Daisy Lafargue

Daisy Lafargue


Cómo dejar un matrimonio     


 
Para empezar, miré al recepcionista 
del dentista seleccionar un vídeo de cuatro horas 
sobre tortugas marinas en YouTube. Fue una concisa 
lección de pacifismo aceptable en la sala de espera
mientras el pequeño dolor esperaba con calma en las máquinas
de las habitaciones vecinas. Escribí
muchos correos electrónicos y correos de amigos llegaron
como lluvia suave. Desde la ciudad contemplé
la tenacidad de las turberas y me maravillé de las plantas
endémicas de los pantanos. Mientras tanto, las fucsias crecieron
más voluminosas, el interior de los canutillos encharcado, verano
abundante en lípidos. No pude acercarme a ellas
y crucé la calle con mis fosas nasales
obturadas. Me hice la muerta bajo vallas publicitarias
por sensaciones que no eran mías. Estuve intentando
recordar las etapas de la putrefacción. Una vez
un examigo criticó a otro por escribir siempre
el mismo poema, el cual no era significativamente bueno
pero pronto fue aclamado. Todo esto
y más fue asociado con las fucsias
como la bilis dulce. Yo estaba a merced del merecismo
y momentáneamente feliz, paseando por las colinas tres
horas al día, solo para reflexionar. Conscientemente o no
pregunté a las hojas cómo deshacer una vida, pero
la moraleja de momento es que el color verde
no puede devolver un ego a sus células esenciales, no
importa lo pegajoso que te sientas. Es más parasitario,
como dijo Weil sobre el amor divino, otros óvulos
depositados en ti, así que tienes que regresar regularmente
para alimentarlos, y así es como todos indirectamente
nos alimentamos. Somos visitados por el color. Ovipositando,
trasladé mi incertidumbre debajo de una familia de urracas.
No los conté porque temía la eclosión
y aún más el diáfano florecimiento de la conciencia, la mía
o la de cualquiera. ¿No sientes que la evolución
está amañada? El día 12 alcancé el laberinto
de la falda de la colina, con hierba alta, así que tú no
pudiste ver tus opciones, menos aún el camino. El sol estaba acuñando
símbolos de la industria obsoleta detrás de mis parpados,
martillo solar y yunque, pala solar y niebla tóxica.
Todos los insectos volaban hacia el oeste, desde lejos
se abalanzaron hacia el lodo putrefacto. Tomé notas de los insectos
debidamente alterados, había dejado de preocuparme por la analogía
porque cuando él dijo que somos moscas surgiendo del cadáver
del universo, supe lo quería decir. Había encontrado la forma de escuchar
a las semillas crecer en su coronilla,
no la mierda. Pensé que si hablaba con él lo suficiente,
quizá yo también podría hacerlo, aunque desconfiaba de los hombres y
                  de la esperanza.
Sería para siempre, por muy tupida que fuera la hierba. No es una ilusión
creer que las estaciones nos inyectan por goteo la teleología.
Aventura es el agujero en el que nos metimos hasta que se llena.
Amor es el nombre que le dimos.
 
Arranqué muchas plantas de raíz, y la savia de las raíces estaba agria.
Me coloqué apilada con lo orgánicamente amargo.
Caminé junto a los arbustos jadeando, quiero decir que los arbustos jadeaban
y las nubes se fueron sin remordimientos, con acritud.



How to leave a marriage




To begin with I watched the dentist’s
receptionist select a four-hour video
of sea turtles on YouTube. It was a minor
lesson in vapid pacifism for the waiting room,
while lesser pain waited calmly in machines
of the neighbouring rooms. I composed
many emails, and emails arrived from friends
like soft rain. From the city I contemplated
the tenacity of peatland, and marvelled at plants
endemic to bogs. Meantime the fuchsias grew
fatter, the innards of eclairs sopping over, summer
abundance of lipids. I couldn’t go near them
and crossed the road with my nostrils
aborted; I was done dying under banners
for sensations that weren’t mine. I was trying
to remember the stages of putrefaction. Once
an ex-friend criticised another for always writing
the same poem, which wasn’t meant kindly
but became a kind of anointing. All this
and more was coming up with the fuchsias
like sweet bile. I was at the mercy of merycism
and momentarily happy, walking the hills three
hours a day, just to ruminate. Consciously or not
asking the leaves how to undo a life, but
the moral thus far is that the colour green
can’t devolve an ego back to its bare cells, no
matter how viscid you feel. It’s more parasitic,
as Weil said of divine love, another mother’s
eggs laid in you so you have to keep coming back
to feed them, and that’s how we all get vicariously
fed. Colour is what we are visited by. Ovipositing,
I waggled my doubt beneath a family of magpies.
Didn’t count them because I feared nuclearity and
moreso the gauzy bloom of consciousness, mine
or anyone’s. Don’t you ever feel like evolution over-
cooked. On the 12th day I reached the labyrinth
on the side of the hill, long grassed over, so you can’t
see your options, let alone the way. The sun was stamping
symbols of bygone industry behind my eyelids,
solar hammer and anvil, solar shovel and smog.
The insects were all flying west, away from the sputum
they flung from. I took notes, which the insects duly
amended. I had stopped worrying about analogy
because when he said we are flies sprung from the carcass
of the universe, I knew he meant it. He’d found a way to listen
to the grasses self-seeded in the crown of his head,
no shitting. I thought if I talked to him long enough
maybe I would too, though I was wary of men and hoped
I would be forever, however grassy. It’s not figurative
to believe that the seasons drip-feed us teleology.
Romance is the hole we’re tripped into filling.
Love is the name we gave it.

I pulled many plants up by their roots, and the sap from the roots was sour.
I staked my alignment with the organically bitter.
I walked past the bushes panting, I mean, the bushes were panting,
and the clouds went crimeless with acrimony





DAISY LAFARGUE (Hastings, Inglaterra)
Traducción: Carlos Alcorta
Enlace: Libro Mundo
Imagen: Granta

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