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Ada Trzeciakowska traduce a Philip Levine


El último paso     




Una vez fui un diminuto grano 
de fuego ardiendo en la orilla 
del día, y esperé en silencio 
hasta que el amanecer me liberó 
para trepar hacia la luz. 
Aquí, en el brillante huerto, 
las naranjas de piel gruesa 
dormitan en la luz invernal, 
las rosas tardías rasgan el viento, 
y la sangre llueve en 
los prados de hierba invernal. 
 
Creía que encontraría a mi padre
y mano a mano mediríamos los pasos
de la vida de un niño, creía que el aire,
cristalino en torno a nosotros, sostendría
sus palabras hasta que devinieran
yo, y jamás caerían en el olvido.
Creía que la lluvia estaba lejos
bajo otro cielo. Creía
que para hacerme hombre
solo hacía falta esperar, y los años,
acumulándose lentamente, me llevarían allí.

Me llevaron a otro lugar.
La higuera torcida, el almendro,
aún sin su corona blanca, el lento
serpenteo de la vid alzándose
al cielo nos acompañan
por un tiempo, pero nada recorre
el camino entero. Ni siquiera el caracol que
se desbaba a muerte sobre una piedra plana
o el pequeño gorrión que cae del
nido y destella entre la hierba amarilla.
El último paso, como la llegada,
es solitario, en la oscuridad y sin canción.



THE LAST STEP 




Once I was a small grain
of fire burning on the rim
of day, and I waited in silence
until the dawn released me
and I climbed into the light.
Here, in the brilliant orchard,
the thick-skinned oranges
doze in winter light,
late roses shred the wind,
and blood rains into
the meadows of winter grass.

I thought I would find my father
and hand in hand we would pace off
a child’s life, I thought the air,
crystal around us, would hold
his words until they became
me, never to be forgotten.
I thought the rain was far off
under another sky.  I thought
that to become a man I
had only to wait, and the years,
gathering slowly, would take me there.

They took me somewhere else.
The twisted fig tree, the almond,
not yet white crowned, the slow
tendrils of grape reaching
into the sky are companions
for a time, but nothing goes
the whole way.  Not even the snail
smeared to death on a flat rock
or the tiny sparrow fallen from
the nest and flaring the yellow grass.
The last step, like an entrance,
is alone, in darkness, and without song



poesía norteamericana., The last step
Otros poemas de PHILIP LEVINEaquí
Traducción: Ada Trzeciakowska   
Fuente: Ada Lírica
Imagen en New York Times



Philip Levine: Mi abuelo lo llamaba reloj para el buen vestir...

poesía norteamericana

Herencia



A un Bulova rectangular, mi abuelo
lo llamaba reloj para el buen vestir. Yo lo usé durante años
y aunque no daba bien la hora
yo apreciaba el sentido de comunidad
que ofrecía, la hermosura de ciertos números –
el siete especialmente, la forma en que se inclinaba
a su labor sutil y nunca cambiaba
y significaba exactamente lo que era
y no más. En mis sueños aprendí
que solo el reloj, el círculo
de fresnos que me rodeaba, el pasto
pinchándome los pies descalzos y por supuesto
mi desnudez eran necesarios, aunque
cosa común y corriente. Al acabar mi juventud,
todavía creía que todo en los sueños
significaba algo que podía analizar para descubrir
quién era yo.

Mientras escribo estas palabras

en sepia, en una página a rayas, no tengo
idea de por qué han cobrado la forma
que les di, algunas en cursiva, otras no,
algunas articuladas elegantemente, otras, simples,
muchas totalmente inútiles. Siguieron trabajando
lo mejor que podían, la Parker 51
que pasó su mayoría de edad volviendo
al idish o el reloj
que finalmente alzó sus barrocos brazos gemelos,
se rindió al infinito y se detuvo
sin decir palabra. La Parker trabaja aún
y no hay de qué culparla. En los días buenos
trabaja mejor que yo y cuando gotea,
gotea solo tinta, sin dejar de decir
la palabra más adecuada.

