Mostrando las entradas con la etiqueta poesía española. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta poesía española. Mostrar todas las entradas

Ángelica Morales | Mientras dormía salieron pájaros de mis oídos y otros poemas


Mientras dormía salieron pájaros de mis oídos      

 


Eran pequeñas porciones 
                        de carne 
                        y pluma 
que se pusieron 
a caminar en recto 
                        sobre la almohada. 
Era una generación
de músicos sordos
que no sabían volar.
No sabían hacer otra cosa
que entrar
y salir de mis oídos,
como quien sale de una jaula
                        y vuelve a entrar,
como quien cierra
la puerta de una cárcel
                        y vuelve a entrar,
como quien abandona
el nido de un amor
                        y le prende fuego
                        a sus canciones
                        mientras baila desnudo
                        en mitad de las llamas.
Eran pequeñas criaturas
sin nombre,
con el peso
de un dolor liviano,
con el peso
de una carta
perfumada de tambor,
con el peso
de una pierna amputada
que sigue buscando
el camino de regreso.
Aún los guardo
dentro de mi silencio,
comen lluvia en rama,
la soledad dormida del otoño,
el primer frío de la muerte.


 

Pudiera ser que el otoño sangre en la ciudad


 
 
Hoy comienza
un cambio de estación.
Hay maletas
arriba del armario
que aguardan la ropa vieja
                        o el sudor,
que esperan el hambre
de una polilla.
Allí he de guardar
el ruido más cálido
de una noche de agosto,
versos de Shakespeare
que no sé pronunciar en francés,
un cupón de la suerte.
Hoy la ciudad
despierta su lengua al frío,
sus mujeres tumban la herida
y pasean famélicas
por las aceras,
abrazando sus propios huesos,
sin reconocerse
en el cristal de los escaparates,
haciéndole la burla a la leche en flor
que hierve dentro de sus pezones.
Hoy habrá música de hojas
cayendo dentro
de una taza de té,
habrá ancianos
que pisen por primera vez un asilo.
Todos serán mayores
de ochenta años,
sabrán bailar tangos,
escupir sobre una palangana,
morder el corazón del trueno.
Hoy mi casa
se hace más pequeña
y hay un dolor cautivo
dentro de mis orejas,
como de burros lamiendo la sal
que no existe en la montaña,
como de obrero de la construcción
derribando tabiques
dentro de mi cabeza.
Hoy los pájaros me dan la espalda.
Hoy los árboles
desnudan el silbido de una serpiente,
mudan su alma de tierra blanca
por un hueco
de silenciosa negrura.
Mientras tanto...
                        Golpes en el televisor,
                        golpes de estado
                        en países que comen silencio
                        en llamas,
                        partidos políticos
                        que rompen su sexo en dos
                        y masturban ideas viejas
                        frente a un muro de metacrilato.
Hoy mi ciudad
es la misma ciudad de hace un año,
idéntica a la de hace un siglo,
con total seguridad,
no ha cambiado nada
desde que Dios puso aquí
                        el primer terror
                                    de sus lámparas.


 

Pero también puedo soñar cosas bellas dentro del fuego 

 



Alguien me pidió fuego
y yo saqué mi corazón
y se lo ofrecí.
Recuerdo
que en la calle
empezaban a caer
las primeras gotas
del otoño
y que una niña china
me sonrió
desde el escaparate metálico
de sus dientes.
Fue entonces
cuando empecé a escribir
este silencio,
cuando me puse a buscar
en el mapa
la lentitud mística
de los pájaros.
 
 
 

La ceguera de Dios



 
Mi casa está abierta a la ternura de la tarde.
Mi casa que es hueco lunar o lagartija reptando entre las manos del tiempo.
Tantas veces he visitado en sueños su ceniza, Dios amarillo,
como quien visita una tacita de té los domingos
o la pierna amputada de esa bailarina que sigue girando al borde de un puñal.
Mi casa que es de bronce y olvido y huele a leche caliente y vicks vaporub,
a tormenta que agita el alcohol de sus ángeles y un chocar de música lujuriosa.
¿Por qué tendremos tanto dolor cuando se nos muere una casa, una infancia, el pecho de una pared?
¿En qué cielo se tumba la órbita de nuestro llanto?
He de decirte, Dios amarillo, que mi casa está plena de fantasmas,
mujeres infelices que levantan la piel de sus vestidos
y brincan sobre el fémur de un cajón
donde las polillas se emborrachan de hambre.
Un día de estos tienes que contarme cómo es tu casa, Dios amarillo,
qué animal humano roe el hueso de tu corazón,
le da una patada a tu ceguera


ÁNGELICA MORALES
(1970, Teruel, España)
Imagen en deconcursos 




 

Viendo en particular: Ignacio Vleming

V     




Voy a enseñaros las postales que compran los turistas. 
Esto es exactamente lo que quiero deciros. 
Dos niñas con vestidos tradicionales 
no son un souvenir. 
Fuera de foco abren sus manos 
para pedir limosna. 
  
