Limpio
Mi casa es mía:
la elección de menú,
la radio y la televisión,
el deslustrado suelo,
las sábanas arrugadas.
Es como estar dentro
de un buró. Yo no tengo
una asistenta que cuide
de mí. Algunas veces,
durante el desayuno,
hablo francés con
un reyezuelo disecado.
No hay conflictos
entre nosotros. Escuchamos
unas palabras grabadas:
Viens-tu du ciel profound?
Siempre escucho un breve oratorio
dentro de mi cabeza. Las polillas
se han llevado las alfombras
como invisibles costaleros.
Me gusta la invisibilidad,
excepto la de los poderosos rayos
de la resuelta luna. Algunas noches
pregunto a su palidez: ¿Estaré bien?
Me encuentro débil e improductivo esta noche,
como un cacho de carne con ojos,
pero por la mañana soy optimista de nuevo,
como un copo de nieve que ha viajado
muchas millas durante muchos años
para ser admirado sobre el cristal de la cocina.
Solo, engullo
y defeco y orino
y grito. Por favor, no me despiertes
de este sueño,
hago la comida con cosas
humildes —boniatos,
un tarro de mermelada,
una botella de sauvignon blanco.
Hoy, vi una señal
en mayúsculas de LIMPIO
y pensé. Todos nosotros tenemos
momentos que preferiríamos mantener
en secreto en los que nos dejamos
arrastrar por un remolino.
El pequeño reyezuelo posado sobre mis
dedos no pesa casi nada,
solamente uñas y pico. Pero
me da pequeños momentos
—aquí, en la mesa de la cocina—
como un afinado coro
canturreando algunas veces
sobre el amor o sobre
el desamor, una circunstancia
que hace bizquear y enfermar
si pienso demasiado en ello.
¿Qué soy sino ésta dúctil
sintaxis, imagen y sonido
en los cuales mi corazón, no
aislado todavía, sigue
latiendo?
Traducción: Carlos Alcorta
Fuente: Carlos AlcortaImagen: magnetmagazine.com