I
¿Arrojaste alguna vez una piedra
sobre un espejo de agua?
Así cayó tu risa
sobre mi antigua voz.
Una refracción de la luz
en el falso diamante
del ser. Eso es todo.
Un espejismo de luz abisal
sobre la superficie astillada del deseo.
Casi con cualquier cosa:
una piedrita tornasolada bajo el agua
entre sus dedos,
un viejo sombrero,
una espada de madera,
una niña crea su poética. Es decir:
se inventa,
y con ella,
algún orden de relaciones
con lo imposible.
Ahora
el agua sublevada
irradia círculos perfectos
propaga la huella
de una huella,
como si algo en la naturaleza
de nuestro encuentro
hubiera estado dispuesto
para que el eco
de tu voz
debiera alejarse
de mi cuerpo
sin dejar de tocarme.
II
Iniciamos la ceremonia del fuego,
el escenario básico del antagonismo:
círculo iluminado contra espesura.
Dialogamos, rememoramos:
urdimos versiones y concesiones,
Toda diferencia se redujo
a este silencio fundamental.
Callemos ahora
que nuestros cuerpos hacen
lo que no sabemos al borde de la noche,
inocentes
de la astucia estructural del lenguaje,
que nos elevará de las cenizas
con el café de la mañana
y nuevas coartadas
para seguir.
III
¿Por qué dejaste huellas frescas en el camino hasta la casa
y diste vuelta la cara,
cuando graznábamos en el jardín
tu hermoso nombre infiel?
¿No nos ungimos acaso
las mudas marcas esclavas
en nuestra piel?
¿No reímos y bebimos noches amargas?
¿No éramos invencibles juntas,
desposeídas?
Poderosas hermanas
éramos tu clan.
Nosotras te dimos la sombra.
Nosotras
forjamos la daga
que tiembla
bajo tu cama.
GUADALUPE AMADEO CALVIÑO (Buenos Aires. Reside en la ciudad de Mendoza, Argentina) Enlace: Metapoesías