 

VI 




Los viejos bulevares son la parodia de lo que fueron,
porque perdidos en sus aceras
nosotros ignoramos el valor de los pasos,
el precio de unas botas cosidas en Tailandia
por menores de edad.
Sencillamente nos da lo mismo,
con ellas los pies vuelan
y los modelos flotan en las pantallas de los dispositivos.
¿Acaso no sabemos quién le limpia la mierda
al chico pelirrojo?
«No quiero que me griten los hijos de la inmigración».



VII




Pronto recordaremos las cúpulas, las torres
desmochadas, el viejo caserón que hacía esquina
sin el trino vivaz de los gorriones, al borde
del abismo de su extinción.
Las humaredas bajaron a los túneles del metro
y lamieron los muros. Esta mañana
hay polvo de oro en los párpados del revisor.






IGNACIO VLEMING
(1981, Madrid, España)
De: "La revolución exquisita", La Bella Varsovia, 2022
Enlaces: Letras Libres
Imagen en 3trsreinos
Publicación original: 11/1/2023

Pedro Alcarria: Enfermo de esperanza

Un paseo por el Louvre     




Es el error fatal de abrigar esperanzas: 
 
Siempre que voy al Louvre a iluminarme 
me asalta un ataque de furor. 
 
No perdono la belleza 
que es como una perra cariñosa 
saltando de alegría a mi lado. 

Y querría apalearla hasta la muerte,
por un repugnante juego de la inteligencia,
por el trino ambicioso de mi corazón.

Y me pongo a contar fábulas idiotas,
de las que no tengo fotos ni pruebas.

Todo para que el asno ascienda.

A menudo me arrepiento,
-sala tras sala del Louvre
de este arranque atrabiliario,
de esta flor de mi crimen,
de estos estúpidos augurios.

Maldiciendo por los pasillos del museo,
enfermo de esperanza.


Poeta español con una campera de cuero negro y una bufanda a cuadros negro y blancos. Mira sonriente a la cámara. La pared gris con algunos grafitis tiene pegado un afiche con el retrat de Ch. Baudelaire
PEDRO ALCARRIA (1975, Barcelona, España)
De: "París Berlín Roma, Ediciones Vitruvio, 2025
Fuente: Zenda Libros
Enlaces: Casa Bukowski | Pliego Suelto | Caravansari | Entreletras | Letralia
Imagen en Cocinando chacales
París Berlín Roma explora diversos paisajes urbanos y estados anímicos. El poemario se propone como un análisis de la condición poética en el contexto actual, presentando un diálogo entre la experiencia individual y la tradición literaria. Una obra que reflexiona sobre el sentido de la creación poética en un mundo en crisis, en el que las ciudades se transforman en escenarios de una memoria a menudo angustiosa. En Tres poemas de «Paris Berlín Roma» de Pedro Alcarria

Miriam Reyes



Estamos preparados para ver causa 
donde sólo hay azar 
 
la pasión por un tema o una disciplina 
el ritmo idéntico idéntico el sentido del humor 
ciertos puntos de vista 
ciertos vicios ciertas neurosis 
 
nos reconocemos en la misma incandescencia 
como si de pronto nos hubieran colocado 
frente a un espejo trucado para vernos mejor 

curiosamente los experimentos demuestran
que no es la razón sino el instinto
lo que nos hace buscar coherencia
y es más común más automático
y difícil de detectar
de lo que podamos reconocer
sin ruborizarnos

de ahí la importancia de permanecer alerta
ante los peligros de la falsa ilusión de sentido

una luz que suaviza las facciones
y disimula las marcas del tiempo
una corriente que nos arrastra
borrando las evidencias

por ejemplo yo a ti
ni te encontré ni te estaba esperando
por ejemplo yo y tú
ni tenía que ser ni no ser

Eso mismo.


Poeta Miriam Reyes con un lápiz en la boca
MIRIAM REYES
(1974, Orense, España)
Fuente: Revista Tarántula
Enlaces: Ardea | Bella durmiente | Miriam Reyes
Imagen en Altazor

David Fraguas


METRÓPOLIS     



Metrópolis es un cuadro delirante y oscuro, un cuadro oscuro y conmovedor, rojo y negro, parpadeante, un cuadro que pintó Georg Grosz, en Berlín, durante la Gran Guerra. 
 
La Gran Guerra, la guerra del gas mostaza y las hazañas del Barón Rojo. 
 
