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Paula Meehan

Paula Meehan
poesía irlandesa con pelo blanco sobre fondo oscuro


MI PADRE VISLUMBRADO COMO UNA VISIÓN DE SAN FRANCISCO     


                                                                                                                            para Brendan Kennelly 


Fue el caballo overo en el jardín vecino 
el que me despertó asustada 
con su relincho madrugador. Estaba de nuevo 
en el trastero de la casa, 
que ahora es la habitación de mi hermano, 
lleno de vigas, suéters y secretos.
Las botellas tintinearon en el peldaño de la puerta,
el primer autobús se detuvo en la parada.
El resto de la casa dormía

a excepción de mi padre. Lo oí
rastrillar la ceniza del hogar,
enchufar la tetera, tararear un fragmento de canción.
Después abrió la puerta trasera
y salió al jardín.
El otoño casi había concluido, la primera escarcha
blanqueaba las tejas de la finca.
Él era mayor de lo que yo había supuesto,
tenía el cabello completamente plateado,
y por primera vez vi que encorvaba
los hombros, vi que tenía
las piernas rígidas. ¿Qué hace ahí,
tan temprano que hacia el oeste aún hay estrellas?

Entonces llegaron ellos: pájaros
de todos los tamaños, formas, colores; llegaron de
los setos y los arbustos,
de los aleros y los cobertizos de los jardines,
de los polígonos industriales, los campos lejanos,
llegaron de Dubber Cross
y de las cunetas de North Road.
El jardín se convirtió en un pandemonio
cuando mi padre levantó rápidamente las manos
y arrojó las migajas al aire. El sol
iluminó la chimenea de O’Reilly
y él resplandeció de pronto,
una perfecta visión de san Francisco,
sano, joven de nuevo,
en un jardín de Finglas.

Diego Muzzio: Pensaba en mi padre

Otitis     



Cuando me perforaron los tímpanos 
a causa de una otitis crónica 
viví durante un tiempo debajo del mar; 
un submarinista extraviado 
de regreso al cielo. 
La gente me hablaba y yo no respondía. 
Las montañas parecían más azules. 
Al salir del trabajo
paraba el auto al borde de la ruta
y fumaba mirando las nubes.
No escuchaba el tráfico
ni los tractores horadando los campos.
Los árboles eran más verdes.
Pensaba en mi padre.
Nunca nadie había pensado en él
en aquel lugar tan lejos de su tumba.
Después volvía al auto, lo ponía en marcha
y regresaba al camino.
En el asiento trasero mi padre
hablaba durante todo el trayecto de vuelta,
pero yo no podía escucharlo.
Mis oídos estaban llenos de su muerte.


Poema: Otitis,
Otros poemas de DIEGO MUZZIOaquí
Enlaces: Babab
Imagen en El paranoico esplendor



Louise Glück: Hablar por hablar

Louise Glück


Semejanza final     




La  última vez  que vi a mi padre  ambos hicimos lo mismo. 
El estaba parado en la puerta de su habitación, 
esperando que yo acabase de hablar por teléfono. 
Que él no estuviera pendiente a su reloj 
era una señal de que quería conversar. 

Conversar para nosotros siempre significó lo mismo. 
El decía algunas palabras, yo decía unas de vuelta.    
Y en eso consistía. 

Casi terminaba agosto, hacía mucho calor, mucha humedad.
Al lado los trabajadores arrojaban gravilla fresca  en la marquesina.

Mi padre y yo evitábamos estar solos;
No lográbamos conectarnos, hablar por hablar.
Era como si no existieran
otras posibilidades.
Así que esta era especial: cuando un hombre se esta muriendo,
hay de que hablar.    

Debe haber sido temprano en la mañana. De un lado a otro de la calle
los aspersores empezaron a funcionar. El camión del jardinero
apareció al final de la cuadra
hasta que se detuvo para estacionarse.

