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Sharon Olds: Y después la paz

Sharon Olds


La timidez



Entonces, cuando nos unimos, me volví

más tímida. Me volví completa, gozosa,
y más tímida. Puede que haya brillado más, reflejado
más, y desde muy dentro de mí surgió
un resplandor que me atravesaba, pero yo no estaba
jugando, ahora. Me sentía como alguien
pequeño, debajo de las vigas de una Iglesia, o en
una catedral, los espacios abovedados del cuerpo
como un bosque sagrado. Estaba quieta cuando no estaba
haciendo esos sonidos metálicos, orbitales, oxidados,
los sonidos de acabar, en la bisagra de la materia con
lo que sea que no es materia. El me lleva a
acabar y acabar, como a otro mundo en el
centro de éste, y después, si él empieza a
acabar cuando estoy descansando siento
un asombro inmenso, casi siento
miedo, a veces por un momento siento
que no me debería mover, ni hacer ningún mido, como
si él estuviera solo, ahora,
aullando en una tierra salvaje,
y sin embargo sé que estamos en este lugar
juntos. Pensé, ahora es el momento
en el que podría volverme más amorosa, y mis manos
lo acariciaron tímidamente, secretas como el cielo,
y mi boca habló, y en la voz de mi
amado, por los huesos de mi cabeza, gimieron
campos, y me uní a él otra vez,
ni tímida, ni osada, liberada, entrando
al verdadero hogar, donde los árboles se inclinan hacia la
tierra y sin embargo siguen de pie, entonces estábamos acostados
jadeando, como a salvo de un desastre, y por instantes
sin fin, sucedió algo sobre lo que
había oído hablar, se me ocurrió
que no sabía que era ajena
a este hombre, no sabía que estaba sola.  



Última hora



En el medio de la noche, me hice una cama

en el piso, alineándola fielmente a mi madre,
la cabecera hacia las colinas, los pies hacia la Bahía donde
los pájaros vadean para buscar moluscos—me acosté,
y el primer cascabel de la muerte sonó
con su autoridad del desierto. Ella tenía ese aspecto de
niño cantor en un ventarrón,
pero su cara se había vuelto más material,
como si los tejidos, almacenados con su vida,
estuvieran siendo reemplazados desde algún abastecimiento general
de jaleas y resinas. Su cuerpo la respiraba,
crujidos y chasquidos de mucosidad, y después
ella no respiraba. A veces parecía
que no era mi madre, como si hubiera sido sustituida
por un ser más adecuado a esa tarea,
una criatura más simple y más calma, y sin embargo
saturada del anhelo de mi madre.
La palma de mi mano le rodeaba la coronilla
donde latía su corazón feroz, la otra mano sobre su
hombro pequeño, me mantuve a la par de ella,
y entonces empezó a apurarse,
a adelantarse, después se quedó quieta y su
lengua, manchada con motas de maná,
se levantó, y un jadeo se formó en su boca,
como si lo hubieran forzado a entrar, después la calma. Después otro
suspiro, como de alivio, y después
la paz. Esto siguió por un rato, como si ella estuviera
expresando, sin apuro,
sus sentimientos sobre este lugar, su tierna
y apesadumbrada conclusión, y después, contra
la palma de mi mano en su cabeza, el regalo de no
sufrir, ningún latido;
por momentos, sus labios parecían curvarse— y después sentí que ella no estaba ahí, sentí como si ella siempre hubiera querido escaparse y ahora se hubiera escapado.
Entonces se transformó,
despacio, en una cosa de hueso,
que marcaba el lugar donde ella había estado



The Shyness




Then, when we were joined, I became

shyer. I became completed, joyful,
and shyer. I may have shone more, refleeted
more, and from deep inside there rose
some glow passing steadily through me, but I was not
playing, now, I felt like someone
srnall, in a raftered church, or in
a cathedral, the vaulted spaces of ihe body
like a sacred woods. I was quiet when my throat was not
making those iron, orbital, rusted,
coming noises at the hinge of matter and
whatever is not matter. He takes me into
ending after ending like another world at the
center of this one, and then, if he begins to
end when I am resting I íeel awe, I almost feel
fear, sometimes for a moment I feel
I should not move, or make a sound, as
if he is alone, now,
howling in the wilderness,
and yet I know we are in this place
together. I thought, now is the moment
I could become more loving, and my hands moved shyly
over him, secret as heaven,
and my mouth spoke, and in my beloved’s
voice, by the bones of my head, the fields
groaned, and then I joined him again,
not shy, not bold, released, entering
he true home, where the trees bent down along the
ground and yet stand, then we lay together
panting, as if saved from some disaster, and for ceaseless
instants, it carne to pass what I have
heard about, it carne to me
that I did not know I was sepárate
from this man, I did not know I was lonely.