La guerra de las estatuas conmemorativas en las plazas de los pueblos franceses, las plazas adornadas con flores y placas con nombres de jóvenes que perdieron la vida.

Metrópolis es un libro de Thea von Harbou y una película muda, una película de entreguerras de Fritz Lang, inspirada en el libro de von Harbou.

Una película oscura y conmovedora: la historia de una autómata malvada, malvada como los futuros amigos de von Harbou, los grises aliados de los cristales rotos, malvada y hermosa como una replicante que anuncia el fin del mundo, hermosa la autómata y hermosa Thea von Harbou.

Metrópolis es una pequeña ciudad del condado de Massac, Illinois, y es la ciudad de Lois Lane, valiente reportera, amante de un tipo que viene de otro mundo, que fue criado en Kansas, en una granja a más de 5.000 millas de Verdún.

Verdún —en la región de la Lorena, en Francia—, el pueblo de la famosa batalla, casi un millón de cadáveres, un millón de vidas arrancadas por un golpe de viento, un millón de historias hermosas y conmovedoras, un millón de nombres en placas de estatuas conmemorativas.

Metrópolis es el nombre de una ciudad en llamas, el nombre de una sala de fiestas del Titanic, de una vieja colección de cromos futuristas, de un sueño y un fracaso llamado siglo XX.


ELVIS AARON PRESLEY



Elvis Aaron Presley murió el 16 de agosto de 1977, a los 42 años, en la ciudad de Memphis, Tennessee, de un infarto, de mezclar la vida con las noches a solas.

O murió en pleno invierno, camino de la iglesia de Santa Trinidad, en Viena, en un tren, a resguardo de la nieve, la nieve que golpea los cristales y recubre los nombres de las lápidas, el rastro sin memoria del futuro.

O quizá murió en un asilo de indigentes, un asilo en Buenos Aires, en las afueras Detroit, un asilo en las afueras en ruinas de Beirut, en un cuarto en penumbra, aferrado a un viejo transistor, aferrado con manos temblorosas a un viejo transistor marca Telefunken, escuchando la voz entrecortada de Gardel, la voz de Billy Holiday, la voz de Robert Johnson, la voz que con desidia, con nostalgia y desidia, deshoja una flor moribunda.

O tal vez no murió, tal vez, como muchos proclaman, Elvis no murió, y vive, o malvive, en un piso alquilado de Vallecas, un anciano de más de 80 años, quince pastillas al día, mísera pensión, paseo a media tarde, insomnio, soledad.

Un anciano que llega cada tarde a la misma tienda de discos, y escucha —los ojos a punto de llorar— el Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart, el Réquiem que sonó el 29 de marzo de 1827 en la iglesia de Santa Trinidad, en Viena, el día del funeral de Ludwig van Beethoven, el día del funeral de Elvis Aaron Presley, el día de hoy o de mañana, un día como tantos, vulgar, irrepetible: caldo de verduras, pescado, compota de manzana, paseo a media tarde, insomnio, soledad.


poesía española, Tierras extrañas
DAVID FRAGUAS
(1976, Madrid, España)
Imagen en El sastre de Apollinaire


Antonio M. Figueras


La vida por delante    




Mi perro 
es un cachorro 
incapaz de intuir 
que no ha venido 
para llevarse la vida 
por delante. 

Parece feliz,
ajeno a la necesidad
de tomar partido
en lo que sucede
en la plaza Maidan
o en Tahrir
o en el penúltimo desahucio.

Mi perro
ha destrozado
las muñecas rusas
que traje de Moscú.

Da la impresión
de que no le ha extrañado
que al final del misterio,
tras la última matrioshka,
no hubiera
nada.



Esta es mi generación



¿No veis que siempre acabamos haciendo todo aquello que queríamos evitar?
Agustín Sánchez Antequera


Hubo muchas noches
en los años setenta.
Los chulos de barra
se llevaban a todas
de calle.

Ahora ocupan localidad
con los héroes de Woodstock.
Es lo que tiene el tiempo,
que pone a cada cual en su lugar.

