Mostrando las entradas con la etiqueta Pablo Anadón. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Pablo Anadón. Mostrar todas las entradas

Pablo Anadón: sobre un episodio de la vida de Rudyard Kipling

Rudyard Kipling


Termino de ver la hermosa y terrible película "My boy Jack", sobre un episodio de la vida de Rudyard Kipling y su familia, cuando el hijo mayor, John, de 17 años, decide alistarse como voluntario en el ejército, impulsado en parte por su padre y los principios heroicos y nacionalistas de su padre, y en parte por su deseo de alejarse de la atmósfera "oscura y depresiva" (al decir de la hermana menor de John, Bird) de la casa familiar. Kipling, por su prestigio y su influencia en los altos mandos, logra que su hijo sea enrolado, a pesar de haber sido exceptuado por la edad y por ser corto de vista. Es ascendido a teniente y enviado a Francia, donde apenas llegado participa en la batalla de Loos, del 25/28 de septiembre de 1915, en la que es herido y declarado desaparecido. Los padres hacen todo lo posible para dar con su paradero, hasta que un soldado que estaba a sus órdenes y que participó a su lado en la ofensiva británica, los visita para contarles lo que vio en la sangrienta refriega, en la que murieron 50.000 soldados ingleses e irlandeses y aproximadamente 25.000 soldados alemanes (en ella murió el jovencísimo poeta británico Charles Sorley (1895-1915), y el escritor Robert Graves, también miembro del ejército británico, sobrevivió y describió en su autobiografía la batalla). Se atribuye a este episodio trágico el origen del conocido poema de Kipling "My boy Jack", con el que concluye la película:


"Have you news of my boy Jack?”

Not this tide.
“When d’you think that he’ll come back?”
Not with this wind blowing, and this tide.

“Has any one else had word of him?”
Not this tide.
For what is sunk will hardly swim,
Not with this wind blowing, and this tide.

“Oh, dear, what comfort can I find?”
None this tide,
Nor any tide,
Except he did not shame his kind —
Not even with that wind blowing, and that tide.

Then hold your head up all the more,
This tide,
And every tide;
Because he was the son you bore,
And gave to that wind blowing and that tide!



Mi hijo Jack



“¿Tienen noticias de mi hijo Jack?”
No con esta marea.
“¿Y cuándo piensan que regresará?”
No con tal viento ni con tal marea.

“¿Una palabra suya alguien tendrá?”
No con esta marea.
Porque lo hundido no puede nadar,
No con tal viento ni con tal marea.

“Oh querida, ¿un consuelo podré hallar?”
No con esta marea,
Con ninguna marea,
Salvo que a nuestra sangre supo honrar —
Incluso con tal viento y tal marea.

Alza, pues, la cabeza cuanto puedas,
Aun con esta marea,
Y con cualquier marea;
Porque él fue el hijo al que le diste aliento,
Y entregaste a este viento, a esta marea.


RUDYARD KIPLING (1865, Bombay, India Británica /1936, Londres, Gran Bretaña)
Imagen: vozpopuli

Pablo Anadón: Apuntes de viajes (Córdoba - Ranchos, 17-VI-16)

I. De pronto, ya en la provincia de Buenos Aires, al levantar la vista de la ruta, sobre la llanura que doraba ―literalmente― el sol de la tarde, una luna traslúcida, espectral, en el cielo aún azul, tan hermosa que casi daba pena. II. Las vacas en los campos, pastando apacible, resignadamente, y las vacas encerradas en el acoplado de un camión, mirando a través de las rendijas. Increíblemente, sólo ahora he recordado el poema “Tren de ganado” de Horacio Castillo: 



“Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.  
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?  
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.  
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia  
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.  
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.  
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.  
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres  
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.  
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.  
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,  
hablaba por todos los destinados al sacrificio.  
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.  
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?” 


III. Sensación, a menudo, de ternura (no se me ocurre ahora otra palabra más exacta o expresiva), ante el paisaje, la llanura infinita, los árboles en fila a los costados de un camino que lleva a una casa, la luz del sol sobre toda la extensión del campo, la luna llena apareciendo y reapareciendo al frente y a la izquierda de la ruta, sobre las ramas ocres o verdinegras de invierno ―sensación semejante, tal vez, a aquélla de la que habrán surgido las palabras de Wilcock, que volvieron a menudo a mi memoria durante el viaje: “los campos de una incógnita Argentina / inexpresablemente espiritual.” 

Fuente; fb de  Pablo Anadón
Imagen: cainabella.blogspot.com

Pablo Anadón

Pablo Anadón

Las tres de la mañana



A esta hora —las tres de la mañana— 
la vida pareciera suspendida, 
ausente, silenciosa, entre paréntesis, 
ovillada en sí misma, adormecida, 
como la gata en el sillón del living. 

No hay trámites que hacer, no hay constricciones 
de la existencia en sociedad, llamadas 
telefónicas, médicos, visitas, 
compras, y sobre todo, decisiones 
que tomar: ya mañana se verá. 

