A Tal Nitzan
Convenientemente rociado en gasolina
En su garganta anida un fuego triste:
todo cuanto ella diga arderá hasta el cimiento.
Le proponen vivir el resto de sus vidas
en un alegre calabozo de floridos muros ilustrados.
Grandes genios y eminentes doctores
clavaron una espada en su corazón.
Su mirada me advierte:
"Piensa antes de rescatarme".
¿Qué debo hacer? El tiempo vuela y mi cerebro arde.
Alguien acaba de llamar a los bomberos.
Pido un café.
¿Por qué miento?
¿Por qué digo que entiendo
si las palabras zumban como moscas?
¿Por qué creo que puedo traducirla
si de su boca sólo he visto surgir
un humo rojo?
Es el juego habitual del kamikaze solitario,
del amable suicida sonriente:
exhala para mí tu llamarada.
Quiero morir crepitando bajo tu limpio fuego,
achicharrado por una convicción o una broma casual.
Un gesto, un último estertor: yo me hago cargo de la cuenta.
Faltaba más.
Apogeo y caída de Lady Frankenstein
A Fabián Cerezo
A Daniel Katz
Ahora se ha refugiado
para sembrar el terror
entre los jóvenes aldeanos.
(espantosas visiones
de cuerpos desmembrados)
Un ser abyecto y lujurioso,
una abominación.
La culpa es sólo mía.
Sucumbí
ante el dilema clásico:
¿he de librar a su albedrío a ésta,
mi propia criatura?
Resurrecto,
su vacilante espíritu
no supo resistir
el peso de la ambigüedad.
No me guió, para el trazado del conjunto,
un espúreo sentido de lo bello
sino el mero albur de lo existente.
En las turgencias frías, urgencias del saqueo,
no conseguí apartar
(esenciales suturas invisibles)
justas de pecadoras.
Amor mortis rigorque:
la estadística o la química orgánica encendieron
el brillo azul en su mirada.
Hemos logrado, al fin, acorralarla.
Absorta, incoherente frente al fuego,
balbucea en su media lengua:
- Amiga… Amiga…
Yo sólo quiero
ser tu amiga.
Con todo el maquillaje
corrido por las lágrimas
parece, verdaderamente,
un monstruo.
GERARDO LEWIN (1955, Buenos Aires, Argentina)