Mi padre quería contarme cómo era eso de morirse.
Dijo que no estaba sufriendo.
Dijo que se había quedado esperando el dolor, aguardando, pero nunca vino.
Lo único que sentía era una especie de debilidad.
Le dije lo mucho que me alegraba, que me parecía que tenía suerte.  
Algunos de los maridos se subían a sus autos (*) ir al trabajo.
No gente que conociéramos. Nuevas familias,
familias con niños pequeños.
Las amas de casa se paraban en la marquesina,  gritando o haciendo ademanes. 

Nos dijimos adiós como acostumbrábamos,
Sin abrazarnos, nada dramático.
Cuando el taxi vino, mis padres lo observaron desde la entrada,
Agarrados de las manos, mi mamá tirando besos como suele hacer,
ya que le molesta cuando una mano no se  está usando.
Pero por primera vez, mi padre no sólo se quedó parado ahí.
Esta vez saludó. 

Eso mismo hice yo en la puerta del taxi.
Como él, saludé para esconder el temblor de mi mano.



Otros poemas de LOUISE GLUÜCKaquí
Fuente: www.revistapingpong.org
Traducción: Frank Báez
Imagen: Poetry Foundation

(*) Me permito cambiar "carros" de la traducción original por "autos"

Enrique Solinas, un poema inédito

Río de la memoria, poesía argentina, muestra de poesía contemporánea


Río de la memoria     




Con el padre íbamos a pescar al rio, 
eran tiempos lejanos y violentos, 
como ya sabrás. 
Los peces desaparecían y nadie 
era capaz de preguntar por ellos. 
Yo prefería bañarme en el rio, 
que el río me abrace, me atraviese, 
entrar en su cuerpo, con la certeza 
de que nadie se baña dos veces 
en las mismas aguas.
El padre pescaba y luego,
devolvía al río sus peces.
“Cada cosa en su lugar”,
decía el padre,
“lo que viene del agua,
al agua debe ir”.
Con el padre íbamos a pescar al rio,
había peces de colores diversos,
como ya sabrás.
Yo tenía siete años y me creía pez,
compartía con ellos
un ritual incomprensible.
Había uno que siempre aparecía
y tenía el color de la esperanza.
Había uno que siempre se mostraba
y de repente desapareció.
Lo buscamos por toda la eternidad,
lo buscamos, lo buscamos
a lo largo y a lo ancho del rio.
Nadie quiso decir en dónde estaba.
Nadie pudo explicar
adónde van
los peces cuando mueren.
Y todavía hoy,
que ha pasado el tiempo,
cierro los ojos y recuerdo,
y me sumerjo en las aguas,
otra vez.
Viene hacia mí de nuevo
el pez de la esperanza.
Voy de nuevo hacia él,
como la única verdad posible.


ENRIQUE SOLINAS (1969, Buenos Aires, Argentina)
Enlaces:
Imagen: Facebook de ES. Foto de Guadalupe Grande



Li-Young Lee



Pequeño Padre



Enterré a mi padre
en el cielo.

Desde entonces, los pájaros

lo limpian y peinan cada mañana
y lo tapan con las sábanas hasta arriba
cada noche.

Enterré a mi padre bajo tierra.
Desde entonces, mis escaleras
sólo van hacia abajo
y toda la tierra se convirtió en una casa
cuyos cuartos son las horas, cuyas puertas
permanecen abiertas a la tarde, recibiendo
a un invitado tras otro.
A veces veo detrás de ellos
las mesas dispuestas para un casamiento.

Enterré a mi padre en mi corazón.
Ahora crece dentro mío mi extraño hijo,
mi pequeña raíz que no bebe leche,
pequeño y pálido pie hundido en la noche,
pequeño reloj que sale recién mojado
del fuego, pequeña uva, padre del futuro
vino, un hijo fruto de su propio hijo,
pequeño padre que rescato con mi vida.


LI-YOUNG LEE (1957, Jakarta, Indonesia. En 1964 su familia se instaló en los Estados Unidos de NA) 
Versión: Tom Maver
Fuente: www.hastadondellegalavoz.blogspot.com 
Imagen: Poet Mom







Little Father



I buried my father
in the sky.
Since then, the birds
clean and comb him every morning  
and pull the blanket up to his chin  
every night.