En estas horas, solo bajo el círculo 
que la lámpara crea alrededor 
de mí, yo soy feliz, a mi manera: 
me basta un libro, un poco de tabaco, 
un poco de ginebra, una libreta 

y esta plateada lapicera, que ella 
me regaló, cuando era de verdad 
feliz, de otra manera, a la manera 
solitaria también, cuando se ama. 
¿Volveré a ser feliz de esa manera? 

Quién lo puede saber, que es el amor 
igual que la llegada de un poema: 
un día, casi sin querer, estamos 
escribiendo palabras que nos dejan 
desnudos, indefensos, abrazados 

a una promesa de felicidad, 
que según Stendhal es la belleza, 
y es el amor, y es la poesía, y es 
la vida en esa extraña plenitud, 
todo el dolor y toda la alegría 

si unos ojos nos miran o nos dejan 
de mirar —y oscurecen o iluminan
el mundo—, si una boca se contrae 
en un pliegue indeciso entre el desdén
y una sonrisa que detiene el tiempo.

Sí, en eso la poesía y el amor 
se parecen: que llegan cuando quieren 
—como el pájaro en lo alto de la rama 
del fresno esta mañana, y parte lejos 
mientras la rama tiembla todavía—, 

Y dan al transcurrir indiferente 
de los días la forma de un sentido, 
enigmático aún, reconocible, 
sin embargo, como una epifanía 
de lo que somos, lo que no sabíamos 

que éramos. Al fin, esa promesa 
de dicha ya es la dicha, hecha palabra, 
amor que nos redime del dolor 
de toda nuestra vida: forma pura 
donde dos soledades se reúnen 

en un abrazo lento, en la lectura, 
un instante que pide eternidad. 
Decía, pues, que en estas horas, es 
cuando estoy más en paz conmigo mismo. 
Ya no sé si la noche es la metáfora 

de la muerte o la vida: en ella aprendo 
a ser ése que soy, sí, “pobre cosa 
—vuelve con las palabras lo vivido—
que transfigura a veces la poesía”. 
Mañana —es decir, hoy— será otro día.


Otros poemas de PABLO ANADÓN, aquí

Imagen: www.diariosumario.com.ar

Pablo Anadón: una anotación

Anoche me quedé sentado en el patio de ladrillos, fumando y tomando en silencio y observando, sobre la línea de los techos y los tanques de agua, la luna llena. Fui siguiendo su lentísimo ascenso. En un tiempo, estando lejos, cada uno en su ciudad, sabíamos que el otro la miraba y eso calmaba un poco la melancolía de la ausencia. Parece una tontería, seguramente lo es, pero era una tontería, al fin de cuentas, hermosa, y eficaz como remedio para la nostalgia. Lo mismo hacían mis abuelos, según me cuentan, pero con una estrella, que los dos miraban a una misma hora convenida. Recordaba esto y pensaba que no hay caso, contra toda artimaña, siempre llega la noche en que la luna ya no es más que la luna, o cuanto más esa vieja metáfora de la poesía persa, que recordaba Borges: “cristal de soledad”, “espejo del pasado”. Así me adormecí y me desperté a las cinco de la mañana, con la cabeza todavía levantada, el cuello dolorido y la luna desaparecida detrás de la tapia.

A partir de los comentarios en Facebook que coinciden en señalar que el texto de arriba, de alguna manera, es un poema camuflado en una nota, Pablo Anadón sugiere aclarar su procedencia, "que no pretendía ser un poema, sino sólo una anotación en prosa vil"  

Imagen:  Facebook

Pablo Anadón


La luz    

              …más luz…   
                            Goethe 

La luz del sol, la luz al mediodía 
En el cielo celeste, casi blanco, 
Cruzado por el grito de unos loros 
Y el planear en descenso 
De una paloma sobre la palmera. 

Heme aquí, paladeando estas palabras
Como sorbos del agua más dulce y transparente,
Dejándolas fluir a la garganta
Y a la blancura del papel
Como un hombre que pide más luz a las ventanas
Cuando la luz se va ya de sus ojos. 


Regreso a oscuras



Por la noche, regresa
Tambaleando a su cama.
A oscuras va tanteando
Con las manos delante, como un ciego,
Paredes, muebles, llaves
De luz, que va prendiendo y apagando,
Como si todo eso no estuviera
Todavía grabado en su memoria.
Da finalmente con las sábanas
Blancas, fragantes de jabón en polvo,
Y se desliza junto al cuerpo tibio
De la mujer dormida. Y se abandona,
Libre de ser ese que ha sido,
Y reclina su sien sobre la almohada
Sin fin del universo. 

PABLO ANADÓN (1963, Villa Dolores, Provincia de Córdoba, Argentina. Reside en Alta Gracia, Córdoba)
Fuente: http://hablardepoesia.com.ar/tapa/numero-22/

Designed by OddThemes | Distributed by Blogger Template Redesigned by PRD