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Diego Colomba: Envueltos por la bruma nocturna de la pampa

La pampa

Poetas que regresan a la patria de la infancia     




Los transnochados que nos invitaron nos dan las 
buenas nueva: no habrá, en breve, viáticos, a raíz de 
una serie de rencillas intestinas, y en el único hotel 
disponible ya no hay plazas vacantes. ¿Puede la crasa 
realidad local hacernos mella? Hablaremos 
positivamente - incluso con afecto -, a lo lardo del 
día, de todo lo que crece en nuestra íntima geografía: 
plantas, animales y seres humanos. Con la caída del 
sol, una señora que confiesa haber conocido a papá en 
su juventud reconoce que soy muy parecido, pero 
advierte que él era más alto. La contradigo, 
sonriendo, argumentando que yo era un centímetro
más alto que papá. Mido un metro ochenta y seis
centímetros. Pero la señora, con gesto de
desaprobación, prefiere dar por terminada nuestra
charla. Leemos, finalmente, nuestras cositas, para
estudiantes secundarios que bostezan, custodiados

por sus profesores de Lengua y Literatura. Mientras
comemos, poco después, un choripán, envueltos por
la bruma nocturna de la pampa, imaginamos factibles
maneras de volver a nuestras vidas. Que no se nos
juzgue mal. Nosotros solo vinimos a devolverle al
pueblo la memoria poética que le pertenece.





De: "Los poetas que regresan a la patria de la infancia", Barnacle, 2021
Otros poemas de DIEGO COLOMBA, aquí   


Diego Colomba: El lado de la sombra

Diego Colomba

En el fondo una metáfora no es una analogía 




Nadie más
que yo
veía 
caer 
esos copos 
invisibles 
de nieve 
que tornasolaban 
en la tarde

—si papá
los hubiera visto
los habría
señalado
con un dedo—

pero 
lo cierto
es
que caían:

fríos 
y pesados.

Llevábamos
esa nieve
triste
sobre los hombros.

Esa nieve
era
lo único
sagrado
que podríamos
compartir.



Lo habríamos dado todo




Si el teléfono suena al final del día, después de alguna discusión, sabemos que estás vos del otro lado de la línea, fumando y bebiendo de pie frente al espejo. Siempre manejaste bien los tiempos para manipular nuestros afectos. Esta noche, sin embargo, nos encuentra lejos de casa y al alcance de tu mano. Podrías hacer una de tus llamadas. Pedir, sin esa sonrisa de beatitud en el rostro, que alguno de nosotros se ponga en tu lugar.

Una familia decidida


Prospectos ilegibles, frascos pegoteados y tabletas de antibióticos y antifebriles vaciadas a medias se confunden con piezas de bijouterie, perfumes y cremas hidratantes. Ese punto de densidad de nuestro mundo, que la cómoda del dormitorio, iluminada ahora por un rayo de sol, encierra, habla por sí mismo. Estamos dispuestos a matar cualquier tipo de vida que se oponga a la nuestra.



Una tertulia poética




Basta el rincón recién refaccionado de una biblioteca municipal 
para aglutinar a los cursantes del taller de poesía y escritura
que han distribuido prolijamente sillas un largo tablón forrado
donde se ofrecen generosas porciones de bizcochuelo y pastafrola
vasos plásticos cucharitas saquitos de té y café sobrecitos de azúcar.
Es más de lo que se merece un moralista que se ha alejado de casa
con un entusiasmo que raya francamente en la inocencia. 
Ahora debe desgranar frente a un micrófono de pie la espinosa melopea
que en la intimidad de los suyos reconoce como su propia música 
no tan inspirada si se guía por los rostros de las primeras filas 
—tal vez lo suyo se aleje en demasía de las pautas básicas 
de la declamación pública que intentan transmitir en el taller—
en los que incluso advierte algo de decepción si los compara 
con el brío que exhibían al cantar las estrofas del himno nacional 
el fervor con que ahora declaman frente a él valientes versos 
que confiesan sin reparos una clara conciencia de la muerte
y un evidente asombro ante el milagro de existir.

