Tomasz Różycki: Uniendo geografía e imaginarios, por Xavier Farré


poesía polaca



Hay poetas que construyen los poemas de una pieza. Es una imagen, una metáfora o un pensamiento los elementos que constituyen la columna vertebral del poema. En los versos hay un desarrollo de la idea, o a veces una serie de variaciones alrededor de un eje común. Un ejemplo de este tipo de construcción poética lo encontraríamos en Wallace Stevens. Hay otros poetas que basan sus creaciones en la asociación de las ideas, no en la idea final. Sus poemas no intentan transmitir un solo concepto o pensamiento, sino que desembocan en una concatenación, una imagen lleva a otra. De esta manera, la imagen resultante no tiene que ser más importante que algunas de las que han aparecido a lo largo de la construcción. Nos puede sorprender más una imagen en un verso determinado. Puede servirnos como ejemplo la poesía del escocés John Burnside. Evidentemente, estas fronteras no son claras, sino tan sólo representan un elemento que nos dice más de la construcción que de la calidad de la poesía. Y todos los poetas, incluyendo a los mencionados, claro está, pueden servirse de una u otra estrategia.

Un autor que recurre con frecuencia a la combinación de ambas puede ser Wislawa Szymborska. Sin intentar llevar a cabo ninguna taxonomía, podríamos decir que hay otras construcciones del poema. Hay poetas que presentan una concatenación de imágenes, pero éstas no tienen aparentemente un sentido coherente entre sí, y se hace difícil averiguar cuál es el procedimiento en la mente del poeta que ha hecho que aparezcan una al lado de otra, o cuál es el objetivo al llegar al final del poema. Sería el caso de algunos poemas de John Ashbery, quizás del John Ashbery más imitado (mal) y más seguido por jóvenes poetas en algunas tradiciones. Hay poetas cuya obra adquiere una fuerza inaudita a través de la sentencia. Ya no es una imagen determinada, sino una afirmación, una sentencia que directamente deja de piedra al lector y le obliga a reflexionar hondamente sobre aquel hallazgo lingüístico. En este sentido, la obra de Joseph Brodsky alcanza cotas de una gran perfección. En este poeta ruso, la sentencia juega un papel fundamental. No podemos separar esta estrategia del efecto que quiere conseguir, la sorpresa (y en muchos casos, la admiración por una asociación de sentidos). Si seguimos en el último aspecto mencionado, el de la sorpresa, llegamos a otro tipo de construcción. El de los poetas que presentan todo un mundo ya en el primer verso, en la primera afirmación, en el primer verso. El primer verso-sentencia, provocador de sorpresa, que después se hilvana en una seria de imágenes para acabar en el ovillo de la imagen final. W. H. Auden sería el gran artífice de esta última clasificación. Aunque, como ya explicó Stephen Spender, muchos de los primeros versos de Auden (de la primera etapa, especialmente) se deben a un procedimiento bastante curioso, el de ir eliminando los versos que no les gustaban a sus dos primeros lectores a quienes confiaba la lectura (evidentemente, Stephen Spender era uno de ellos). Si tuviéramos que aplicar esta somera lista de estrategias poéticas a la obra de Tomasz Różycki, sin duda el autor polaco formaría parte de esta última clase. Różycki siempre parte del primer verso, que después va desarrollándose en una concatenación de imágenes, y con una coda final que no tiene por qué ser el resultado lógico de la suma de aquéllas. A la vez, presenta también los versos-sentencia que actúan como puntos de inflexión en el poema. Podemos observarlo en una reducida selección de primeros versos:

