Pablo Anadón | El poeta ocasional

Pablo Anadón

Pablo Anadón

Las tres de la mañana



A esta hora —las tres de la mañana— 
la vida pareciera suspendida, 
ausente, silenciosa, entre paréntesis, 
ovillada en sí misma, adormecida, 
como la gata en el sillón del living. 

No hay trámites que hacer, no hay constricciones 
de la existencia en sociedad, llamadas 
telefónicas, médicos, visitas, 
compras, y sobre todo, decisiones 
que tomar: ya mañana se verá. 

En estas horas, solo bajo el círculo 
que la lámpara crea alrededor 
de mí, yo soy feliz, a mi manera: 
me basta un libro, un poco de tabaco, 
un poco de ginebra, una libreta 

y esta plateada lapicera, que ella 
me regaló, cuando era de verdad 
feliz, de otra manera, a la manera 
solitaria también, cuando se ama. 
¿Volveré a ser feliz de esa manera? 

Quién lo puede saber, que es el amor 
igual que la llegada de un poema: 
un día, casi sin querer, estamos 
escribiendo palabras que nos dejan 
desnudos, indefensos, abrazados 

a una promesa de felicidad, 
que según Stendhal es la belleza, 
y es el amor, y es la poesía, y es 
la vida en esa extraña plenitud, 
todo el dolor y toda la alegría 

si unos ojos nos miran o nos dejan 
de mirar —y oscurecen o iluminan
el mundo—, si una boca se contrae 
en un pliegue indeciso entre el desdén
y una sonrisa que detiene el tiempo.

Sí, en eso la poesía y el amor 
se parecen: que llegan cuando quieren 
—como el pájaro en lo alto de la rama 
del fresno esta mañana, y parte lejos 
mientras la rama tiembla todavía—, 

Y dan al transcurrir indiferente 
de los días la forma de un sentido, 
enigmático aún, reconocible, 
sin embargo, como una epifanía 
de lo que somos, lo que no sabíamos 

que éramos. Al fin, esa promesa 
de dicha ya es la dicha, hecha palabra, 
amor que nos redime del dolor 
de toda nuestra vida: forma pura 
donde dos soledades se reúnen 

en un abrazo lento, en la lectura, 
un instante que pide eternidad. 
Decía, pues, que en estas horas, es 
cuando estoy más en paz conmigo mismo. 
Ya no sé si la noche es la metáfora 

de la muerte o la vida: en ella aprendo 
a ser ése que soy, sí, “pobre cosa 
—vuelve con las palabras lo vivido—
que transfigura a veces la poesía”. 
Mañana —es decir, hoy— será otro día.


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Imagen: www.diariosumario.com.ar

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