El extenso poema que, junto al poeta Pedro Mateo, traducimos a continuación constituye la primera parte de Confirmando la noche (2011), último poemario del escritor griego Dimitris Angelís. “1989”, título que lo encabeza, se refiere al poeta griego Yannis Ritsos (1909–1990) y la conmoción que sufrió al enterarse de la caída del Muro de Berlín. “Tenía continuamente encendida la televisión, seguía con obsesión las noticias, no podía creerlo”, comentó su secretaria a Dimitris Angelís al advertir éste, mientras analizaba su obra, la caída corporal y psíquica de Ritsos aquel año.
Por otra parte, encontramos en el poema muchas referencias indirectas a la vida de Ritsos: Kapsalona y Ai Yanni eran los sanatorios donde estaba hospitalizado para su tratamiento de tuberculosis y donde conoció las ideas marxistas; y los versos: “los perros con desgana a la puerta de los viejos mataderos de Guicio”, están sacados de su libro La monstruosa obra de arte. Todo esto se combina con frases de la Biblia (y allí habían llegado a buscarlo con linternas, antorchas y armas; su morada conviértase en desierto) y también –con intención de recrear el ambiente de aquella época–, con escenas de cine (la famosa de la escalera de Odesa del Acorazado Potemkin de S. Eisenstein, el teléfono del psiquiátrico de la película Stalker de A. Tarkovski, las casas que se quedan con la luna como “decorados de cine”, etc.), e historias de la caída del Muro (como la de Rostropóvich quien, al enterarse de la noticia, cogió el primer vuelo para ir a Berlín y tocar su chelo frente al Muro).
Con esta materia surgió el esqueleto del poema, cuyo título primero fue “Ritsos frente al televisor” y su tema: cómo un poeta-ideólogo ve el mundo y sus símbolos (el martillo oxidado por la hoz y el martillo, la multicopista para las convocatorias ilegales, los estandartes, etc.); cómo aquello a lo que había servido durante toda una vida –incluso también “en campamentos flotantes”, en alusión al exilio– se desmoronaba.
Aunque está claro que lo que cae es un sistema totalitario e inhumano (Siberia, el psiquiátrico, el partido en todas partes), pese a que el poeta era conocedor de lo que regía tras el llamado “telón de acero” (“lo sabía pero no hacía nada, yo lo sabía”), el objeto del poema no es humillar al anciano poeta, sino mostrar su frustración y soledad, discriminar el mundo entero que festeja al ideólogo solitario que llora y, ante todo, señalar que el hecho de la fe –independientemente si aquello en lo que creemos resulta una alucinación, una mentira o, aún peor, una mentira homicida– es lo que salva la integridad del hombre, profundiza su memoria y confiere esencia a su existencia.
Por eso, el poeta confiesa al final de su poema que “la única revolución que existe es el Otro”. Promete regresar, aunque mientras tanto se pierde dentro de un televisor: la realidad icónica reemplaza la vida, el mundo utópico de la ideología es sustituido por el mundo improcedente y de falsas ilusiones del consumismo. En el nuevo medievo, cuyo comienzo marca el final de la fe (1989) –y no solo de la política, sino de cada tipo de fe–, no hay ya riesgos morales, por eso “la manta de cuadros en el suelo” resulta “una tabla de ajedrez vacía”. Posiblemente, tampoco antes existieran tales riesgos, pero sí el debate y el conflicto en torno a ello. Ahora tenemos que esperar la nueva “primavera del cuerpo”, frase de Marcus Minucius Felix que deja abierta al final del poema la perspectiva de la esperanza, ya que el poeta entra en el mundo de la televisión prometiendo que va a regresar. Hasta entonces…
1989
Aquel invierno, en la misma Roma y sus alrededores
ocurrieron muchas cosas sobrenaturales: un niño de seis meses, nacido de
padres libres, gritó “¡Victoria!” en el mercado de verduras; un buey se
había subido a la tercera planta de un edificio en la zona del mercado y,
entonces, espantado por el alboroto de los vecinos, se lanzó al vacío; en
Lanuvio un cuervo revoloteó en el templo de Juno y se posó sobre su lecho; y
en Piceno había caído una lluvia de piedras…
Tito Livio, xxi, 62.
