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Claudia Prado: Lo primero es la casa y la voz de su madre ¿la voz de su madre y la luz? ¿el golpe de luz al levantar la persiana?

pájaro azul. Ariel 




Lo primero es la casa 
y la voz de su madre ¿la voz  
de su madre y la luz? ¿el golpe de luz 
al levantar la persiana?  
Nos despertaba y siempre 
decía algún verso. Él habla rápido  
y, en lo que va del por ejemplo 
al ejemplo de lo que ella  
podía decir una mañana  
espero las palabras que hicieron  
de mi amigo el que conozco, este  
que camina por una ciudad mediana  
este que incendia después la soledad 
llenando con letra manuscrita sus papeles.  
El ejemplo llega y no son versos.  
Mientras la primera luz  
entraba al cuarto 
su mamá decía: A levantarse 
que pájaro azul ya está en el mate. 
Supe después que pájaro azul  
era una yerba. Y cuando la vi 
por supuesto, me compré un paquete. 
No explica más, pero yo entiendo: 
Si la poesía 
es en parte convicción,  
por qué no serían versos  
los de la publicidad de yerba. 
A una línea la sigue otra línea, 
una vida de escribirlas, la letra  
manuscrita en el cuaderno. 



las cuentas. Emiliano 



Les hace dar tantas vueltas a la casa 
como errores en las cuentas  
hayan cometido. 
El hombre manda sin moverse 
la gordura incrustada en el asiento  
en el cuerpo un temblor 
que viene de su brazo, de la mano  
con que agita su sombrero en abanico. 
Ellos corren y la tierra  
se les pega a los mocos, en las lágrimas.  
Cansados, se quedan un ratito 
del otro lado de la casa 
ahí no puede verlos, hermanos  
compartiendo una vergüenza  
ni se miran. 
Pero el niño comerciante  
hace otras cuentas en silencio 
a cada vuelta sumas largas sin errores 
cuánto alambre, latas, chapa 
podría vender a los gitanos 
si espera a que regresen, si acumula    
todo el año. Podría incluso 
huir con la ganancia. ¿Y si no vienen? 
El hombre ahora está quieto, está dormido 
ellos siguen dando vueltas a la casa 
después se sientan a la sombra 
al otro lado.  



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Claudia Prado





Claudia Prado




un ojo. Aidé, Jéssica, Daniella






El muñeco preferido, de trapo

o de peluche, envejece. Los colores

más lavados, las costuras flojas,

se lo nota desganado en el abrazo.

Un día pierde un ojo. Es difícil

sostener esa mirada

incompleta. Si le faltase

una cosa singular como la boca

lo hubiesen aceptado diferente.

Pero todavía

conserva el brillo de una cuenta

de plástico, ahora sola

y el otro lado de la cara liso.

El ojo que falta no aparece, no rodó

a ningún rincón, no está

debajo de la cama

donde comprueban,

de paso y con alivio, que no vive

ese espanto de mujer

la del rostro oculto bajo el pelo.

No, no hay nada brillante

en los rincones, nada oscuro

solo un poco de pelusa.




piedritas




Busco piedras lisas

para vos en la orilla del lago,

las busco con la vista

y estiro la mano hasta alcanzarlas

a través de la distancia

engañosa del agua.

De a ratos parece

que voy a descubrir el secreto

de la erosión y el moldeado:

las que necesito son verdes o esas

rojas que fueron ladrillos

o estas blancas de arcilla porosa,

piedritas iguales

a las que había cerca de casa.

Aparecen solas,

simples en su cama de arena

o en un montón variado, el borde

trabado bajo una roca grande.

A veces una lleva a otra, el color

empieza a repetirse

y no puedo detenerme

si no las alzo a todas, hago

movimientos rápidos

porque los dedos no toleran

la temperatura del agua,

pero sólo cuando la giro al sol

puedo saber si ésta

que brilla en mi palma

es la que buscaba,

una piedra tan lisa, tan plana

que pueda  volar

desde tu mano chiquita,

rebotar una, dos, cinco veces

y volver a perderse

en el fondo del lago






Claudia Prado (1972, Puerto Madyn, Chubut, Argentina)

Fuente: El infinito viajar, Bariloche 2000 / f Silvina López Medín



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