Suave,
muy muelle,
ponía mi mano
en tu panza.
Entibiaba
ese frío
que nacía de adentro,
que rezumaba
algo
entre las finas
suturas
y los costurones
de afuera.
Fibroma, dijeron,
cambiaron la versión
tras la macro
y el estudio patológico.
"Otra cosa".
"Muy seria, casi grave",
"...que puede ser muy grave".
El horror del horno,
el cobalto
en ese recinto de plomo
y descarnados molares.
La palma en la panza.
El estupidísimo candor
del querer quedarnos,
de prolongar
el fértil cargamento
que la vida,
sin más,
desgana y apaga.
Odio
los pianitos
de películas navideñas,
el celofán
de leños en la estufa
y un vaso con licor,
los rostros llorosos,
y el pianito
ahogado en una nota,
el melodrama,
la halterofilia pasional,
su destino
de fáciles destierros,
y nada de nada.
Es más,
y ahora que atino
a releer,
no sé cómo escribiré
el próximo renglón.
"Recomendamos
estudios frecuentes,
análisis elegíacos,
biopsias en coacción
y circunstancia,
escurridos tejidos
y los rubores
de un tercero",
agrego
por decir algo.
Y mi manos
sobre el vientre
que le fuera arrancado
a la muchacha que reía,
la que bailaba ante un espejo,
la que ocultara
facas y chumbos
en aquella noche
filosa de muerte,
cascos, cueros,
jeeps con reflectores.
y lo que aquí
despojo
sólo es
aquello
que sobra del kitsch,
carreras de caballos
y el viejo borracho
tirado en una zanja,
no hay pelos de Ovidio
ni puertos nerudianos,
páncreas aéreos,
exteriores.
Esta desazón
que muerde los cabales
y la dulce mano
y el dulce regocijo
minutero
del desastre.
Y miro esto,
patas arriba,
desuello,
aburrida mariconería,
y no quiero poner
que lloro,
porque no lo haré,
así venga Butler Yeats
y su equilibrada
belleza de ramas trenzadas.
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Enlaces: poesía.ar | Otra iglesia es imposible
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