el televisor siempre encendido
años –un fuego
tenuemente
hasta los dos sillones y más allá la mesa sin recoger
aún con las migajas,
atrás se extiende
densa e insidiosa oscuridad
ahogados allí donde dejó su huella la memoria
y Ai Yanni,
alquitrán, deportaciones a paisajes helados,
al hablar de la multitud que espantada bajó lasescaleras manifestando su amor y no las volvió a subir,
abajo, idénticos a nuestras tristes existencias
‒anuncios
helada quedó la pantalla, helado el piso
abierta y esa rendija se convirtió en un muro que cae
la historia llevando velas encendidas como si volvieran del oficio
de Resurrección vestidos de baratillo, con jerseys apolillados,
arrastrando maletas preparadas aprisa, la jaula con el canario muerto ‒piensan
en avenidas de Siberia con solitarias gasolinerasal alba, frío y abedules ensangrentados,
en el sonido del teléfono retumbando en las paredesde cemento del psiquiátrico, nadie lo cogió y se quedaron con
la duda de si los estaba buscando Stavroguin– piensan
en ciclistas del partido pasando bajo las ventanasdel partido con los rojísimos geranios del partido
en decapitadas iglesias con sus campanerosinconsolables
en proclamas por la radio, soviets invictos, paraafeitar a Stalin y en el viento perennemente arrastrando periódicos
del 36 en un camino de tierra–“como entonces”
dijo el anciano despertando del letargo (que allí
habían ido a buscarlo con linternas, antorchas y armas)
recogió del suelo la manta, se la echó sobre las piernas,habían ido a buscarlo con linternas, antorchas y armas)
tenía frío “igual que entonces”, un cuerpo desembarcado pudriéndose
en campamentos flotantes, columnas inacabables yfajinas junto a las alambradas
‒todos ellos estarán ahora decididamentemuertos en una probable
San Petersburgo, hasta hace dos horas Leningrado, silo hubieran sabido
si Pedro, Juan, Elías lo hubieran sabido entoncesno pasaríamos hoy lista a los enterradores, tampoco
contaríamos profetas remunerados
se enciende y apaga la memoria, sube y baja vaguadas,se defiende
y en la fotografía estás tú sonriendo con toda lafamilia del zar,
detrás y al fondolos pavorreales
(quédese su mansión deshabitada)
que a nosotros nos heredarán
otras aves
más humildes
‒power off
en lugar de pedir perdónse oscureció la habitación confirmándose la noche
que lo posee
en vez de experiencia indisciplinada vejez, enque lo posee
vez de sabiduría esas repetidas ofuscaciones de su soledad
de donde a menudo afloran con toda su fabulosavaguedad
las antaño para él sagradas Babilonias –enellas vio
los estandartes de las barricadas de mayo arrumbadoscontra la pared, hasta sus sombras se habían desteñido
consignas pintadas sobre otras consignas en muros reescritosque parece los mantienen en pie solo las letras y por eso con la luna llena se
quedan los edificios en meras fachadas como decorados de cine– asimismo
vio en los rudimentarios patios tendidas en el alambre
quedan los edificios en meras fachadas como decorados de cine– asimismo
vio en los rudimentarios patios tendidas en el alambre
para secarse las camisas ensangrentadas iguales a pieles de animales
y entre las ortigas en la basura: un martillo oxidado,la multicopista y como un cacharro viejo
la palangana plateada de las purificaciones dondedicen que una vez también Pilatos se lavó las manos
y si en los niños para ser en sus manos aunque sólo sea un pequeño címbalo
estridente, y de nuevo se oiga su voz
“yo sabía y no hice nada, yo lo sabía”, palabras vertebralesde una alimaña desconocida
cuya espina dorsal mascullan los perros con desganaa la puerta de los viejos mataderos de Guicio
y al mismo tiempo que la noche cubierta de vendajeslo va envolviendo con sus enfermedades, él
echa a correr por senderos engañosos, portando con
ansiedad la antorcha para encender la televisión
y se vayan los dragones de escamas viscosas, queansiedad la antorcha para encender la televisión
se vayan
porque en ningún momento fueron del todo imparcialescon él
‒televisión
fuera, tras la ventana cae rodando la cabeza cortada
de la luna, dentro
tabaco y el muro
cayendo a cámara lenta una y otra vez, oh noche disparatadacómo es que te has quedado sin pasado y tus gentes
bailan, se abrazan, en sus bolsillos y en bolsas deplástico meten piedras y cascotes como recuerdo
el imperio se desmorona‒“todo cae al final” fue lo que
dijo volviendo a coger la manta del suelo
“la cuestión es quién coge las llaves”, los otroshacen ondear improvisadas banderas, cuelgan grandes
sábanas blancas en los balcones, se preguntan qué dirá
mañana el Pravda
encienden hogueras rituales, escuchan a Rostropóvichy se enamoran, al mismo tiempo
que un soldado novato con los ojos enrojecidosgrita “desertores” –“¿se dirige usted
a mí, señor?” y aprieta los puños con ira‒anuncios
“hay un malentendido”, volvió a pensarlo, “yo soy en realidad
de otra época y un enamorado de balas,de lluvias tóxicas, de sepulturas de héroes, y sin
embargo
un poco más y llegará
la primavera del cuerpo. Entonces,volveré”.
Avanzó taciturno dentro de la pantalla, un bosque
los anuncios, las series, los programas, tomó por la empinada senda,
alguien cavaba con sus manos la tierra pero a él no lo vio
invisible siguió avanzando entre los ausentesdejándole
al viento el encargo de repetir susurrando sutestamento:
expectandum nobis etian corporisver est, expectandum‒
Y la manta de cuadros en el suelo, un tablero de ajedrez vacío.
Imagen: www.festivalpoesiagranada.com
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