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César Vallejo


Considerando en frío, imparcialmente…




 Considerando en frío, imparcialmente,
 que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
 se complace en su pecho colorado;
 que lo único que hace es componerse
 de días;
 que es lóbrego mamífero y se peina…
 Considerando
 que el hombre procede suavemente del trabajo
 y repercute jefe, suena subordinado;
 que el diagrama del tiempo
 es constante diorama en sus medallas
 y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
 desde lejanos tiempos,
 su fórmula famélica de masa…Comprendiendo sin esfuerzo
 que el hombre se queda, a veces, pensando,
 como queriendo llorar,
 y, sujeto a tenderse como objeto,
 se hace buen carpintero, suda, mata
 y luego canta, almuerza, se abotona…
 Examinando, en fin,
 sus encontradas piezas, su retrete
 su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…
 Considerando también
 que el hombre es en verdad un animal
 y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…
 Comprendiendo
 que él sabe que le quiero,
 que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…
 Considerando sus documentos generales
 y mirando con lentes aquel certificado
 que prueba que nació muy pequeñito…
 le hago una seña,
 viene,
 y le doy un abrazo, emocionado.
 ¡Qué más da! Emocionado… Emocionado


Enlaces: Cèsar Vallejo

César Vallejo: La genial pesadumbre




¡Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera
tienen cuerpo; cuantitativo el pelo,
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre;
el modo, arriba;
no me busques, la muela del olvido,
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
claros azotes en sus paladares!

Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.
¡Ay de tánto! ¡ay de tan poco! ¡ay de ellas!
¡Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes!
¡Ay en mi tórax, cuando compran trajes!
¡Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada!

¡Amadas sean las orejas sánchez,
amadas las personas que se sientan,
amado el desconocido y su señora,
el prójimo con mangas, cuello y ojos!

¡Amado sea aquel que tiene chinches,
el que lleva zapato roto bajo la lluvia,
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
el que se coje un dedo en una puerta,
el que no tiene cumpleaños,
el que perdió su sombra en un incendio,
el animal, el que parece un loro,
el que parece un hombre, el pobre rico,
el puro miserable, el pobre pobre!
¡Amado sea
el que tiene hambre o sed, pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed,
ni sed con qué saciar todas sus hambres!

¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora,
el que suda de pena o de vergüenza,
aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,
el que paga con lo que le falta,
el que duerme de espaldas,
el que ya no recuerda su niñez; amado sea
el calvo sin sombrero,
el justo sin espinas,
el ladrón sin rosas,
el que lleva reloj y ha visto a Dios,
el que tiene un honor y no fallece!

¡Amado sea el niño, que cae y aún llora
y el hombre que ha caído y ya no llora!
¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!


César VallejoEnlaces: César Vallejo 

César Vallejo: Huyendo de sus pies



Va corriendo, andando, huyendo...



Va corriendo, andando, huyendo
de sus pies...
Va con dos nubes en su nube,
sentado apócrifo, en la mano insertos
sus tristes para, sus entonces fúnebres.

Corre de todo, andando
entre protestas incoloras; huye
subiendo, huye
bajando, huye
a paso de sotana, huye
alzando al mal en brazos, huye
directamente a sollozar a solas.

Adonde vaya, lejos de sus fragosos, cáusticos talones,
lejos del aires, lejos de su viaje,
al fin de huir, huir y huir y huir
de sus pies - hombre en dos pies, parado
de tanto huir - habrá sed de correr.

¡Y ni el árbol, si endosa hierro de oro!
¡Y ni el hierro, si cubre su hojarasca!
Nada , sino sus pies, nada sino su breve calofrío
sus paras vivos, sus entonces vivos...


Enlaces: CÉSAR VALLEJO
De: "Antología póetica", Biblioteca El Nacional, 2002

César Vallejo, que la Luz es tísica, y la Sombra gorda

Espergesia




Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que mastico... Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben... Y no saben
que la luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

Imagen: es.www.wikipedia.org

César Vallejo: Yo soy el único que parte



París, octubre 1936



De todo esto yo soy el único que parte.
De este banco me voy, de mis calzones,
de mi gran situación, de mis acciones,
de mi número hendido parte a parte,
de todo esto yo soy el único que parte.

De los Campos Elíseos o al dar vuelta
la extraña callejuela de la Luna,
mi defunción se va, parte mi cuna,
y, rodeada de gente, sola, suelta,
mi semejanza humana darse vuelta
y despacha sus sombras una a una.

Y me alejo de todo, porque todo
se queda para hacer la coartada:
mi zapato, su ojal, también su lodo
y hasta el doblez del codo
de mi propia camisa abotonada.



Idilio muerto



Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela;  de sus
afanes;  de su andar;
de su sabor de cañas de mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje;
y al fin dirá temblando: "¡Qué frío hay...Jesús!"
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.



CÉSAR VALLEJO (Santiago de Chuco, Perú, 1892 / París, Francia, 1938
De: "Obra poética completa", Biblioteca Ayacucho
Imagen:www.perutop40.com
Enlaces a esta entrada:El poder de la palabraPatria Grande (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de Juan Carlos Mariátegui; Libros peruanos

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