Yo era un cuadro
Tenía dieciocho;
era un zahorí de los rápidos
en los años de la insolación:
enero del 73, los socialistas cátaros,
primavera en mayo,
de la plaza a Villa Martelli en el 111.
Fábrica tomada.
El Iluminismo revolucionario:
el agite, la hablada, el piquete, la toma:
sinestesia de la época,
imagen sin sonido.
Yo era un cuadro,
un zahorí del voluntarismo radiante,
del qué hacer
en el bazar de la revolución.
Cuarenta y seis años después,
el dorado viejo del sol
a orillas del Uruguay
trae
imagen sin sonido, cuerpo sin conciencia,
“mi pobreza e intransigencia,
mi canción de juventud.”
Una educación sentimental.
En el viejo Clínicas, Kovacci explica el signo:
de dos caras, como el villano,
arbitrario en su carcasa
como la flor,
y el relumbrón del concepto,
claro y distinto en la bóveda interior.
La sincronía es la comunidad organizada de los signos.
Como la telaraña del tiempo,
los anillos del tronco
se leen una vez talado el árbol.
Un pliegue, un surco, una muesca
un pliegue, un ala, un pliegue.
Lo supe antes de Shklovski:
en el principio está el extrañamiento.
Por eso el viento, desde el río, ahora.
El tiempo, se fuga
en sonido sin imagen.
No hay fotos de entonces.
Por seguridad,
tal vez,
por escasez de recursos.
Yo era un cuadro,
todavía vivo.
En un baño de la época,
la lengua muerta:
Montoneri montoneri milites peronis sunt
De: "Yo era un cuadro", Bajo la luna, 2022