquisidoras, dulcemente

hostiles a mi curiosidad y a mis robos.

¿Robar para el poema, no para la corona, tendrá perdón?




Hasta que la luna salga en mi búsqueda

le quito Groenlandia a los daneses y escribo

en esta página una carta al viejo Erik el Rojo.

En borrador, sobre mi río y mis piedras, mi canción

y mi Sur. Y las tribus diezmadas, y una oscura

mancha de petróleo sobre la palabra justicia







10)







El hombre de maíz diría que el espíritu de

la palmera enferma se adueñó de mí.

Y que debo dedicarle la nube del próximo poema

en que aparezca la palabra nube.




Le pregunto por la tristeza.




Dice que debo acomodarme al viento de la vida.




Y que le cante en rima a mi raíz.




Porque a la suya —la de la palmera— le cantará

la tierra, la cobijará como me cobija el día que se va,

página a página, cobalto sobre blanco, como el recuerdo

de esa foto mojada por la lluvia que cerró el incendio.





Paulina Vinderman (1944, Buenos Aires, Argentina)

De: "Bote negro", Alción Editora, 2010




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