Meditación de Ícaro en pleno ascenso
¿Qué es lo leve?
No mi cuerpo, no el cuerpo de mi padre:
nos sostenemos en el aire con furiosos aletazos.
El ansia de libertad nos dio estas plumas,
el odio a la cárcel la fuerza en el pulmón,
el ingenio nos hizo barcos en el aire,
un océano de seis direcciones: cuatro inocuas
y dos fatales: abajo el agua, arriba el fuego.
La levedad, dice mi padre, es el camino a media altura.
No le creo.
No somos leves, no flotamos: ganamos el sustento
con la fuerza del brazo y el sudor de la frente:
hace mucho se nos negó el paraíso de volar por volar.
Soy hijo de esclava.
Allí abajo está el laberinto, sus tripas retorcidas
por la mano de mi padre.
En esas piedras flota el extravío.
La locura terrestre es tener que elegir
entre dos caminos exactamente iguales:
por eso bato las alas con desesperación.
¿Pero qué es lo leve?
No es leve el colibrí, incapaz
de flotar sin su ración de néctar
y su velocidad de pesadilla,
no es leve la flecha que nos mata: la tensión
del arco, el pesado brazo que lo tiende,
no es leve la abeja, vean su tracción de polen,
escuchen el zumbido de su destino de obrera,
sientan el peso implacable de su hexágono de miel:
no es leve lo que se esfuerza en mantenerse a flote.
Pero es leve la ballena muerta con toda su osamenta,
es leve la semilla del diente de león en el viento,
es leve el vuelo de esas arañas en sus babas del diablo,
es leve el león en su salto sobre la carne viva,
es liviana y mortal la angustia que flota
sobre las pesadas piedras del laberinto de mi padre,
es leve la acometida salvaje de los amantes,
es leve el cadáver del ahogado, del prendido fuego:
la levedad de un cuerpo depende de la densidad
del elemento que lo sustenta.
Lo más liviano es el sol:
flota sobre la pesadez de la tierra
flota sobre la oscuridad
flota en su hambre de sí mismo
flota en su propia luz: allá voy.
Sobre el sol sólo flota el vacío:
en esa nada todo cae al mismo tiempo.
No mi cuerpo, no el cuerpo de mi padre:
nos sostenemos en el aire con furiosos aletazos.
El ansia de libertad nos dio estas plumas,
el odio a la cárcel la fuerza en el pulmón,
el ingenio nos hizo barcos en el aire,
un océano de seis direcciones: cuatro inocuas
y dos fatales: abajo el agua, arriba el fuego.
La levedad, dice mi padre, es el camino a media altura.
No le creo.
No somos leves, no flotamos: ganamos el sustento
con la fuerza del brazo y el sudor de la frente:
hace mucho se nos negó el paraíso de volar por volar.
Soy hijo de esclava.
Allí abajo está el laberinto, sus tripas retorcidas
por la mano de mi padre.
En esas piedras flota el extravío.
La locura terrestre es tener que elegir
entre dos caminos exactamente iguales:
por eso bato las alas con desesperación.
¿Pero qué es lo leve?
No es leve el colibrí, incapaz
de flotar sin su ración de néctar
y su velocidad de pesadilla,
no es leve la flecha que nos mata: la tensión
del arco, el pesado brazo que lo tiende,
no es leve la abeja, vean su tracción de polen,
escuchen el zumbido de su destino de obrera,
sientan el peso implacable de su hexágono de miel:
no es leve lo que se esfuerza en mantenerse a flote.
Pero es leve la ballena muerta con toda su osamenta,
es leve la semilla del diente de león en el viento,
es leve el vuelo de esas arañas en sus babas del diablo,
es leve el león en su salto sobre la carne viva,
es liviana y mortal la angustia que flota
sobre las pesadas piedras del laberinto de mi padre,
es leve la acometida salvaje de los amantes,
es leve el cadáver del ahogado, del prendido fuego:
la levedad de un cuerpo depende de la densidad
del elemento que lo sustenta.
Lo más liviano es el sol:
flota sobre la pesadez de la tierra
flota sobre la oscuridad
flota en su hambre de sí mismo
flota en su propia luz: allá voy.
Sobre el sol sólo flota el vacío:
en esa nada todo cae al mismo tiempo.
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Referencias: Facebook Ricardo Ruiz