No puede usar ese anillo, las cosas llamativas la delatan.
Cubre su cuerpo y si dibuja evita lo deforme.
Siempre supo que lleva la exuberancia como un tatuaje oculto
que podría extenderse y estallar.
Vive sola en la casa de infancia. Persiste el sonido punzante de aquellos pasos. Una luz siempre alerta en la cocina. Ella ansía despojar el espacio, que reine el cuerpo. Pero se
pierde en los pequeños dominios, abstraída en rituales.
Por el pasillo la madre vuelve con la manta, hecha de lanas gruesas.
Aunque la hija disponga de su arsenal de abrigo siempre va a estar desnuda, vulnerable a ese peso.
Estás para evitar que la noche sea noche y yo recuerde que este día termina. Tu descanso llega a mí. Un cuerpo pequeño respirando en su hueco es protector. De otro modo estaría yo acurrucada en el rincón último de la cama, atenta a cada movimiento de la cortina.
Distendimos el gesto con los ojos cerrados en lo alto frente al sol. Después, seguí tu espalda hacia el centro del paisaje. Al pasar sobre el río ojos de madre apaciguaban la mirada como ocurre cada vez que se cruza un puente.
Ana Lafferranderie (1969, Montevideo, República Oriental del Uruguay). Reside en Buenos Aires
De: "Volcar la cuna", Ediciones del Dock, 2012
De: "Volcar la cuna", Ediciones del Dock, 2012