Last Hour




In the middle of the night, I made myself a bed

on the floor, aligning it true to my mother,
head to the hills, foot to tire Bay where the
wading birds forage for mollusks—I lay
down, and the first death-rattle sounded
its desert authority she had her
look of choirboy in a high wind,
but her face had become matteryer,
as if her tissues, stored with her life,
were being replaced from some general supply
of gels and rosins. Her body would breathe her,
crackle and hearth-snap of mucus, and then
she would not breathe. Sometimes it seemed
it was not my mother, as if she’d been changelinged
with a being more suited to the labor than she,
a creature plainer and caímer, and yet
saturated with the yearning of my mother.
Palm around the infant crown of her
scalp where her lieart fierce beat, palm to her
tiny shoulder, I held even with her,
and then she began to go more quickly,
to draw ahead, then she was still and her
tongue, spotted with manna spots,
lifted, and a gasp was made in her mouth,
as if forced in, then quiet. Then another
sigh, as if of relief, and then
peace. This went on for a while, as if she were
having out, in no hurry,
her feelings about this place, her tender
sorrowing completion, and then, against my
palm to her head, the resolving gift of no
suffering, no heartbeat;
for moments, her lips seemed to curve up—
and then I felt she was not there,
I felt as if she had always wanted
to escape and now she had escaped.
then she tumed,
slowly, to a thing of bone,
marking where she had been.



Otros poemas de SHARON OLDSaquí
De: "La materia de este mundo", Gog & Magog, 2015
Traducción: Inés Garland / Ignacio Di Tullio
Imagen: ABC

Sharon Olds

Sharon Olds


Hijos grandes




Uno desde una dirección, otro

desde otra, un día vuelven, juntos,
y de pronto mi cuerpo cabe
en el aire que ocupa, y mi cerebro
entra en mi cráneo otra vez, y mi mente
en mi cerebro, y sobre los relieves anticlinales de mi
mente juega la luz. La semana anterior en la playa había visto
un ser que al principio no pude nombrar,
una criatura baja, erguida, con una cabeza
redonda y el cuerpo echado hacia atrás y unas
extremidades cortas que destellaban a los lados y debajo
como las puntas de una estrella, tanto que parecía brillar,
titilar en la arena - era un pequeño
primate, y detrás de él venía otro,
más pequeño y más primitivo,
un guiño deslumbrante, centelleante,
era un bebé. Y ahora nuestra hija
duerme en el sillón, no siete kilos
seiscientos, sino más o menos de mi tamaño,
su cara maravillosa compleja delicada,
tranquila. Y nuestro hijo, anoche, miraba de cerca
a su enamorada mientras susurraban por un instante, qué tierna,
atenta mirada tenía. Los criamos
diariamente, quiero decir cada hora- cada minuto
éramos de ellos, ninguna hora pasaba en la que no estuviéramos
criándolos- llevándolos, soportándolos, alzándolos
en brazos, por placer, y para que pudieran ver,
más allá, lejos de nosotros.


De: "La materia de este mundo", Ediciones Gog & Magog, 2015
Traducción: Inés Garland e Ignacio Di Tullio



Grown children



One from one direction, one

from another, one day they come back, together,
and suddenly my body fits
in the air it is standing in, and my brain
fits in my skull again, and my mind
in my brain, and over the anticlines of my
mind light plays. Last week I had seen
a being on the beach I couldn't name at first,
a short, upright creature with a round
head and swaybacked torso and brief
appendages flashing to the sides and below
like the beams of a star, so it appeared to
sparkle,
to twinkle along the sand-it was a tiny
primate, and behind it along came another,
tinier and more primitive,
a dazzling winking, scintillating
along, it was a baby. And now our daughter
is sleep on the couch, not six pounds
thirteen ounces, but about my size,
her great complex, delicate face
relaxed. And our son, last night, looking elosely
at his sweetheart as they whispered for a moment, what a tender
listening look he had. We raised them
daily,  I mean hourly-every minute
we were theirs, no hour went by we were not
raising them-carrying them, bearing them, lifting them
up, for pleasure, and so they could see,
out, away from us.


Otros poemas de SHARON OLDS, aquí
Imagen: barclayagency.com

Sharon Olds: Pesados como presas


Estación 




Al volver del muelle después de escribir,
me acerqué a la casa,
y vi tu cara noble y alargada
a la luz de la lámpara con pantalla de pergamino
del color de la llama.

Tu mano elegante en la barba. Tus ojos
afilados me descubrieron en el césped. Miraste
como el lord mira hacia abajo desde una ventana angosta
y tu desciendes de los lores. Con calma, sin un
dejo de timidez, me examinaste,
la esposa que se escapa a escribir al muelle
ni bien uno de los niños se va a la cama,
y deja el otro a tu cargo.
                                                        
Tu boca
fina, flexible como el arco de un arquero,
no se curvó. Nos pasamos un largo rato
en la verdad de nuestra situación, los poemas
pesados como presas de una caza furtiva colgando de mis
manos.