Tanatología


Como quien cuenta a las apuradas la última anécdota 
antes de despedirse una compañera de trabajo se refiere 
sin ambages al estado terminal de su madre
a la prontitud con que su médico de cabecera se ha sacado 
un problema de encima —después de repasar imágenes 
incomprensibles con los anteojos de aumento— telefoneando
ante sus mismas narices a una verdadera eminencia en la materia
el responsable de la biopsia que le practican poco después 
tras un diagnóstico que explique los repetidos ahogos 
y la creciente inapetencia de estos días:
se trata de una perfecta pieza de orfebrería en manos 
de una naturaleza hostil que ha sabido urdir tumores 
como cuentas de un collar alrededor del estómago.
El cirujano aclara que se ha limitado a limpiar 
los intersticios entre una y otra pieza
para hacer de la agonía de su madre un padecimiento 
relativamente más humano.
Mi compañera advierte que —contra lo que uno cree— 
la intervención ha resultado exitosa 
si se considera la falta de dolores o molestias 
como un modo razonable de vivir. 


Liga rosarina




El sol no puede deshacer la escarcha de los pastos:
vas a intentar no resbalarte mientras cruces el baldío.
No hay recogimiento ni intimidad en la intemperie.
Estás solo y los rayos de sol no están hechos para vos
como decía una vieja canción cristiana. Pero, ¿qué padre
—te preguntás— no daría un ojo de la cara por un hijo? 
Pisás los restos de latas los recipientes de cartón aplastados
los plásticos diseminados por el suelo para llegar al alambrado. 
Tu hijo corre y jadea entre muchachos: vos también te sacarías 
el corazón por tu hijo como el borracho que clama a tu lado 
le ruega a su propio hijo que lastime a quien se ha hecho del balón: 
podría ser tu propio hijo el que corre por un campo de arena 
del que la pelota se aleja hacia arriba con violencia 
abriendo un intervalo de silencio que deja oír el desgaste
el sonido sordo de una pelota que no puede 
dejar de caer. 


El tiempo es la única violencia




Los médicos no pueden asignarle propiedad alguna 
al objeto negro y estúpido en que se ha convertido tu hígado 
largamente maltratado y deambulan erráticos por la habitación
compartida de la clínica sindical mirándose desconcertados 
porque parecés una persona normal que se niega a dar señales
de la catástrofe personal que se avecina en el mismo momento
en que un cura pide desde la puerta permiso para pasar 
y conversar con el otro paciente que comparte la habitación 
y al menos se vale de una mascarilla de oxígeno: un alivio 
para todos porque el hombre no ha dejado de gemir 
y vociferar misteriosas frases inspiradas seguramente 
por la morfina: el párroco se sienta en la silla que le ofrecen 
y susurra al oído de un hombre que se confiesa cansado 
de cumplir con sus deberes de enfermo y se arranca la mascarilla
para que sus palabras se comprendan claramente: el enfermo 
le ruega a Dios a través suyo que cumpla su deseo 
de que el tiempo se detenga.


DIEGO COLOMBA (1972, San Nicolás, Buenos Aires, Argentina)