Cuando era niño me metía sigilosamente

en el dormitorio de mi abuelo, encontraba el reloj
en un estuche de terciopelo, le daba cuerda, me lo acercaba
a cada oído – en ese entonces, ambos funcionaban –
para oír su música, las ruedas y ejes
enjoyados que mantenían vivas las horas.
Hay todavía mucho placer en estas piezas
de aquella época: el reloj,
la Parker, el pequeño cortaplumas
que él usaba para separar la verdad de las mentiras,
la boquilla de marfil del cigarrillo –
un regalo, aseguraba, de Franklin D. Roosevelt
que lo confundió con un famoso
violinista ruso. Las puedo llamar
“infinitas riquezas en un cuarto pequeño”
o hacer grandiosa la cosa y considerarlas
como fragmentos de un gran misterio
en vez de lo que en verdad son,
amuletos sin magia.



Inheritance



A rectangular Bulova, my Zeide
called a dress watch, I wore it for years,
and though it gave the wrong time
I treasured the sense of community
it offered, the beauty of certain numerals –
the seven especially, the way it leaned
into its subtle work and never changed,
and signified exactly what it was
and no more. In dreams I learned
that only the watch and the circle
of ash trees surrounding me, and the grass
prodding my bare feet, and of course
my nakedness were necessary, though
common. Just surrendering my youth,
I still believed everything in dreams
meant something I could parse to discover
who we were.
s I write these words
in sepia across a lined page I have
no idea why they’ve taken the shape
I’ve given them, some cursive, some not,
some elegantly articulated, others plain,
many of no use at all. They go on working
as best they can, like the Parker 51
that spent its coming of age stumbling
backwards into Yiddish or the Bulova
that finally threw up its twin baroque arms
in surrender to the infinite and quit
without a word. The Parker still works
and is never to blame. On good days
it works better than I, and when it leaks
it leaks only ink, never a word best
left unsaid.
As a boy I would steal
into Zeide’s bedroom, find the watch
in a velvet box, wind it, hold it
to each ear – back then both worked –
to hear its music, the jeweled wheels
and axles that kept time alive.
There is still such joy in these tokens
from back of beyond: the watch,
the Parker pen, the tiny pocket knife
he used to separate truth from lies,
the ivory cigarette holder –
a gift, he claimed, from FDR
who mistook him for a famous
Russian violinist. I could call them
“Infinite riches in a little room”
or go cosmic and regard them
as fragments of a great mystery
instead of what they are,
amulets against nothing.

Otro poema de PHILIP LEVINEaquí
Traducción: Adam Gai
Enlaces: Círculo de Poesía / Otra iglesia es imposible
Imagen: LaPatilla

Philip Levine

Philip Levine


No pidas nada



En vez de caminar solo por la noche
hacia los suburbios y el campo
duerme bajo el cielo del ocaso;
el polvo que levantan tus pasos
se transforma en lluvia dorada
que cae sobre la tierra como regalo
de un dios desconocido.
Los plátanos a lo largo del dique,
los escasos álamos del valle, aguantan
la respiración cuando cruzas el puente
de madera que no conduce a un
solo lugar donde no hayas estado, pues este
paseo se repite al menos una vez al día si no más.
Esa es la razón de que más allá
de la primera hilera de colinas
donde nunca creció nada, hombres y mujeres
montando mulas, caballos, algunos incluso
a pie, toda tu perdida familia a la que
nunca rezaste para ver, recen para verte,
canten para acercar la luz de la luna
a los últimos rayos del sol. Detrás de ti
parpadean las ventanas de la ciudad,
los hogares se cierran; mientras ante ti las voces
se van apagando como música sobre
aguas profundas, y desparecen;
incluso los rápidos, cernidos pinzones
se han convertido en humo, y la solitaria
carretera iluminada por la luna
conduce a cualquier lugar. 


PHILIP LEVINE (1928, Detroit, Michigan / 2015, Fresno, California, Estados Unidos de NA) 
Traducción: Alberto Infante
Fuente: http://manuelrico.blogspot.com.ar/2014/09/noticia-de-philip-levine-poeta.html
Imagen: http://thephilanews.com

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