Alberto Pipino | El poeta ocasional

Alberto Pipino



LA HIGUERA DE MI INFANCIA     

A Pina Pipino 


Aquí en el zoo del Bronx, mientras vago 
por los senderos, ruge un tigre y 
llegan recuerdos enredados. 
Es un vínculo donde las imágenes no están 
en fotos, íconos o páginas 
sino vivas. 
Por ejemplo, la raíz de la higuera rompe 
las baldosas, un relámpago de leche 
ilumina un túnel hacia el azar. 
Para la cena mi hermana hace un agujero
con el índice en la miga de un pan,
lo llena de aceite y lo comparte,
mamá canta el “caminito que el tiempo
ha borrado” y mal o bien
continúa la búsqueda.
Más tarde trepo por las ramas a los techos
del conventillo, debajo de una
pandilla de estrellas
juego a que estoy muerto sin infierno
o edén, en una carroza fúnebre
tirada por centauros,
al otro día bajo por la higuera
junto a Sandokán, el Tigre
de la Malasia.
Y antes de que pudiera darme cuenta,
mi vida quedó como la del tigre
sitiado que hoy
va de un lado a otro, enfurecido por el rugido
de fanáticos en el vecino Yankee
Stadium, aquí en el Bronx.



RIVERSIDE DRIVE


A Cándida Feliz

Separado del Río de la Plata, del retorno,
oye el runrún de un avión
que va al sur,
desde lo alto del Washington Bridge
desafía a la prudencia, sin asco
despioja el pasado.
En su sobrevuelo el gorrión parte
ave y otra humano cruza
a una candela
bella mujer con alas de vino y psiquis
abierta en la esquina de la 151
y Broadway.
Conmovido se da baños de tierra,
destila aceite afrodisíaco,
deja el deseo
a la deriva entre palabras sueltas,
aroma a tinta. En el vacío
su plumaje cambia
de un zigzag oscuro a una grave ternura,
su pecho prieto es
un alcaucil
deshojándose de añoranzas y despistes,
de voces que chillan igual
a lata raspada,
ávido busca bichos y restos de fruta en
aceras, callejones y patios de
Hamilton 19
Ah, Riverside Drive no solo ampara
a la corriente natural para calmar
la sed, también es
abismo para cobijar lo que queda de uno,
poner el pico bajo el ala,
reinventarse. Ahora
goza del aire viciado, imita el silencio,
la noche helada le abraza
hasta el fondo,
alegre confunde el cielo con el Hudson
y a una estrella fugaz con una
anguila de cristal.



MENEO FÚNEBRE

A Dora María Téllez


Una vivandera con la noche de trofeo
baila, sacude el delantal naranja
con jactancia, silban las
corolas desnudas
entre las ondas de la melena, el rocío
de caña le brota de la piel y
bajo la saya la aurora
se despereza.
Han vuelto los tiburones a las aguas
del Xolotlán y los nacatamales
están con la carne viva,
máscaras de ave
carroñera golpean a la presa entre
tambores, flautas, pitos
y trompetas; aletea
la pesadilla;
los dientes de la marimba rechinan
cuando el aire cruza las
teclas de hueso;
un viejo
retintín la rechaza del carnaval, agria
la leche y la miel, la encierra
hasta una bocacalle en
Manhattan
donde emblema de vivaz quimera
cabalga en pelo por la pérdida
y el abismo; entre aroma
a sudor y ron al son
de monedas que dolientes dejan al
pie del luto ante los pichones
devorados por el zopilote
rojinegro.




CON LA MAREA EN CONTRA

A Antonio Passano


Baraja las imágenes y corta el mazo en dos,
las une y vuelve a mezclar, coloca
boca abajo las efigies
e inicia el juego.
Da vuelta el primer naipe y la aurora derrite
la bruma, activa la copa del árbol
de agua y la foto histórica
invita a un trago.
Laxos y bicéfalos asumen la línea líquida,
unos hasta la última gota, otros
dejan alguna en el
tintero. Ahora
son felices por copular en las heridas,
zampar batracios al celebrar lo
inducido, malversar el adiós
y prolongar el pasado.




De: "Meneo fúnebre",  2022 
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Imagen en Centro Cultural Barco de Papel

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