Árboles desiertos
Las hojas están secas; en la corteza
insisten hormigas tristes.
Ni las ramas desnudas
insinúan brotes de madrugada.
Sólo crece maleza por la noche,
sólo un temblor que desfallece
a sus pies.
El desierto escala a la altura
del otoño en los huesos.
Diques
¿Quién abre los diques para transitar
—sin miedo?
¿Y si estos juncos ya no pudieran erguirse
tras el agua encarcelada?
Otra vez
Mira otra vez —desde siempre
la noche. Después del viaje, nada
evita la lejanía.
Y mira el mar
des-
habitado
y en las orillas pregunta
—otra vez, desde siempre-
por las horas abandonadas
que insisten
como las olas.
Certezas
Es cierto que
grisea
por no decir: oscurece. Hay gris
en vez de azul y es cierto
que tampoco se perece
por grisáceo.
Es cierto que hay máquinas
plateadas de insignificancia ni qué decir
de los matices que decoloran
hasta las sienes.
¿Y qué de los grises monocordes y los grises
ni siquiera tristes que repiten
el tedio?
No es que no haya
gris mío gris tuyo.
De nada ayuda minimizar las declinaciones
los declives
las concesiones del gris a gris
y es cierto
que tampoco ayuda a trazar blanco sobre blanco.
Pero
sucede que esta noche me esperás
en la azotea de un gris cualquiera y
repentinamente
el gris nuestro se desvanece en una caricia
y hasta la negritud clarea y saluda los grisecitos
que miran —más perplejos que tímidos—
esta procesión de temblores
mientras cerramos los ojos
y los otros grises
no nos ven a kilómetros del cielo
en plena noche soñando
nuevos verbos para verdecer
Arturo Borra (Santa Fe, Argentina, 1972. Reside en España)
De: "Umbrales del naufragio", Baile del Sol, Tenerife, 2010