METRÓPOLIS
Metrópolis es un cuadro delirante y oscuro, un cuadro oscuro y conmovedor, rojo y negro, parpadeante, un cuadro que pintó Georg Grosz, en Berlín, durante la Gran Guerra.
La Gran Guerra, la guerra del gas mostaza y las hazañas del Barón Rojo.
La guerra de las estatuas conmemorativas en las plazas de los pueblos franceses, las plazas adornadas con flores y placas con nombres de jóvenes que perdieron la vida.
Metrópolis es un libro de Thea von Harbou y una película muda, una película de entreguerras de Fritz Lang, inspirada en el libro de von Harbou.
Una película oscura y conmovedora: la historia de una autómata malvada, malvada como los futuros amigos de von Harbou, los grises aliados de los cristales rotos, malvada y hermosa como una replicante que anuncia el fin del mundo, hermosa la autómata y hermosa Thea von Harbou.
Metrópolis es una pequeña ciudad del condado de Massac, Illinois, y es la ciudad de Lois Lane, valiente reportera, amante de un tipo que viene de otro mundo, que fue criado en Kansas, en una granja a más de 5.000 millas de Verdún.
Verdún —en la región de la Lorena, en Francia—, el pueblo de la famosa batalla, casi un millón de cadáveres, un millón de vidas arrancadas por un golpe de viento, un millón de historias hermosas y conmovedoras, un millón de nombres en placas de estatuas conmemorativas.
Metrópolis es el nombre de una ciudad en llamas, el nombre de una sala de fiestas del Titanic, de una vieja colección de cromos futuristas, de un sueño y un fracaso llamado siglo XX.
ELVIS AARON PRESLEY
Elvis Aaron Presley murió el 16 de agosto de 1977, a los 42 años, en la ciudad de Memphis, Tennessee, de un infarto, de mezclar la vida con las noches a solas.
O murió en pleno invierno, camino de la iglesia de Santa Trinidad, en Viena, en un tren, a resguardo de la nieve, la nieve que golpea los cristales y recubre los nombres de las lápidas, el rastro sin memoria del futuro.
O quizá murió en un asilo de indigentes, un asilo en Buenos Aires, en las afueras Detroit, un asilo en las afueras en ruinas de Beirut, en un cuarto en penumbra, aferrado a un viejo transistor, aferrado con manos temblorosas a un viejo transistor marca Telefunken, escuchando la voz entrecortada de Gardel, la voz de Billy Holiday, la voz de Robert Johnson, la voz que con desidia, con nostalgia y desidia, deshoja una flor moribunda.
O tal vez no murió, tal vez, como muchos proclaman, Elvis no murió, y vive, o malvive, en un piso alquilado de Vallecas, un anciano de más de 80 años, quince pastillas al día, mísera pensión, paseo a media tarde, insomnio, soledad.
Un anciano que llega cada tarde a la misma tienda de discos, y escucha —los ojos a punto de llorar— el Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart, el Réquiem que sonó el 29 de marzo de 1827 en la iglesia de Santa Trinidad, en Viena, el día del funeral de Ludwig van Beethoven, el día del funeral de Elvis Aaron Presley, el día de hoy o de mañana, un día como tantos, vulgar, irrepetible: caldo de verduras, pescado, compota de manzana, paseo a media tarde, insomnio, soledad.
DAVID FRAGUAS (1976, Madrid, España)
Fuente: El sastre de Apollinaire
Imagen en El sastre de Apollinaire