I buried my father underground.  
Since then, my ladders
only climb down,
and all the earth has become a house  
whose rooms are the hours, whose doors  
stand open at evening, receiving  
guest after guest.
Sometimes I see past them
to the tables spread for a wedding feast.
I buried my father in my heart.
Now he grows in me, my strange son,  
my little root who won’t drink milk,  
little pale foot sunk in unheard-of night,  
little clock spring newly wet
in the fire, little grape, parent to the future  
wine, a son the fruit of his own son,  
little father I ransom with my life.

Sharon Olds: Poema al padre

Sharon Olds


Poema al padre  



De pronto te imaginé
de niño en aquella casa, habitaciones oscuras
y cálida chimenea con el hombre enfrente
callado. Te movías a través del grávido aire
con tu corpórea belleza, un chico de siete años,
indefenso, avispado, hubo cosas que el hombre
hizo cerca de ti, era tu padre,
el molde con el que fuiste creado. Abajo en el
sótano, los barriles de dulces manzanas,
cogidas del árbol en su momento álgido, se pudrieron
y descompusieron y por delante de la puerta del
sótano el arroyo corría y corría, y algo
no te fue dado, o algo te fue
robado, algo con lo que naciste, y hoy
incluso a tus 30 y 40 años te llevas
la oleosa medicina a tus labios
cada noche, ponzoña para ayudarte
a caer inconsciente. Siempre pensé que
la clave fue lo que nos hiciste
de adulto pero luego recordé a aquel niño
siendo moldeado frente al fuego, los
diminutos huesos de su alma
retorcidos y fracturados, los pequeños
tendones sujetando el corazón
partidos en dos. Y lo que ellos te hicieron
tú no me lo hiciste. Cuando ahora te amo,
me gusta pensar que estoy dando mi amor
directamente a ese chico de la habitación tórrida
como si ese amor pudiese alcanzarlo a tiempo.

Imagen: www.guardian.co.uk

Sharon Olds: Yo había perdido el lenguaje de los gestos

Sharon Olds



Sentimientos



Cuando el médico residente auscultó el corazón detenido
yo lo miré, como si él o yo 
fuéramos salvajes, fuéramos de otro mundo:
yo había perdido el lenguaje de los gestos,
no sabía qué significaba para un extraño
levantar la bata y ver el cuerpo desnudo de mi padre.
Mi rostro estaba mojado, el de mi padre
apenas húmedo con el sudor de su vida,
esos últimos minutos de trabajo duro.
Yo estaba recostada en la pared, en un rincón, 
y él estaba echado en la cama, los dos hacíamos algo, 
y todos los demás creían en el Dios Cristiano,
llamaban a mi padre la cáscara sobre la cama, 
sólo yo sabía que se había ido del todo, 
sólo yo le dije adiós a su cuerpo
que era todo cuanto él era. Sujeté con fuerza 
su pie, pensé en ese anciano esquimal
que sostiene la popa de la canoa mortuoria, 
y lo abandoné suavemente al mundo de las cosas.
Sentí la sequedad de sus labios 
en los míos, sentí la levedad de mi beso
mover su cabeza sobre la almohada
así como se mueven las cosas 
como por su propia cuenta en el agua mansa,
sentí sus cabellos de lobo en mis dedos,
se tambalearon las paredes, el piso, 
el techo giraba como si no estuviera yo 
saliendo del cuarto sino el cuarto
alejándose de mí. Me hubiera gustado
quedarme a su lado, cabalgar junto a él 
mientras lo llevaban al lugar donde lo cremarían,
verlo entrar a salvo al fuego,
tocar sus cenizas tibias, y después llevarme
el dedo hasta la lengua. A la mañana siguiente,
sentí el cuerpo de mi esposo
aplastándome dulcemente como una pesa 
sobre algo blando, una fruta, su cuerpo asiéndome 
a este mundo con firmeza. Sí, las lágrimas brotaron,
como el zumo o el azúcar de la fruta.
Se adelgaza la piel, se rompe, se rasga: hay
leyes en este mundo y según ellas vivimos.


SHARON OLDS (1942, San Francisco, California, Estados Unidos de Norteamérica)

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