El molino
El molino gris de metal y su depósito elevado de metal
se alzaba junto a la casa desde la noche de los tiempos
batían sus aspas con las brisas de otoño y primavera
batían en los ásperos vientos invernales del norte
que soplaban desde el Ártico
por todo el Medio Oeste
hasta la llanura central de Tejas
batían en el yunque
reseco del calor del verano
de noche era un ángel
inmenso quien –siempre en vigilia-
desplegaba sus alas
un inmenso despliegue sin testigos de angelicales tonos
azules luminiscentes traídos de las alas
de mariposas del Amazonas
granates y amarillos de mirlos hembra y lirios frescos
anaranjado de las tanagras
laurel, oro y fucsia resplandeciente
directamente ascendidos del amanecer
naranja quemado y rojos radiantes
del crepúsculo
fui secreto testigo de cómo el majestuoso ángel
batía sus alas desplegadas sobre nosotros
solamente en mis sueños
sueños que no me fue concedido recordar
hasta medio siglo después
un día un reactor surcando el cielo azul de Tejas
rompió la barrera del sonido
y el ángel cayó
y hubo un gran estrépito
y agua saliendo a borbotones
y una capa oxidada
de limoso sedimento de cien años
y hubo un trasplante
y el ángel recibió un nuevo corazón mecánico
ya no hubo
la medida del batimiento
en el aire
solo la medida del agua fría en la tierra
fluyendo hacia el viejo depósito de roca
dulce miel en la roca
Moisés sacando agua de la piedra
desvaído naranja y mugrientas manchas negras, zumbido de hábiles
avispas camino del agua
filtrada por la argamasa entre las piedras
y más tarde comprendí,
a partir de aquel día,
que quienes allí vivían trabajarían
todos los días de su vida
que nadie vive para siempre
palpitaba inadvertido el nuevo corazón
en el fondo del antiguo pozo
en la nueva oscuridad
no habría alas
ni espacio para alas
no se necesitaban
Traducción: Natalia Carbajosa