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Marcelo Leites

III 







La lenta irradiación de la luz

entra al cuarto en penumbras,

filtrada por el tono ocre

de las hojas que caen

de los árboles del jardín.

Todavía no amanece sin embargo.

Es más bien la sensación

de que hay otro cuerpo contiguo.

Un resplandor efímero,

un espejismo.

Como si el hecho de que el cuarto

se ilumine no dependiera del sol,

sino de la posibilidad de verlo

bajo ciertas circunstancias.

¿Pero cómo se habla del sol

cuando sólo hay oscuridad?



Durante media hora

mirás El jardinero está arreglando el jardín

de Lucio Fontana en un Museo de Buenos

Aires, como si intuyeras que detrás

de esa rajadura negra con fondo sepia

ibas a estar vos con un jardín propio,

y como si la rajadura te interesara

tanto o más que el jardín,

tan invisible como el del cuadro.



El tiempo es un cuchillo filoso

y el espacio, un desierto

que no pudimos atravesar.

Los cactus también se secan

tarde o temprano

como el amor.










Marcelo Leites

De: "Adentro y afuera", Barnacle, 2019

Otros poemas de MARCELO LEITESaquí

Enlaces: La biblioteca de Marcelo Leites | Otra iglesia es imposible



Marcelo Leites



Soy

(Inédito)


Soy mi cara en el espejo
mi cara detrás del espejo
soy lo que no se ve a simple vista
soy tus ojos en los que me miro
soy la palabra de un dios agonizante
soy un animal que apenas aprendió a caminar
soy otro lugar al que todavía no llego
soy el grito callado de la muerte,
el que muerde las lentas letanías del letargo,
el agua deslizándose por las grietas
de la tierra trémula.
Soy la sombra silenciosa
de una calle oscura,
el que se encuentra
después de un largo viaje.
Soy el que duda
más allá de los límites del cuerpo.
Soy mis manos y mis piernas.
Soy el que se afirma donde no estoy.
Soy el que mira el horizonte
que se corre cada vez más lejos.
Soy cerca y soy lejos
Soy el otro que fui una vez
y el que seré si soy
Soy todo lo que no puedo dejar de ser
Soy el margen de mí mismo
soy
soy
soy afuera
y soy adentro.


Ruido de fondo



Frigia baila con Espartaco.
Gradualmente se quita la malla
y queda desnuda.
Gira, corre, camina, torsiona su cuerpo
alrededor de Espartaco.
Lo envuelve, lo cerca, lo roza con sus pechos
y sus movimientos son sólo una promesa
que se aleja cuando él quiere tocarla.
Espartaco gira alrededor de Frigia
con saltos cada vez más insinuantes
hasta quedar él también desnudo.
Los dos esclavos bailan 
lejos del poder de los romanos
un Adagio que tensiona la orquesta
hasta el límite de las cuerdas
hasta el límite de los cuerpos
hasta el límite del deseo,
pero los movimientos tienen la ingravidez
de las gotas de agua desprendiéndose
del tallo delicado de una planta
y se frotan las manos y los sexos
mirándose hasta perderse en el otro
se huelen se tocan se lamen
y sudorosos vuelan por el escenario.
Espartaco sabe que la muerte se acerca.
¿Qué escuchás en el Adagio? ¿La música?
¿El movimiento de los cuerpos
su ruido de fondo
o sólo lo que está en la superficie?


Tanque australiano




X


Quietud aún inquieta.
Quietud de las cosas.
Inquieto el ojo traduce
un estado de reposo,
un estado de total simplicidad
(que cuesta simplemente todo).
El tanque australiano es argentino,
el tanque no es de guerra
sino de agua.
El ojo percibe más que la mente.
Antes, en el principio estaba
el tanque con su agua pródiga,
pero nadie lo veía.
Ver significa detenerse,
olvidarse de vivir,
y quedarse ahí, dentro del tanque
para siempre.


Otros poemas de MARCELO LEITES
Imagen: Facebook de ML

Marcelo Leites



Moebius




Y ahora el sonido de las olas llega
en forma de relente desde la árida
superficie de la roca en la que
se ignora si alguna vez hubo
un sonido de olas y una mujer
acostada sobre la arena insistente
zumba sin embargo como una mosca y trae
olor de té helado y dos labios
pegados a las tazas y líquido amarillo
que entra a la garganta lentamente
mientras la arena ya no es arena
y el sonido de las olas llega sólo
después en forma de relente
a otra playa a esta noche
y no se sabe si ocurrió algo
o si las olas son imaginarias a la distancia
donde una mujer todavía espera
acostada en la arena y la taza de té
sube amarillo hasta su garganta
y no hay nadie con ella salvo el sabor húmedo
que vuelve como una sombra que no termina
de sacarse, de encima y la roca deja lugar
al corazón del hombre del que se ignora todo
salvo que alguna vez estuvo no se sabe si estuvo
en una playa no se sabe si imaginaria
donde el sonido de las olas en forma de relente
llegaba después a su memoria
y la mujer en la arena se delineaba
en otro espacio donde el desierto
habrá tenido lugar






MARCELO LEITES (1963, Concordia, Provincia de Entre Ríos, Argentina)
De: Ruido de fondo, Trópico Sur, Asunción, Paraguay, 2001
Imagen: autoresdeconcordia.com.ar



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