“Sigo esperando a una carta de allí, pero recibo otras. De los sobres…” (Post scriptum)
“Nunca he sabido morir. La inmortalidad…” (Después, en otra vida)
“Hoy me preparo para una búsqueda en el sur.” (Misión)
“Y después en el sótano cada noche hago esto de nuevo.” (Espectro)
“Poder en la repetición, estabilidad en la repetición.” (Repeticiones)
“Ni guache, ni aceite graso ni temples de vigilia,” (Astronomía)
“Ciertos tipos de vida en bellos decorados…” (Torre)
“Todo lo que nos dijeron no fue sino una mentira” (Antípodas)
“Aquí no estaremos mucho tiempo. Es un lugar de paso,…” (Novena canción)
“En los bellos días del fin del mundo, en algún lugar de Centroeuropa,” (Canción vigesimoprimera).
“De repente en medio de la ciudad aparece un volcán.” (Divinidad)
O también todo el ciclo de “Cuando empecé a escribir,…” y una serie de variantes “… aún no sabía”, “…en absoluto sabía”, “… nadie me dijo”, que representa un auténtico desafío a cualquier tipo de construcción metapoética.

En una entrevista concedida al periódico más popular de Polonia, Gazeta Wyborcza, Tomasz Różycki explicó la génesis de muchos de sus poemas. A la pregunta de: “La mayoría de tus poemas son sonetos. ¿No tienes ganas de salir alguna vez de este modelo?” que le formuló la periodista y también poeta Agnieszka Wolny-Hamkalo, Różycki responde: “Esto es porque la mayoría de los poemas los he pensado cuando iba de camino al trabajo, en invierno. Por el camino iba componiendo el poema, pero no tengo mucha memoria, así pues, a fin de poderlo recordar, el poema tenía que ser convenientemente breve y con ritmo, y algunas veces con rima. Cuando llegaba al trabajo, podía sentarme y escribirlo. No tengo las comodidades para sentarme y pensar poemas en mi escritorio, no tengo tiempo ni, en realidad, tampoco tengo escritorio. De esta manera ha surgido la mayoría de mis sonetos, sobre los que se ha discutido por si siguen el modelo francés, o más bien el inglés. Yo sigo pensando que es un soneto típicamente silesiano: más ancho por arriba, y más delgado por abajo”.

Una declaración que nos abre en realidad todo el mundo poético de Tomasz Różycki. Por una parte, la tradición poética, el formalismo que hay en su obra. A pesar de que los sonetos no siguen un esquema rígido, como ya dijimos en el anterior ensayo, hay una apertura de la tradición. Combina la rima asonante con la consonante, el ritmo es más bien silábico que silábico-tónico. En segundo lugar, el movimiento, el viaje constante que translucen sus poemas, el movimiento del mismo lenguaje, la concatenación de las imágenes, una seriación que se efectúa a través de los saltos de la conciencia (o del subconsciente). También, la estación, el tiempo. Różycki escribe principalmente, como aquí indica, en invierno – la verdadera estación, como dejó dicho Joseph Brodsky – y también el paisaje que predomina en los poemas es la variación del invierno. Éste, a diferencia del verano, y aunque pueda parecer paradójico, siempre nos aporta algún elemento nuevo, sobre todo en países como Polonia, donde el invierno no es una palabra desprovista de significado. Los constantes cambios, la nieve, la niebla, la lluvia (con un sinfín de variaciones, la lluvia helada, la lluvia de sirimiri, las lluvias torrenciales), el hielo y el deshielo. Una constante metamorfosis de todo los que nos rodea, de los árboles, de las calles. Cada día es diferente. Y son estas variaciones las que se pasean por los versos del autor polaco. Nos indica también en su respuesta la voluntad de poner en entredicho las clasificaciones, sobre todo cuando hablamos de los aspectos formales, como se ve claramente al hablar del tipo de soneto que cultiva. Y, finalmente, la ironía. Al utilizar el término de soneto silesiano no tan sólo hace uso de ésta, y no tan sólo expresa un afán de escaparse a ser encorsetado por los críticos, también es la ironía un vehículo para expresar su pertenencia, sus raíces que, en definitiva, no son tales, puesto que Różycki siente una cierta extrañeza dentro del mundo de la Silesia polaca. Así, el viaje y las raíces, la geografía externa y la geografía interna basculan para encontrar un equilibrio a través de la formulación de esta alteridad en el lenguaje.