De: Satán dice, 1980


La experta en babosas 




Cuando yo era una experta en babosas
apartaba las hojas de la hiedra, y buscaba la
gelatina desnuda de aquellos cuerpos verdosos,
extraños traslúcidos brillando sobre las
piedras, lentamente, sus cuerpos viscosos
a mi merced. Casi enteramente de agua, se encogían
hasta desaparecer si se los espolvoreaba con sal,
pero yo no estaba interesada en eso. Lo que me gustaba
era descorrer la hiedra, respirar el
aroma de la pared, y permanecer allí en silencio
hasta que la babosa olvidaba que yo estaba allí
y sacaba las antenas hacia arriba,
cuernos sombríos que relucían
emergiendo como telescopios, hasta que finalmente las
papilas sensibles aparecían por las puntas,
certeras e íntimas. Años después,
cuando vi por primera vez a un hombre desnudo,
suspiré de placer al ver ese callado
misterio representado otra vez, ese ser
lento y elegante saliendo de su escondite y
brillando en el aire oscuro, ansioso y tan
confiado que te haría llorar.


De: Los muertos y los vivos, 2006



Sra. Krikorian 




Ella me salvó. Cuando llegué a 6to. grado,
con fama de criminal, la nueva maestra
me pidió que me quedara después de hora el primer día de
clase, dijo
he oído hablar de tí. Era una mujer alta,
con una profunda grieta entre los pechos,
y una gran nariz calma. Dijo,
Este es un pase especial para la biblioteca.
Ni bien termines tu hora de trabajo—
esa hora de trabajo que me tomaba diez minutos
y después el diablo echaba un vistazo al cuarto
y me encontraba vacía, una casa abierta—
puedes ir a la biblioteca. A toda hora
yo hacía mi trabajo de un tirón y saltaba de mi asiento,
como si saltara del costado de Dios y navegaba
hacia la biblioteca, sola a través de los salones vacíos
y poderosos, mostraba mi pase
y me acercaba al diccionario
para buscar la palabra más interesante
que conocía, chirlo, hundía dos dedos
dentro del frasco de pasta de biblioteca para
chupar ese agrio pegamento mientras
llegaba a la página del cocker spaniel
con su pelaje sedoso enrulándose hacia arriba
como el vapor fino que sale del cuerpo.
Después de chirlo y pecho, pasaba a
Abe Lincoln y Hellen Keller,
a salvo en su bondad hasta el timbre, gracias
a la
Sra. Krikorian, giganta amable
de ojos buenos. Cuando me pidió que escribiera
una obra, y la dirigiera, y fue un fracaso, y me
escondí en el guardarropas, me trajo un dulce
como quien apoya una menta sobre la lengua, y hace que el
gusano
suba y salga del intestino a buscarlo.
Y así fui vaciada de Lucifer
y llenada de pegamento escolar y eros y
Amelia Earhart, salvada por la Sra. Krikorian.
¿Y quien había salvado a la Sra. Krikorian?
Cuando los turcos invadieron Armenia, ¿quién
la deslizó dentro de un edredón, quien
la encerró en un baúl, quien la despachó a América?
¿Y ese, el que la salvó a ella, y ese—
el que la salvó a ella, salvar al que
salvó a la Sra. Krikorian, que estaba
parada allí en el umbral de 6to. grado, un
ángel caderón, de cabello humeante
flotando alrededor de su cabeza?
Termino debiéndole mi alma a tantos,
a la nación Armenia, un alma más que alguien
empujó detrás de una estufa, enterró
en la grieta de una pared,
escondió bajo una cama. Me despertaba,
a la mañana, debajo de mi cama –sin
saber cómo había llegado allí—y me quedaba acostada
en la penumbra, las pelusas junto a mi cara
redondas y cenicientas, brillando apenas
con el consuelo inquietante de lo que no es ni bueno ni
malo. 


