Tomás Harris

Tomás Harris

Yo soy el Almirante Antonius Block quien les habla



Yo soy Antonius Block, Almirante de esta misión.
¿Cuál era mi misión?
¿Refundar Tebas, la de las 7 puertas y su desvarío,
reconstruir el Almirante Benbow,
con todas sus vespacianas, pipeño bigoteado, indias de bronce,
con sus cascadas impensables de asco áureo-negro, placer y
circular ardor;

emancipar hasta el último intersticio de la ciudad
de los 7 malatos,
de los 7 gorilas albinos
del último deseo de Baudelaire o
cualquier insurrecto, ya fuese indígena,
que así son por naturaleza,
o cristiano enloquecido por las fiebres
o por fingimiento para su provecho;
descifrar el cántico de las engañosas armonías
de las caídas de falsa agua calcárea que se despeñan día y noche,
ambarinas,
por cualquier recodo o desfiladero de Tebas, la de las 7 puertas
predestinadas?
Pero hubo maremotos,
todas las noches la pleamar inversa arreciaba con violencia,
la pleamar se había vuelto los ojos para adentro
peces abisales nadaban en la redoma de su cráneo,
estaba loca la pleamar,
no quería ver su cuerpo aurificado
echado a brillar el engaño sobre los riscos y las rompientes,
le dijeron que era una india,
que era una india azul y plácida
que lamía en la costa la ensoñación de los amantes,
que ése era su castigo por ser la india de los 7 mares,
aventar el engaño como polvo de oro y dar, así,
contra su voluntad, la muerte a los navegantes
y como nosotros caímos en el castigo de su engaño
y de todos los engaños de este orbe,
varó el Rachel errante frente a la isla de Jamaica,
en su constante búsqueda de hijos perdidos,
nada pudo el Almirante,
su propio cuerpo era ya una carcaza resquebrajada
por las traiciones,
ni Diego, ni Hernando,
ni el delirante Malcolm Lowry de Chiguayante,
ya a punto de desvanecerse para siempre
de toda relación por olvido o náusea,
que traía las instrucciones del Rey Fernando,
el peor nacido de la Corte de la Nada y los Otros Espejos,
de la Cohorte de la Nada y Otros Azogues,
tatuadas en los enfebrecidos hemisferios de su opacada mente;
ahí quedaron, varados,
cabresteando el Rachel en las vagas admoniciones de la mar,
la tormenta y la noche,
haciéndonos los adioses
con el fluorescente pañuelo de seda de Kirilov,
desde la cofa a ras de mar, enloquecidos, tristes, febriles,
hombres un poco vivos y otro poco muertos,
zarandeados por la nube calcárea del destino
de lo poco de humanidad
que va quedando al borde de los fiordos de Sudamérica,
dando voces contra el viento desde los cabrestantes.



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