La mujer que limpia dijo
hay trapos infinitos como mundos
y abrió sus manos
estos son para los muebles
las hilachas de los dedos para los armarios
donde se resguarda el té de jengibre de lo secreto
estos que lavo con lejía y dejo clarear con lunas
son para los platos de los días aciagos
los gruesos y tontos para los pisos que soportan malogros de pasos
las franelas profundas como uvas
son para el vidrio de la neblina
también hay trapos de pañuelos viejos
creo que sirven para el luto de la frente o la rodilla
nadie sabe para qué sirve la tristeza
por el contrario
los huérfanos sabemos qué son
las tiras de sábanas que se cortan con los dientes
con ellas vendamos la fiebre de los pechos
los padres muertos
la herida de Moisés
sí
hay trapos celestiales
por supuesto
pero el trapo verdadero el que no existe
el que intento con mis manos
es un andrajo
donde al final caemos como en una madre anónima
y enseguida partimos igual que un velero llamado garza chifladora
o poema
algo así como la alfombra de siete colores de Aladino
eso dijo y no dijo la mujer que limpia.
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