De: El manantial, 1996 


Sharon Olds
Traducciones de Inés Garland e Ignacio Di Tullio
Otros poemas de SHARON OLDSaquí
Imagen: www2.kutztown.edu

Sharon Olds: Pienso en mi adolescencia

Sharon Olds

Adolescencia



Cuando pienso en mi adolescencia,
pienso en el baño de aquel sórdido hotel
al que me llevaba mi novio en San Francisco.
Nunca había visto un baño así:
no tenía cortinas, ni toallas, ni espejo, solo
un lavamanos verde por la suciedad
y un inodoro amarillento, color óxido
–como algo en un experimento científico
donde se cultivan las plagas en los cuencos–.
En ese entonces el sexo era todavía un crimen.
Salía de mi residencia universitaria
hacia un destino falso,
me registraba en la posada con un nombre falso,
atravesaba el vestíbulo hasta ese baño
y me encerraba.
No lograba aprender a ponerme el diafragma,
lo decoraba como un ponqué con espermicida brillante
y me agachaba; se me caía de los dedos
y viajaba hasta una esquina,
para aterrizar en una depresión cóncava
como el nido de una rata.
Me inclinaba, lo recogía y lo lavaba,
lo lavaba hasta convertirlo en un domo frágil,
lo glaseaba de nuevo hasta que estuviera reluciente,
lo doblaba con su pequeño arco y
volaba por los aires, una esfera zumbante
como el anillo de Saturno,
me agachaba y me arrastraba para recuperarlo.
Eso es lo que veo cuando pienso en tener
dieciocho años, ese disco brillante
flotando en el aire, descendiendo, y me veo a mí misma
de rodillas, tratando de alcanzar mi vida.


Enlaces: El poeta ocasional
Fuente: www.elmalpensante.com
Imagen: www.thesundaytimes.com.uk

Sharon Olds: Poema al padre

Sharon Olds


Poema al padre  



De pronto te imaginé
de niño en aquella casa, habitaciones oscuras
y cálida chimenea con el hombre enfrente
callado. Te movías a través del grávido aire
con tu corpórea belleza, un chico de siete años,
indefenso, avispado, hubo cosas que el hombre
hizo cerca de ti, era tu padre,
el molde con el que fuiste creado. Abajo en el
sótano, los barriles de dulces manzanas,
cogidas del árbol en su momento álgido, se pudrieron
y descompusieron y por delante de la puerta del
sótano el arroyo corría y corría, y algo
no te fue dado, o algo te fue
robado, algo con lo que naciste, y hoy
incluso a tus 30 y 40 años te llevas
la oleosa medicina a tus labios
cada noche, ponzoña para ayudarte
a caer inconsciente. Siempre pensé que
la clave fue lo que nos hiciste
de adulto pero luego recordé a aquel niño
siendo moldeado frente al fuego, los
diminutos huesos de su alma
retorcidos y fracturados, los pequeños
tendones sujetando el corazón
partidos en dos. Y lo que ellos te hicieron
tú no me lo hiciste. Cuando ahora te amo,
me gusta pensar que estoy dando mi amor
directamente a ese chico de la habitación tórrida
como si ese amor pudiese alcanzarlo a tiempo.

Imagen: www.guardian.co.uk

Sharon Olds: Yo había perdido el lenguaje de los gestos

Sharon Olds



Sentimientos



Cuando el médico residente auscultó el corazón detenido
yo lo miré, como si él o yo 
fuéramos salvajes, fuéramos de otro mundo:
yo había perdido el lenguaje de los gestos,
no sabía qué significaba para un extraño
levantar la bata y ver el cuerpo desnudo de mi padre.
Mi rostro estaba mojado, el de mi padre
apenas húmedo con el sudor de su vida,
esos últimos minutos de trabajo duro.
Yo estaba recostada en la pared, en un rincón, 
y él estaba echado en la cama, los dos hacíamos algo, 
y todos los demás creían en el Dios Cristiano,
llamaban a mi padre la cáscara sobre la cama, 
sólo yo sabía que se había ido del todo, 
sólo yo le dije adiós a su cuerpo
que era todo cuanto él era. Sujeté con fuerza 
su pie, pensé en ese anciano esquimal
que sostiene la popa de la canoa mortuoria, 
y lo abandoné suavemente al mundo de las cosas.
Sentí la sequedad de sus labios 
en los míos, sentí la levedad de mi beso
mover su cabeza sobre la almohada
así como se mueven las cosas 
como por su propia cuenta en el agua mansa,
sentí sus cabellos de lobo en mis dedos,
se tambalearon las paredes, el piso, 
el techo giraba como si no estuviera yo 
saliendo del cuarto sino el cuarto
alejándose de mí. Me hubiera gustado
quedarme a su lado, cabalgar junto a él 
mientras lo llevaban al lugar donde lo cremarían,
verlo entrar a salvo al fuego,
tocar sus cenizas tibias, y después llevarme
el dedo hasta la lengua. A la mañana siguiente,
sentí el cuerpo de mi esposo
aplastándome dulcemente como una pesa 
sobre algo blando, una fruta, su cuerpo asiéndome 
a este mundo con firmeza. Sí, las lágrimas brotaron,
como el zumo o el azúcar de la fruta.
Se adelgaza la piel, se rompe, se rasga: hay
leyes en este mundo y según ellas vivimos.


SHARON OLDS (1942, San Francisco, California, Estados Unidos de Norteamérica)

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