Alberto Cisnero: Simulacros convertidos en poemas


carver 




carver en parís. y el río que presuroso 
corre ante ellos. y más allá el sol 
se hunde en el ocaso: no podrían 
existir sin vos, le dice y desprende 
la ceniza del cigarrillo; y que acaso 
el mundo les deba una pensión 
vitalicia a tantos perritos de entrecasa 
que expresan ideas definitivas 
con tono vacilante ante un público 
que no existe más que en su imaginación 
mientras se dirigen a la fama, 
a las giras mundiales; alguien comprará 
lo que escriban, muchachos
(luego farfullan y sonríen bajo 
la llovizna helada); y supongamos,
sin mirar una vez hacia atrás, para no 
volver nunca más, hablando a través 
de volutas de humo mientras ocurre 
la combustión de hebras y pulpa, 
que fuesen más verdaderas 
las palabras, más firme el recodo 
de oscuridad y que nos bastase 
con nuestras camperas de cuero, 
nuestras drogas y nuestras arrugas,
incluso con el mal, aunque sin incitar 
la piedad, no, a menos que la gracia 
lograse captarnos; eso supone algo 
que deberemos averiguar por nosotros 
mismos, encontrar al fin un final feliz,
en lo posible por medios decentes 
y dentro de cierta legalidad; 
lo mejor sería responder eneo 
a todo, y que todo cuanto digamos 
estemos dispuestos a firmarlo después; 
eneo mientras nuestros cuerpos 
se mantengan en posición vertical, 
ladeados los sombreros, ocultándonos 
la cara, dormitando en la sombra 
de los portales, inventando otros 
personajes para contar sus historias. 
con tinta o con sangre en las propias 
manos: había una vez un hombre, etcétera;
con la secreta misión de alterar 
la estructura del universo y lo que acontece 
en nuestro sistema nervioso, 
no alcanza con asumir el riesgo, 
requiere valor, desconocer el punto 
de vista de la crítica especializada 
al respecto; y de los mercaderes,
banqueros y representantes del pueblo, 
aventuras en el circuito del hampa; 
y hoy un día tan feo y tan bello no 
hemos visto; era acá, hace ya demasiados. 
días, en el fracaso pero no en la derrota. 
sabemos dónde estábamos, dónde 
estaríamos, dónde estaremos esperando; 
tal dato quizá conlleve algún signo, 
aunque rante, o tal vez sólo se trata
de nuestra fantasía, el empapelado hecho 
trizas de las paredes, sucio del hollín 
de la chimenea, sus flores decoloradas 
y armarios que nunca logramos cerrar 
con llave; tantos vidrios rotos 
en los ventanucos, tantas despedidas, 
tantas ciudades de cuyos nombres 
no guardamos ya el recuerdo; simulacros 
convertidos en poemas por muchachas 
de quienes suponíamos estar prendados, 
proposiciones de casamiento y otras
menos deshonestas (soñando sueños 
que siempre terminaron mal);
eran planes perfectos, sólo que habían 
sido perpetrados de cualquier manera;
igual nunca bebimos como los demás
y tampoco logramos adaptarnos 
como ellos; si alguien decía querernos, 
agradecíamos, y luego extrañábamos 
de lo meticuloso a lo burdo, como ancianos 
melancólicos y resignados, como la lluvia 
cuando cae, como quienes intentan 
protegerse de algo; luego simplemente 
rompíamos nuestra palabra, simplemente
nos alejábamos; también recordamos 
verlas marcharse sin tornar a mirar 
en nuestra dirección; ningún otro ademán,
renuencia o postrer saludo; y nada salvo 
a su alrededor, salvo fotografías rasgadas 
de dos desconocidos; habría de cobrar 
sentido en algún momento la misma 
luz de antaño sobre túmulos, puentes, 
bulevares, aquella torre, aquel molino; 
a unas palabras responderemos con otras,
o repetiremos frases extranjeras, antiguas 
y perdidas; y sólo muchos años después, 
abstraídos en un libro, con un libro sobre 
las rodillas, alzando los ojos de un libro, 
abriendo un libro, en el atardecer todavía 
luminoso de abril, nuestras palabras 
aludirán a que no nos estábamos 
volviendo más jóvenes y a que creímos 
haber recordado algo muy lejano, 
que nos acompañaría siempre en la vida. 
son las cambiantes hipótesis de la mente, 
igual a ver mecerse las lilas en una tela. 
no giran como la tierra; silencio, tres 
veces silencio; se puede ir al carajo 
el racionalismo porque esta noche estamos 
alegres y con las luces apagadas; alegres 
de que hayamos sobrevivido para encontrarnos, 
a través de aeropuertos y callejones; y no 
vamos a apartarnos del aguacero; callemos 
y corra el tiempo, el tiempo siempre 
puede más que la prisa.



poeta argentino, Barnacle Libros, Carver
De: "La sustancia en infracción", Barnacle, 2023
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