En la lavandería del hospital donde trabajo
la ropa de los enfermos, la ropa
de los que o regresan de la úlcera
o se dejan amarillear por la muerte,
se amontona en bolsas a las siete de la mañana.
Dos lavadoras industriales
bastan para blanquear la ropa de las heces
y de la sangre que podría ser mi sangre, mi miseria
podría ser, algún día, un camisón
cubierto de vómito
de los que una vez lavados lucen como nuevos,
bendita sea mi vida, bendita mi salud
porque algún día, quizás, podría ser mi miseria
un camisón.
Un minuto de silencio
en la puerta principal del hospital.
Una compañera ha fallecido
víctima de la pandemia.
Han venido de la televisión
para grabar y emitir el dolor a mediodía,
cuando la gente esté comiendo,
tintineando las cucharas en los platos de sopa
como si tintinearan
en la cerámica de una urna funeraria.
Se ha ido joven.
Deja dos hijas y un marido
que ya nunca vendrá a recogerla con la moto.
Por la edad podría haberse tratado de mi madre.
Me alivia saber que no.
A pesar de que la ropa es lavada
a temperaturas de ochenta grados
y tratada con detergentes específicos,
productos neutralizadores de cloro,
lejías y suavizantes,
no es raro percibir un leve aroma a perfume
al doblar las camisas de los pijamas.
Sé a qué huelen los enfermos
antes de fallecer,
sé que algunos se peinan, se afeitan
y se empapan en Varón Dandy
como si morir
no consistiera sino en dar otro de muchos paseos
los domingos por la mañana.
BEGOÑA M. RUEDA (1992, Jaén, Andalucía, España)
De: "Servicio de lavandería", Premio Hiperión 2021
Enlaces: El coloquio de los perros | La poesía alcanza | El arpa de Nerón
De: "Servicio de lavandería", Premio Hiperión 2021
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