Silencio y después
La mujer del vestíbulo en la calle
del ruido
ríe
desafiante
confiándose a la noche
como si poco importara el dolor
¡Ay si supiera!
Lo que duele suele tener
ese aroma
dulce
a tanta vida
Una fracción de segundo
estelar
arrítmica
inmensa y solitaria
es todo lo que hace falta
para comenzar
de nuevo.
Hay algo del silencio que
me atrapa:
me resulta auténtico.
Raíces en el claro
Todo lo que veo, son
pájaros.
La liebre de fuego guía la búsqueda.
Huye, escurridiza, flamea
amarilla roja
naranja en la llanura.
Pájaros atontados,
adobados en hollín.
Ya no vuelan, trepan
mesetas,
encandilan lo claro.
Están los solitarios,
recluidos mudos,
no pueden con el mundo.
Algunos pocos, son
pájaros de luz.
La cama siempre es París
Primer acto:
La transitada historia de la piel,
el sudor del sol, las sábanas mojadas
y su memoria a prueba de balas.
El aroma libertad,
la brisa por la ventana
cosquilleando espaldas,
los gemidos como propuestas,
el horizonte ya y un zumbar de estrellas
para ladear la finitud.
Fuera del tiempo:
Los ojos en estado de abrazo,
masticando los hermosos restos,
respirando la levedad del cuello,
un pie trepa otro pie, la pierna trenza.
Arrancada la piel del amado atajos
a tajos reedificando el aliento;
lucido lumbre del roce.
Espanto de la quietud.
La melodía del silencio:
un sueño lúcido.
Lucio L. Madariaga (1985, Buenos Aires, Argentina)
Imagen: El vendedor de la tierra