Tal vez, en la época contemporánea, de realidades líquidas y de cuestionamientos de cualquier estabilidad, de parodias y de intentos de comprender el mundo que nos rodea, aunque sea mínimamente, la poesía de Różycki establece unos puentes que permiten ir mirando los diferentes puntos de orientación. Un puente de tablas, un puente que se va moviendo, y por lo tanto, nos movemos en él. Un puente donde mirar una y otra orilla, lo familiar y lo ajeno, la tradición y la innovación. Y cuando estamos en medio del puente, vislumbrar el abismo que se abre ante nuestros pies. Porque así es la poesía de Różycki, una poesía que nos enfrenta al vértigo de mirar la realidad que nos construye y la realidad que construimos.


La flota de su Majestad



Jugaba solo contra el ordenador, era
soberano en un pobre país de Centroeuropa,
convertido en potencia gracias a mi honrosa
política, el comercio, y también a la fuerza

de mis tropas, de la economía. Si libraba
guerras era por mor de evitar agresiones
enemigas, o en contra de países más torpes
y débiles, aquellos que había que mandar.

Tenía la administración, buenos tribunales,
(se cumplía la ley), una flota y colonias,
gozaba del respeto del mundo diplomático,
y también de mis súbditos. Nunca condené a nadie

sin causa, fuera de los enemigos públicos:
desertores, poetas, traidores, especuladores impúdicos.



Animales salvajes



Dejamos en torno a la casa tres escudillas
de leche. Esta noche vendrán a beber gatos
o algo más ligero, algo que reconocerás
porque no deja huellas. No haremos las maletas

eternamente, no huiremos, pues no hay huida.
Desplázate en tren, en coche, en avión,
a siete mil metros sobre el grasiento barro
de nuestras grises regiones natales, seguros
en la cabina insonorizada, con una limpia azafata
de cuidadas uñas, con una taza de Henessy,
con asientos regulables, auriculares, un murmullo
de negro jazz en el interior, e incluso así tendrás
una total descompresión. De golpe, el corazón lleno
de fuego saltará de las venas y estallará. Y estallará.



Ferrocarril



Toda la vida en el tren, o dos tal vez,
pues el cuerpo, llevado por el diablo, el hierro
y la rapidez, pierde mucho más que el tiempo,
claro está. Y la vista en nada, ya que en el paisaje

no hay punto de soporte, algo que nos permita
meterlo en un patrón, en un sistema
y librarlo a la física, pensar así que el mundo
tiene algún proceder y en este caso es justo

una máquina, completo. Así sería mejor.
Pero no, hay apéndices, algo que me liga
a la ciudad, al niño, a la mujer, otro sistema,
una matemática donde me multiplico

en diez clones, donde hay un error, algún defecto –
el corazón no late regular con el andén vacío.



El holandés errante



Y de nuevo París, rue Monge, la charlatanería
de los intelectuales, del todo impotente
ante la cantidad de quesos, cafés, ejércitos
de botellas polvorientas, ante la luz, la cama,

cien tipos de amor y doscientos de lujuria,
después postres y coñac. Los labios mordidos
de una chica en primera fila. Claramente, la lengua
nota el sabor, pero a su disposición tiene el vacío

de la metáfora, nada más. ¿Y quién crea del vacío?
De la nada, ¿una nada aún mayor? además, ¿la noche
lo multiplica por sí misma y de todo esto construye
ciudades llenas de nada, pisos, y en estos pisos

gente recortada del vacío, animales henchidos?
Y ellos, ¿a quién transportan? ¿A quién arrollan?

De: http://lanausea2000.blogspot.com.ar/2010/05/tomasz-rozycki-uniendo-geografia-e.html

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