Jorge Aulicino: Riachuelo, Eurostar, Puente viejo | El poeta ocasional

Jorge Aulicino: Riachuelo, Eurostar, Puente viejo

Eurostar, Riachuelo, Jorga Aulicino


Via del Corso     
Roma 




Cerca de la Piazza del Popolo y de la Piazza di Spagna, 
como dictado por una agencia de turismo 
mi fantasma anda entre muebles repintados 
en el amanecer poblado de perfiles y grúas 
gaviotas y revoques, 
glorietas achaparradas en las terrazas, 
eructos de hongos en escaleras, 
cruces y cúpulas. 
Todo esto era más verdad que la cercanía de la casa de Keats. 



2


Una ciudad y otra,
lluvias y perfiles de acueductos
fueron creados por mi manos y un teclado: es un juego que repito desde hace años.
Todas las ciudades romanas comercian entre sí
y se incendian a veces sus palacios o pocilgas
y hay una columna de humo en el horizonte tranquilo 
    de gaviotas.
Así nacen, de verdad, y mueren las ciudades —Dios sabrá qué significa “de verdad”—. Porque
el paisaje anaranjado, con grúas-espiga en el horizonte 
    y casas secas
es tan irreal o digital o virtual como este juego en el que nacen 
    y renacen, 
cada noche, ciudades, y tan adentro del corazón 
     se desmoronan.



El Puente Viejo
Barracas, Buenos Aires


1


El estrecho puente sobre el que 
un mediodía de invierno se detuvo el Citroën 3CV
y lo arrancaste a manija, fines de los 70,
cuando atronaba el silencio del mediodía
y el agua densa remaba como una mala digestión,
hacia el Plata.

¿A quién le importaba la paradoja, en tanto retórica? 
Era olvidable, mucho más que las chapas del Citroën
que se sacudieron cuando engranó de nuevo
el pequeño motor de dos cilindros.

Estacionaste el auto y en el húmedo y cálido útero
del bodegón El Puentecito comiste
una gigantesca milanesa a la napolitana.



2


En el nuevo puente Pueyrredón, a unas cuadras,
una mañana de primavera se quedó parado el trajinado 
     Peugeot 404,
porque no funcionaba el indicador del combustible,
y tomaste a tu hija en brazos, bajaste el puente, volviste con el 
     bidón lleno.
La normal circulación no se alteró.
Tu epopeya fue tan mínima
que, en comparación, la de las hormigas junto al surtidor,
empeñadas en deshacer un pedazo de pan y transportarlo,
fue la hazaña gigantesca de ese día.
Pero todos los días estaban hechos de pequeñas epopeyas
y muertes silenciosas.



3


El olor del Riachuelo te despertaba cuando volvías de un viaje.
Era la señal de que estabas en casa. La ciudad resurgía en la 
    ventanilla
como si no la conocieras.

El olor del Riachuelo era indescriptible, no era orgánico, era
el de la putrefacción de los metales
si fuera posible, un olor a maceramiento de ácidos y aguas 
     cloacales, pero no repugnante;
era el olor de tus cosas, del borde de tu ciudad,
como el de un cuerpo que recién se despierta y deja
un suave hedor sobre la sábana.

(Bajo un puente, se hundió 
     un tranvía en 1930.
El poeta Tuñón tenía 25 años y mencionó en la crónica
     que un obrero joven llevaba un sándwich de milanesa
     en el bolsillo.
Una milanesa simple, no una napolitana
como la que comiste en la orilla aquel invierno,
cincuenta años más tarde, en el borde
del agua negra y familiar, en el borde también de la ciudad
de los hechos,
de las cosas que se quieren y siempre son lejanas.)



Estación Perú
Buenos Aires



1


Un mundo entramado queda afuera:
sistemas de semáforos, mensajeros en motos, antenas, 
    ondas, calles, cortadas, puertas viejas,
ascensores:
estamos en el andén, el comercio se reduce a diarios,
alicates y cuchillos, llaveros, billeteras de plástico.
El santuario abre sus bocas en los extremos y el aire 
emite vibraciones que agitan el olor a cable
y grasa, el eléctrico olor del Subte.

Irán los vagones rápidos, transitorios, como el sueño;
las ondas electromagnéticas —ciertas pero fantasmales—
nos seguirán y buscarán 
teléfonos celulares en los vagones, pasaje
fortuito, como el de los sueños.
No habrá piratas petrificados en las paredes ni esqueletos 
fósiles de pájaros,
y sin embargo el túnel conduce a mundos
en su mayor parte imaginarios,
sin que haya un mundo específico del Subte,
una fauna, una flora, descontando las ratas, que también
están de paso.



2


Por alguna razón Disney imaginó que el viaje hacia las islas de
los piratas debía ser por un túnel,
como una galería de los prodigios
(águilas, cabras, serpientes, humanos, caballos entremezclados,
producen grifos, hipogrifos, quimeras, sátiros, centauros).
Un túnel como el de la Corte de los Milagros,
como la madriguera del conejo,
raíces que cuelgan del techo.
Y aquellos cielos puros y las aguas del Caribe,
de color turquesa, y el milagro de peces de colores,
el coral, los manglares,
     el sudor de las mulatas,
convertidos en un cielo de tormenta,
     un agua de cloaca, 
una isla de esqueletos, figuras de cera
pelos en las axilas, cicatrices negras,
risas del Infierno. 
     Una Estigia, el mar.
Un viento de túnel, el huracán.
Un olor de metales recalentados, el de las especias.
Un humo tormentoso, el del tabaco.



3


Y aunque el Subte es sistema, red, 
el túnel va a la nada.
Se mete en uno, en los bronquios, en las cavernas físicas.
Cava. 

Puede que todo lo pueda el túnel.
Que llegue más allá del mar.
—Eurostar hizo un túnel bajo el Canal de la Mancha—.
Se pueden cavar túneles debajo del Atlántico, 
quizá existan subtes bajo el mar.
Hay un túnel que no termina, en alguna parte.
Los que entran en él, ven para siempre 
jardines y viveros, hojas y ramas,
techos que se suceden, campanarios, cúpulas, mundos de peces,
de anémonas, mundos de espadas, trompos,
mundos de cuerpos desnudos,
detalles interminables de un ojo:
guirnaldas, movimientos de un caleidoscopio.
Cosas de las que siempre se estuvo afuera.
Eso debe ser la muerte o la vida eterna, que son lo mismo, 
en términos prácticos.






De: "El libro de los lugares sagrados", Barnacle, 2022
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