De: "El lado de la sombra", Barnacle, 2020

Es profesor y licenciado en Letras, y doctor en Humanidades y Artes, con mención en
Literatura.
Colaboró con reseñas, notas y entrevistas en el periódico El Eslabón, el diario El ciudadano & La Región, el diario digital Redacción Rosario, en los suplementos " Señales" y “Más” del diario La Capital, la revista Diario de Poesía y en la sección reseñas de Bazar Americano.
Dirigió el sitio web de prensa literaria Letracosmos. Fue uno de los responsables de Salón de Lectura, sección de escritores del banco sonoro Sonidos de Rosario.
Artículos, entrevistas y poemas de su autoría integran diversas antologías. Seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (Córdoba, Editorial Recovecos, 2009).
Publicó Letras de Rock Argentino (Editorial Académica Española, 2011), Baja tensión (Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2012, mención en el Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana 2011), Mesa de novedades. Poesía y narrativa del presente (Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2013, premio obra inédita del Concurso Provincial de Ensayo Juan Álvarez 2012), Desaire (Buenos Aires, En Danza, 2014), Inmemorial (Rosario, Baltasara Editora, 2015), Chispero (Rosario, Libros Silvestres, 2016), El largo aliento (Córdoba, Alción Editora, 2016), La hospitalidad del mundo (Pueblo Esther, Fiesta Ediciones, 2017), Papá trajo a casa un Cuatro Ele (Buenos Aires, Editorial Barnacle, 2018; Mención Honorífica Premio Provincial de Poesía José Pedroni. Obra Editada, 2019), Blanco a la cal (Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2019; Mención Honorífica Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen 2019), Platillos volantes (Rosario, Libros Silvestres, 2019) y El lado de la sombra (Buenos Aires, Barnacle, 2020).Otros poemas de Diego Colomba, aquíEnlaces: Diego Colomba | Círculo de Poesía

Diego Colomba




Poetas argentinos





Puedo dividir (mentalmente) la realidad en varios planos 

si lo deseo sentado en la antesala de una morgue 

hospitalaria donde las enfermeras bromean entre sí 

mientras aguardan la ambulancia que pedimos hace un rato. 

Vos también bromeás narrándome tu última aventura 

porque sos un viejo amigo y te sentís autorizado 

aunque la escena en la que actuamos lleve por nombre

“la muerte golpea nuestra puerta”.

En eso te parecés a estas mismas mujeres que conviven

a diario con los muertos: pero te estaba diciendo que puedo

que estoy en condiciones de festejarte la anécdota 

de buena gana riéndome y palmeándote en el hombro 

(como lo hago) porque no hay nadie de la familia 

merodeando y no me importa lo que piensen unas mujeres desconocidas y sin embargo podría estar llorando 

y soplándome los mocos a conciencia

o discutiendo con los de la administración 

por la dudosa factura que hace poco recogí y pagué 

con plata ajena: cualquier de las opciones sería digna 

de esta luz que no quiere dejar nada en la penumbra.









La tibieza de las chapas 

la fragancia del estiércol 

las partículas de polvo 

que se agitan en el aire 

el ritornelo del agua

y de los tordos

son materia 

poética

del mundo.



Íntima. Extraña.

Desmedida.



Me pregunto:



¿Quién respira?



¿Quién será el inocente

que vendrá a rescatarnos?







Si al momento de lavarme las manos como ordenó 

la enfermera que se queda custodiando la puerta

pienso en la mutación que cada uno de los visitantes 

ha sufrido después de permanecer algún tiempo

en esta gran habitación repleta de camas y biombos 

que voy a recorrer en breve espero que la suerte no me sea esquiva: he visto llorar con mayor o menor grado 

de desconsuelo a una quincena de hombres y mujeres

y no soportaría ver ahora cómo respiran con dificultad 

niños o jóvenes desconocidos. No sería piadoso de mi parte mostrarle el rostro desencajado a quien merece palabras 

de aliento y de ternura. Y en efecto la suerte 

está de mi lado porque en cada una de las camas 

que repaso en mi camino hallo personas viejas 

que han vivido lo suficiente para no sentirse 

defraudadas un tiempo razonable a los ojos 

de un desconocido que no les tiene cariño alguno 

y afortunadamente encarna un papel secundario 

en esta historia de sábanas blancas tubos y mangueras

donde suenan variopintos chillidos de alarma 

y el oxígeno se distribuye

con relativa justicia.









