Luis Llorente: El universo, a veces, es un espejo


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UNA  INMERSIÓN     



No tienes por qué llevar al límite 
esa inmersión, faltaría más. 
Con volver a aquel sueño o intuir 
en algún sitio el olor de una naranja, basta. 
Un poco de actitud 
y destruir toda fe de hipocondría, 
toda argucia, cualquier resquicio 
de páramos pintados o tramposas 
entelequias. Has sido 
lo que querías ser, y lo sigues siendo.
Has visto
objetos intangibles e ideas
que se tocan, y las seguirás
tocando. 
Tu memoria es frágil como un río
e inmensa como un reloj
que a su vez es hijo de otro reloj que corrobora
afinidades. Vivimos sobre ciertas paradojas
y por encima de contraindicaciones. O no.
El sistema que niega la emoción
tan solo es una fábrica de incrédulos.
Escribir es otra cosa, y no hay nada
concluyente o exacto. Piensa
en todo lo que ves, en esa hermosa
diligencia de plantas que se elevan.
Multiplica la visión, y no te pares
a descansar más de la cuenta.

Deberías pensar que todo esto
al final te ha servido para construir 
un hotel invisible de nueva intimidad. Y lo compruebas
con el mismo pensamiento
que construyó cuartos de hotel, grandes salones.
O un hermoso poema, digo un párrafo cualquiera 
de Steinbeck 
y las musas de los elefantes en aquel documental.
O los carnosos labios
de Marina. O aquella noche
tan dulce en Santander. O una canción de Pink Floyd
tras dejar de lado otro lienzo con tormentas.
Lo irreal cambia constantemente de lugar
al tiempo que niega cada desaparición.
Algo así.
Interpretar todo el verano
como un radar interpreta el sitio exacto de un portaviones
o como un poeta revolucionario de Guatemala 
escribe la palabra amor
y con franqueza destruye el mar de su miseria.

Sí, interpretarlo. Acabar con sus máscaras.

Vivir es mejor que comerse la cabeza. 
No lo dudes.



EL MUSEO DEL VERANO (LA DISTORSIÓN)

Nada está sujeto a los ojos para siempre.
                                           VICENTE HUIDOBRO 

Hay una resistencia de por medio
                              WALLACE STEVENS  


A veces el verano enciende la imaginación,
sacudiendo delirios funcionales.

Como una casa 
misteriosa en mitad de un bosque
o como esa farola que solo detectan los fantasmas.
Los cuadros imaginan lo que representan.
Sí, un cuadro es una mente congelada:
tiene una presencia concreta, existe y hasta puede sonreír.
No hay vida en un sentido biológico, pero sí
espiritual. Si nos ponemos profundos
qué diferencia habría con un hombre
que contempla el estallido del color, los ciclos de las estaciones
o las circunstancias del viajero.
Mente y cuadro son casi lo mismo. Y aquí podemos
hablar de una porción de identidad, y cómo suena
la memoria al fijarse en cada parte
como en los elementos generadores de un pequeño destello.

Por nimio que resulte,
el paso de una hormiga puede despejar algunas dudas,
dejar pistas como hogueras
y cambiar la situación. 
                      Sabemos, por activa y por pasiva,
que toda metáfora es una manera
astuta de distorsionar,
y sirve como fruto a su contorno.

Rilke o Lorca lo sabían, pero también
Matisse, Hopper o Giorgio
de Chirico. No vamos a proponer ahora
infestar de pintura metafísica
toda la sala del poema, pero sí dejar un rastro
que dialogue con la luz universal.

Lo difícil es
aprender sin envoltura,
pasar de la práctica al férreo principio.

Por ejemplo, un corazón puede ser una manzana
esforzándose por ser un lobo.

Los latidos forman parte del dibujo.
Y ardemos al mirar.



UNA IDEA QUE SE ESCAPA



Medito sobre el tiempo en vano
y pregunto a su blanca periferia.
Qué azul más puro. Las palabras de los otros
son un ruido
que llega de la oscuridad.

El cielo de julio podría estar dentro
de un cuadro de Sorolla.
Las puertas de la música comienzan
separando la acción de su deseo.

Atardece y las fachadas recomponen
los avisos del que observa.

El vencejo, tan ágil, dibuja un fondo
que asciende.
                         Si me hubiese sentado en el otro banco
creo que tendría la misma perspectiva.
El verano es un elefante 
que corre en medio de la pista
y luego destruye unos pinceles. Tenemos
formas y colores y sonidos
que hacen una lengua
a hombros del sol. Veo
fragmentos de posibilidad, 
mapas
asombrosamente interminables.

Recuerdo los puntos débiles
de la dulce juventud. Han pasado muchas cosas;
todo es pasado, todo
desciende. Las más nimias anécdotas
contienen grandes ecos.
(Hemos hablado mucho
y hemos dicho
lo suficiente para seguir vivos).
La amistad es una vela que está dentro y fuera de nosotros.
Los errores sirven 
al que canta. 
Descubrí, entre otras cosas, que ese rencor hacia mí mismo
era una singladura equivocada,
un absurdo absoluto.
(Entre otras cosas, entre otros fuegos).

La verdad es un ángel saliendo de la sangre. Hay algo
que se aprende despacio,
que suena porque tiene que sonar
y así lo determina la bonanza.
Sin tablas por la vida no hay lenguaje.
El pensamiento positivo
origina un espacio que abre más espacio,
y las estrellas vibran
más cercanas, más cálidas, de algún modo más hermosas.

No escribir 
estúpidos endecasílabos; dejar que arda
el silencio y su forma. En la mente hay una ley
que va ordenando los planetas. Ahora soy
demasiado feliz, 
y ni obsesión ni perfección concibo.
No me arrepiento de nada; todo sucede 
porque sí, contra cadenas de azar.
Ayer era más joven y mañana seré
el guardián de otro misterio
con una nueva juventud.

El universo, a veces, es un espejo. Esto
no es un espejo, sino la representación
de un espejo. Miro
a la gente con ropa de verano.
El Acueducto al fondo, su sobria elegancia
de límites eternos. Los romanos no eran tontos
y comprendieron bien el universo.

Vuelvo a casa, preparo la cena 
mientras pienso en cosas agradables.
Troceo un pimiento verde, pocho media cebolla
y siento cómo lentamente
el aceite de oliva, mientras se calienta, desprende un aroma
que me recuerda solo cosas positivas.
Adoro ese aroma. Profundamente lo adoro
como si fuera sagrado.

En el debate de política, en la tele,
solo dicen tonterías. Los políticos
son torpes, aunque alguna vez
tienen cerebro. Los objetos 
parecen decir algo a su manera.

La materia es inocente
del mismo modo que
todo lo que no puedo tocar
en su visible militancia: son inocentes
las cosas que no existen;
es hermoso ignorar,
es hermoso el tacto
y ayer tiré un papel por la ventana
para comprobar que escribo.

(Los poemas son del libro inédito Interminables)




LUIS LLORENTE
(1984, Segovia, Castilla y León, España)
Imagen en Letras nómadas

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