De donde vienen las palabras
hay un estanque grande como la noche misma.
En eso quizá pienses mientras te vas alejando
atolondrada, casi sin poder hablar
de la sucesión de voces
colores y formas que ha resultado ser tu vida
y seguramente
algunos muertos han venido a traerte sus mensajes
frases inconexas que marean hasta la naúsea
en el vaivén de los meses, grises
alertas a cualquier cambio en la coloración de la piel.
Tranquila, boca arriba
no ves la hora de sumergirte en el estanque
inmenso de la noche.
Ahora somos distintas lagunas
ni tan verdes, ni llenas de flores
y apenas cuchicheamos
si el viento lo permite, sobre lo triste del agua
que no tiene huellas en ningún lugar.
Lo que nadie dice es que uno puede
si quiere, verla llegar
con solo prestar un poco de atención
y enseguida advertir el aleteo, la suspensión
del tiempo, detenido en frágiles segundos como el hielo
que se mete entre la ropa y brilla
adherido a la piel, tensándola.
Nadie dice que eso no se presiente, ni se percibe
como una crecida anunciada
por el aire hinchado y las flores desprendiéndose
de todo el color que pueden contener,
hasta que un día se aprende
que uno puede mirarla a los ojos, casi tocar
sus músculos- tersos músculos de estatua-
siempre joven, sin poder hablar
apenas imaginar la nieve derretida formando charcos
en el campo, los huecos que esa nieve
va a dejar en la tierra seca del otoño
los yuyos, creciendo en racimos
solitarios a la buena del viento y a lo lejos
ceniza que viene, nubes enteras de polvo negro, inerte
cubriendo lo que queda de cielo, y mas allá.
MARTÍN VÁZQUEZ GRILLÉ (1976, Buenos Aires, Argentina)
De: www.plebella.com.ar
Imagen: elmuchachodeloshelados.blogspot.com