A mí me ha dado por pensar
que soy Ringo Starr,
que se ha muerto Paul
y que tengo la responsabilidad
de ser el último Beatle vivo.
El último y el más malo,
como le pasó a Alberti
con la generación del 27.



poesía actual, poesía contemporanea española
ANTONIO M. FIGUERAS (1965, Madrid, España)
Enlaces: Babab | Insólitos | Nueva Tribuna
Imagen en El sastre de Apollinaire

El biombo de Byron, o notas para una poética al modo de Pérec, por José Carlos Llop


Byron tenía un biombo en el que iba pegando con goma arábiga fragmentos de crónicas de la época, siluetas de boxeadores y recortes de bustos y figuras literarias, filosóficas o aristocráticas de entre los siglos XVII y XIX. Luego se tumbaba a descansar junto a él. Desde que descubrí la existencia del biombo de Byron, pensé que ese biombo era una suerte de poética contemporánea, porque la vida de un hombre contemporáneo es una vida hecha a base de fragmentos y el tiempo el diván donde a veces nos tumbamos para contemplarla. Recuerdo una frase que George Steiner le dijo a un periodista: ‘Se me ha reprochado con frecuencia y con vehemencia mi fascinación por el pasado... Calibro en todo su alcance el rigor y la precisión de tal reproche. Desgraciadamente, no me ha sido dado regir el tiempo verbal que rige mi sensibilidad. Una tarea ardua de memoria, de rememoración, de recuerdo, se impone a mí...’
Intento recordar el retrato del artista adolescente, o este verso de Péguy que leí en un ensayo sobre la casa: en los estantes de la memoria y en los secretos de los muebles.

Recuerdo que el primer poeta que tuve entre mis manos fue Rilke. Nunca me cansaré de agradecer ese encuentro. El libro era la Antología poética que publicó Austral en 1968 traducida por Jaime Ferreiro Alemparte, del que nada sabía entonces y nada supe después.

Recuerdo esa antología como un libro misterioso e inacabable, un territorio en el que me reconocí dueño de un secreto que tenía que desentrañar a lo largo de mi vida y supe también que ese era el único territorio del que no quería que me expulsaran jamás. Aquel secreto y se mostraba en todo su esplendor en las Elegías rilkeanas. Y en este verso del poeta: las cosas cercanas no se tomaban el trabajo de hacerse comprensibles para mí. El nombre de las cosas está antes que Rilke. Se contaba en casa que
la primera palabra que celebré fue Sputnik. Pero esto no es un recuerdo. Por lo visto corría por los pasillos recitando un mantra cósmico con entusiasmo. Sputnik, sputnik, sputnik... Mis padres no le
dieron la mayor importancia, algo que les agradezco mucho pues de haberlo hecho al revés, sospecho que toda mi vida hubiera querido ser un poeta vanguardista.
Lo que sí recuerdo es que aprendí en ciertas palabras de los Evangelios –lámparas de aceite, huerto, olivos, agua, vino, enfermedad, consuelo...– el sentido trascendente de la palabra. Y lo aprendí ahí, en
las palabras sencillas y no en la cámara de ecos solemnes que es a menudo el Antiguo Testamento –como lo es también la Historia– cuando dice que en el origen está el verbo. Y recuerdo que asocié esa
trascendencia a la esencialidad. Y que ambas eran el alimento de la poesía. Pero de ese aprendizaje me di cuenta muchos años más tarde. 

Recuerdo que el segundo poeta que tuve entre mis manos fue Bécquer. Recuerdo que pensé que era un hombre muy guapo al que las mujeres debieron de amar mucho. Del mismo modo que Rilke era un
hombre feo al que las mujeres sí amaron mucho o eso parecía con aquellas dedicatorias suyas, siempre a damas aristocráticas a ser posible con chateau y un gran jardín a ser posible lleno de rosales. 
Recuerdo que cuando leí a Bécquer pensé en los estudios y los nocturnos de Chopin –a quien entonces yo escuchaba tanto como a Bob Dylan o a Leonard Cohen–. Recuerdo que pensé en dos conceptos: luz y claridad. 

Recuerdo que la primera vez que leí el poema Luis de Baviera escucha Lohengrin, pensé que Cernuda se había adelantado a la estética novísima de los 70 como poco en quince años, y recuerdo también
que en ese poema hallé una forma de explicar el misterio que se celebra en el acto de creación poética, cosa que hasta entonces –yo debía de tener 16 años– no había leído en parte alguna. Los versos a los que me refiero dicen: Asiste a doble fiesta: una exterior, aquélla de que es testigo; otra interior allá en su mente, donde ambas se funden (como color y forma se funden en un cuerpo), componen una misma delicia. Así, razón y enigma, el poder le permite a solas escuchar las voces a su orden concertadas.
He citado la palabra misterio. Como citaré más adelante la palabra verdad. Porque la poesía es eso: un misterio y también una verdad. Sin misterio ni verdad no hay poesía.
El misterio siempre ha estado emparentado con la mística, como la poesía, y Einstein –que es, sospecho, como citar a Lichtenberg hablando de pararrayos– ya dijo que el misterio es la experiencia
más bella y profunda que pueda sentir el hombre. ...

Continúa en Fundación Juan March
Imagen en Babelio

Designed by OddThemes | Distributed by Blogger Template Redesigned by PRD