Aullido
a Harold Solomon
He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz.
Quienes expusieron sus cerebros al Cielo, bajo Él y vieron ángeles mahometanos tambaleándose en los techos de apartamentos iluminados.
Quienes pasaron por las universidades con ojos radiantes y frescos alucinando con Arkansas y la tragedia luminosa de Blake entre los estudiantes de la guerra.
Quienes fueron expulsados de las academias por locos por publicar odas obscenas en las ventanas del cráneo.
Quienes se encogieron sin afeitar y en ropa interior, quemando su dinero en papeleras y escuchando el Terror a través de las paredes.
Quienes se jodieron sus pelos púbicos al volver de Laredo con un cinturón de marihuana para New York.
Quienes comieron fuego en hoteles coloreados o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o purgaron sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, con pesadillas despiertas, alcohol y verga y bolas infinitas, ceguera incomparable; calles de nubes vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando todas las palabras inmóviles del Tiempo, sólidos peyotes de los vestíbulos, amaneceres en el cementerio del árbol verde, ebriedad del vino en los tejados, puestos municipales el neon estridente luces del tráfico parpadeantes, vibraciones del sol, la luna y los árboles en los bulliciosos crepúsculos de invierno de Brooklyn, estrepitosos tarros de basura y una regia clase de iluminación de la mente.
Quienes se encadenaron a sí mismos a los subterráneos para el viaje infinito desde Battery al santo Bronx en benzedrina hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas estremecidas y desiertos golpeados de cerebros absolutamente secos de esplendor en la melancólica luz del Zoo.
Quienes se hundieron toda la noche en la luz submarina de Bickford's emergidos y sentados junto a la añeja cerveza después del mediodía en el desolado Fugazzi's, escuchando el crujido del destino en la caja de música de hidrógeno.
Quienes hablaron setenta horas seguidas desde el parque a la barra a Bellevue al museo al Puente de Brooklyn, batallón perdido de conversadores platónicos bajando de espaldas las escaleras de escape de los alfeizares del Empire State lejos de la luna, gritando incoherencias, vomitando susurrando...
Cuatro meses y medio después, el 2 de octubre de ese año, las autoridades calificaron el poema de Ginsberg como simplemente un ejercicio de libertad de expresión. De este modo, pudo publicarse de nuevo aquel texto en donde se pintaba el lado más escabroso del sueño americano. Desde esa primera línea en donde Ginsberg aseguraba haber visto “las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas” a las líneas en que dibujaba sin máscaras los más oscuros ambientes de drogas, sexo y autodestrucción.
De izquierda a derecha: Jack Kerouac, Lucien Carr y Allen Ginsberg en 1959
Ginsberg había empezado a escribirlo en San Francisco, tras permanecer ocho meses en un hospital psiquiátrico, y lo había dado a su amigo Jack Kerouac para que le trasmitiera sus impresiones. Luego, había ido a Berkeley para matricularse como estudiante de postgrado en el departamento de inglés de la Universidad, curso que nunca completó, pero durante el cual logró poner fin a su poema. Fue, como le dijo Ferlinghetti cuando lo escuchó declamar por primera vez, “el comienzo de una gran carrera”. Porque, efectivamente, junto a En el camino de Kerouac y El almuerzo desnudo de William S. Burroughs se convirtió en el texto que sentó las bases de la “Generación Beat”, del mismo modo que se ofreció como un modo de entender la poesía y la literatura totalmente nuevos. De hecho, la victoria en los tribunales llevó a sus seguidores a contemplarlo como el mejor testimonio de su lucha contra el sistema, al que veían tan corrupto como malsano.
Ginsberg calificó en 1986 su obra como “una bomba de tiempo emocional” en donde denunciaba el mundo del pasado y reivindicaba el que traería la juventud. Aunque fuera con una sensación de derrota y a través de una sucesión de imágenes que sumaban el surrealismo, la exageración y el exceso (así, podían leerse frases como: “realidades de salones de Peyote, amaneceres de cementerio de árbol verde en el patio trasero, borrachera de vino sobre los tejados, barrios de escaparate de paseos drogados luz de tráfico de neón parpadeante, vibraciones de sol, luna y árbol en los rugientes atardeceres invernales de Brooklyn, desvaríos de cenicero y bondadosa luz reina de la mente”).
Las críticas, por supuesto, no faltaron, pero eso no evitó que muchos artistas, sobre todo poetas jóvenes, le siguieran y trataran de imitarle. También algunos músicos que quisieron cambiar para siempre las letras de las canciones. De David Bowie a Iggy Pop, pasando por Lou Reed y Bob Dylan, quien forjó una sólida amistad con Ginsberg por todo lo que tenían en común (manifestada en la aparición de los dos en el clip de la canción “Subterranean Homesick Blues” y en las canciones que grabaron conjuntamente).
Bob Dylan y Allen Ginsberg
Aullido fue, sin embargo, la gran obra de Ginsberg, pues nunca volvió a repetir su éxito. Aunque haya quienes piensen que trabajos como Kaddish –en donde refleja los problemas de salud mental de su madre- están al mismo nivel, al igual que su Cosmopolitan Greetings: Poems 1986-1992, el cual, en 1995 logró ser finalista del Premio Pulitzer.
Sin embargo, eso no quita que haya críticos que, aún defendiendo su obra más famosa, califiquen a Ginsberg como simplemente, el representante de una época concreta que se impulsó por el deseo de cambio de su generación. Y que incluso afirmen que su gran “fallo” fue el hecho de no fallecer antes, pues de ese modo habría mantenido, como Kerouac, su estela de escritor maldito. Pero, como su compañero Burroughs, Ginsberg logró sobrevivir a sus excesos y tuvo que convivir –sin dejar atrás los escándalos políticos y sexuales- con su propia y enorme leyenda. En cualquier caso, nadie puede discutir que Aullido fue, históricamente, junto a La tierra baldía de T. S. Eliot, el poema más importante de la literatura estadounidense del siglo.