Barry MacSweeney | El poeta ocasional

Barry MacSweeney




poesía inglesa





De pronto Pearl despierta




Me golpee la mano derecha
contra el cajón despostillado de en medio
en la esquina del cuarto que da al poniente, y chupé la sangre de mis nudillos.
Otra vez me levanté
y de rodillas recé a Dios, y me paré de nuevo con la lengua encadenada eternamente. Bendícelo a él con su pelo rubio,
ralo por vagar, leyendo carriles y leyes y senderos como mapas.
Prímulas, corre nuestro viejo riachuelo,
años de lluvia que barren con pilas de piedra,
hermosamente suaves, el musgo y el liquen de formas precisas
cubren las piedras pulidas que han sacado, pasos hacia nuestras grandes y locas aventuras.
Nos reímos de los golpes y cortadas cayendo en estanques de renacuajos. En mi mente en lo alto del valle,
el rugido de una mena de plomo se derramaba
en los fantasmas de los armones de cuatro ruedas que dejaron
claramente a un costado de las vías. Ahora ellos —tú los llamas el gobierno— están matando
todo. Los cascos abandonados en el brezo. Las casetas de la empresa cerradas con llave
inservibles para pájaros, bestias y humanos. Las etiquetas
en los bordes: Ridley, Marshall,
McKinnon y Smith. Teléfonos
desconectados, nombres, códigos
que no pude leer.
Restos de alambres
chasqueando insistentes en el viento
que siempre cantó para mí.
El día despunta chorreando rocío
de las oscuras plumas verdosas del helecho, bajo el perfume de agujas de abetos y pinos
mientras las estrellas giran en su lugar
sobre nuestro par de miradas fijas al cielo.



Pearl a las 4 a.m




La luna a flote, una ebria barca de ópalo se estremece
en un océano de estrellas y planetas. Nubes feroces se pliegan sobre mi
como un chal a cuadros.
Parten, parten, un clic de herraduras hacia Nenthead, Alston y más lejos.
Abrí mi boca en la oscuridad de la cocina, torpemente mi saliva salpicó la grasa en la sartén. De
nuevo nieve
en mi rostro roto, reducido
a lamer el soporte hinchado de la puerca. Una gárgola apenas. A un paso la muerte como un soldado que acecha,
un defensor arrogante de la ley, su bayoneta calada. Un destello repentino ahí, y nada más. El chisporroteo de manteca
y las chispas extrañas
atizan mi mente, pues amo
algo que no conozco.
Es el viento brusco,
las piedras pulidas que caen cerca
desplazadas por la avalancha, las más finas campanillas bajo el cielo.



Pearl suddenly awake




Banged my right hand
against the chipped middle drawer
in the corner of the west-facing bedroom, sucking
home the knuckle blood.
Once more I rose
and kneeled, praying to God, and rose again,
my tongue in everlasting chains. Bless him asleep with his yellow hair,
worn out with wandering, map-reading
the laws and lanes and trails. Cowslips, our rushing ancient streatn, years of rajo sweeping over the cairns,
beautifully soft, discrinctly-shaped moss and lichen
enfolding the retrieved tumblestones, sreps ro our great and mad adventures. We laughed off cuts and bruises falling in rhe tadpole pools.
In my mind at the top of the valley, roar of lead ore poured crashing
finto rhe ghosts of now foresaken four-wheeled bogies distinctly off the trails. They-
you call it government— are killing everything
now. Hard hats abandoned in heather. Locked-up
company huts
useless ro bird, beast or humankind. Tags
in the rims: Ridley, Marshall, McKinnon and Smith. Deserted disconnected telephones, codes and names I could not read. Dead wires
left harping in the high wind
that always sang to me.
Day dawn dripping of dew
from those greenly dark feathers of fern, beneath fragrant needles of fir and pine
as the stars swing into place
aboye our double gaze at heaven.



Pearl at 4 a.m




Moon afloat, drunken opal shuggy boat in an otean of planers and stars.
Fierce clouds gather over me like a plaid shawl.
Gone, gone, click of quarter irons to Nenthead, Alston and beyond.
I moved my mouth in the darkness of the kitchen,
spittle poured wrongfully finto the pan fat.
Snow once more
in my broken face, reduced
to licking the swollen door post. Just a gargoyle. Death upon us like a stalkíng foot-soldier, high
and mighty on the Iaw, bayonet
fixed. A sudden glint there, and that's it. Spluttering lard
and strange sparks
ignite my mind, for I am in love with something I do not know. Ir is the brusque wind,
the nearest falling tumblestones disloged by the spate, the finest snowdrops under heaven.



BARRY MACSWEENEY (1948 / 2000, Newcastle upon Tyne, Reino Unido)

Traducción: Ricardo Cázares

Fuente: http://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/index.html

Imagen: www.bbc.co.uk

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