Un artista de provincia busca su propio estilo








Atisba el revoltijo de luces y de sombras que hacen 

esos chicos penitentes que caminan alrededor 

del mástil el director de escuela el único pintor paisajista 

del pueblo que piensa en su última tela  y siente el súbito deseo de terminar con todo: tocar la campana para no tener que buscar a la portera que se encierra en la cocina cuando empieza a apretar el frío revisar las nucas de los varones 

y las trenzas de las mujeres propinar el coscorrón 

que le debe al travieso que se fue ayer antes de hora 

trepándose al tapial del fondo para encaminar de una buena vez sus pasos hacia una casa con olor a encierro y la estufa apagada donde esperan el caballete de campaña y una valija roída con pomos retorcidos y pinceles. Si se apura cuenta todavía con un poco de luz natural para dar las pinceladas finales en el campo mismo donde brota la impresión 

el pajonal del bajo donde cerdos perros galgos y potrillos 

se alimentan de los restos de basura que el pobrerío 

de los ranchos tira a diario mientras mira ondear las aguas poco profundas si la brisa sopla. Sabe que lo que busca 

oscuramente es la expresión en el paisaje una manera 

personal de darle lumbre pero el paisaje cambia 

como su misma alma que no encuentra asidero y lo obliga 

a seguir manchándose los dedos. Esas cavilaciones ocupan su mente cuando camina cargado y se detiene un segundo para contemplar la escena que ya ha plasmado en otro 

cuadro: los árboles sin hojas la paja brava una bandada 

de tordos en el celaje el camino solo.





De: "Papá trajo a casa un cuatro ele", Barnacle, 2018




Diego Colomba (San Nicolás, Santa Fe, 1972) 

Es poeta y crítico literario. Ha colaborado con reseñas, notas y entrevistas en numerosos medios. Seleccionó y prologó Imaginarios Comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (2009). Publicó su tesis de doctorado Letras de Rock Argentino (2011) y el libro de crítica Mesa de novedades. Poesía y narrativa del presente (2013, premio obra inédita del Concurso Provincial de Ensayo Juan Álvarez 2012). En poesía publicó Baja tensión (2012, mención en el Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana 2011), Desaire (2014), Inmemorial (2015), Chispero (2016), El largo aliento (2016) y el ebook La hospitalidad del mundo (2017).



Diego Colomba






Diego Colomba





Papá trajo a casa un Cuatro Ele que le dieron como forma de pago







Y qué si enchispara esta ruina de motor que enchastra el porlan

y explotara ilusionada en la íntima demolición de la tarde

se pregunta con menos lirismo un hombre vacío

que ensaya en la palanca de cambios

disparos sin consecuencias:

seguramente sentiría en la punta de los dedos

el ritmo alternante de una realidad que falla

desaparece y se reanima

en otra parte.







Distancia








Esa anciana
de pelo
recogido
que fuma
sentada
en un tocón
del campo
con las piernas
cruzadas
cara
al viento
que cimbrea
el pastizal
quemado
y se da vuelta
como ausente
es mi madre.






Huérfano







En el desayuno de esta mañana

cambiaste sin decir nada

las galletas, el queso, la infusión acostumbrada

cuando ya me había acostumbrado

a ver en tu cara

el rostro de una mujer

desconocida.








Diego Colomba (1972, San Nicolás, Buenos Aires, Argentina)


Diego Colomba: En la penumbra azul verdosa de los eucaliptus




La ocasión






La ocasión








En la penumbra

azul verdosa

de los eucaliptos

me preguntás

como si fuese

la cosa

más natural

del mundo

si creo

en Dios.



Pero no esperás

que te responda

y tus pies de barro

ahuyentan

las gallinas

que hurgan

la hojarasca

viva

del bosque

se pierden

en el espejo

de agua estanca

que pudre

lentamente

algunos árboles.



Estamos en la zona

de los deseos

cumplidos.



Y no lo sabemos:



ni vos

que acariciás

de espaldas

los racimos

rosados

del pantano



ni yo

que titubeo

descalzo

en la otra

orilla.







Diego Colomba (1972, San Nicolás, Provincia de Buenos Aires. Reside en Rosario, Santa Fe, Argentina)

Fuente: http://www.diegocolomba.com/

Imagen: lacanciondelpais.com.ar

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