Ricardo H. Herrera

Lady



   De la enigmática madeja devanada por la Parca a lo largo del tiempo que me ha sido concedido, valoro la hebra de seda que me permitió escribir poesía desde mi adolescencia hasta hoy. Tal privilegio tuvo su contrapeso en el inclasificable medio siglo de vida literaria que me tocó en suerte: los decenios epigonales del vanguardismo de masas. Así las cosas, opté por una posición de retaguardia, intentando salvaguardar la dimensión lírica de la poesía; empeño extravagante, aunque bizarro, ya que por motivos indeseados pero ineluctables, vino a desembocar en la exploración de las fronteras infernales de la poesía.

En las Termópilas, como en cualquier otra retaguardia que se precie, no se estila el desahogo agrio y destemplado, mucho menos la verbosidad, de modo que reestructuré mi dolorido sentir (al decir de Garcilaso) haciendo uso de una herramienta provista de leyes formales que ofrecen la chance de ponerle freno a la emoción, al tiempo que adiestran y multiplican su potencia invasiva. El verso medido o metro, tal la herramienta a la que me refiero, por la singularidad de su origen ritual, litúrgico, sacro posee la facultad de acumular energía y edificar un orden significativo, aun con situaciones de vida que nada tienen de edificante, como se comprobará en la secuencia de poemas aquí recogidos.

Al referirse a la oda horaciana, el joven filólogo Friedrich Nietzsche definió cabalmente el furor arquitectónico del poema ideal o clásico: “Ese mosaico de palabras en el que cada vocablo como sonido, como lugar, como concepto irradia su fuerza hacia derecha e izquierda y sobre la totalidad; ese mínimo en la extensión y en el número de los signos, ese máximo en la energía de los signos que con él se logra; todo eso es romano y, si se me quiere creer, noble por excelencia.” Le he creído, naturalmente; y, al igual que los clásicos de nuestra lengua, he seguido el camino del arrogante epicúreo que escribió sus odas hace dos milenios.


R. H. H Sierras de Córdoba, 4 de abril de 2021


A fines de 1995




Lejos del sucio hotel de la ciudad,
como quien retornara al viejo hogar.

Se trata de dos versos que escribí
en el mejor momento de mi vida,
remate de un soneto a Mastronardi.
“Prefiero el sucio hotel al viejo hogar”,
dijo ella sonriendo. Y yo, turbado,
no comprendí el desdén por la provincia,
no comprendí su apego a la bajeza,
al sucio antro del desnudo vicio.
Dejé pasar lo que era una advertencia
del porvenir, de la inminente ruina
de la felicidad con que escribí
ese homenaje al lírico anticuado.



Oceano nox


Sobre un tema de Herzen


Todo empezó a llevar la negra impronta 
de la tormenta en ciernes. Torturaban
el insomnio y el miedo, el despecho y la cólera,
la ruptura en el flujo de la vida. 

La despreocupación, lo que hacía grato
el transcurrir del día, se convirtió en un pozo
de oscuridad y angustia. Noche oceánica
sin Vía Láctea, sin confín, sin nido.

Ya nada era intocable, ya nada era sagrado.
Lo impensable arrollaba sin piedad.
Celos retrospectivos por un lado,
por el otro un mohín de prostituta.



Melodrama



                Tu falo de fulgor, mis senos de aflicción...
Pierre- Jean Jouve


Lacónico y de cruda desnudez,
el verso es un retrato de los dos.
Esbelta pincelada que a él le evoca
su avidez por la boca de pasión
y un lujoso verano en sexo y sol.
El fortuito equilibrio de la línea
trastabilla en los puntos suspensivos.

Acertijo u oráculo, en efecto,
esos senos no anuncian nada bueno.
¿Qué ocultaba su pecho? Ella recita:
“Me excitaban lo exótico y lo rudo,
la violencia secreta de entregarme
a lo desconocido y poseer
el dominio del otro en el placer.”

Estarían sitiados —rumió Jouve—:
el sumiso y la sádica, dos prófugos
mutuamente atraídos por sus sombras.
No obstante ese atenuante favorable, 
los condena el presente a ser fantasmas. 
Sólo queda el silencio y un bufón 
que ríe junto al fuego, socarrón.

El fuego es elemento del Infierno
y en todo melodrama hay un bufón.
Lo encontramos en Shakespeare y hasta en Yeats,
y —sorprendentemente— en Don Antonio,
el amante de Soria y de Leonor.
¿Un Machado menor? Habría que ver
ese estilo tardío, de vejez:

Yo no sé por qué razón,
de mi tragedia, bufón,
te ríes... Mas tú eres vivo
por tu danzar sin motivo.

Intentar descifrar al ser amado
y a aquello que lo mueve es un peligro
del que no sale indemne el analista.
Él ya ha olvidado, dice, pero agrega:
“Recliné mi cabeza en esos senos; 
todo mi ser y toda mi poesía 
encontraron la paz en esos senos”.



RICARDO H. HERRERA nació en 1949, en la ciudad de Buenos Aires. Poeta, ensayista, traductor y editor,  dirigió durante casi dos décadas la revista-libro de aparición semestral Hablar de Poesía, de la cual se  publicaron 35 números a partir del año 1999. En su lírica personal se destacan los poemarios de madurez  titulados Estudios de la soledad (1995), Imágenes del silencio cotidiano (1999), El descenso (2002), Por la  puerta entornada (2009) y Herrera el Viejo (2020). Pre-textos publicó en 2008 el volumen El espíritu del  páramo. Antología poética 1977-2007 y en 2016 el poemario La última nostalgia. Paralelamente a su  actividad como editor, Herrera ha trabajado con perseverancia el ensayo y la crítica literaria: La ilusión de  las formas (1988), La hora epigonal (1991), Espera de la poesía (1996), Lo entrañable (2007) y Qué  importa la poesía (2016) son los títulos que recogen parte de esa obra. En una zona intermedia entre la  poesía y el ensayo se ubica su diario de poeta titulado De un día a otro (1997). Su afición a la traducción  poética cristalizó en sucesivos volúmenes que incluyen versiones, ensayos y notas sobre poetas italianos  relevantes: Copia, imitación, manera (1998), Instantes italianos (2008), Secreto del poeta (2010) y A la  busca de la poesía perdida (2018).
De: "Lady Macbeth", Barnacle, 2021 
Imagen: Rafael Sanzio

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