Herman Melville






Fragmentos
de un perdido poema gnóstico del siglo XII















Fundes una familia, construyes un
estado


El tiempo
prometido es aún el mismo:


La materia
nunca habrá aplacado


Su clamor
brutal y antiguo.





La
indolencia es aquí la aliada


Y la energía
una criatura infernal:


El Buen
Hombre vierte del cántaro agua clara


Pero orilla
el envenenado brocal.














Arte















En horas
plácidas contentos soñamos


Bravos,
incipientes argumentos.


Pero en la
forma que se presta y crea el pulso de la vida,


Cuántas
cosas y hechos desiguales deben hallar acuerdo


La llama ha
de fundir, el viento debe enfriar;


La triste
paciencia, valiosas energías,


Humildad,
aún orgullosa, y agravios,


Instinto y
estudio, amor y odio,


Audacia y
veneración. Estos deben unirse


Y fusionarse
en el mítico corazón de Jacobo,


Y su lucha
con el Angel, eso es el Arte.
















Shiloh: réquiem















Girando
suavemente, sin esfuerzo


Las gaviotas
vuelan bajo


Sobre los
campos nublados


Los boscosos
campos de Shiloh,


Y las
llanuras donde la lluvia de Abril


Alivia al
febril conmocionado en su dolor


A través de
la tregua nocturna


Tras la
batalla un domingo.


Alrededor de
la capilla de Shiloh,


La desolada
iglesia hecha de troncos


Recoge el
eco de muchos que parten con quejidos,


La plegaria
natural de los rivales allí entremezclados


Rivales en
la mañana, pero amigos al anochecer.


Ahora la
fama o la Nación
pueden ahorrarse sus cuidados:


(¡Nada tan
poco decepcionante como una bala!)


Ahora ellos
descansan allí abajo,


Mientras las
gaviotas vuelan a flor de tierra


Y todo es
calma y silencio en Shiloh.
















El
témpano (un sueño)















He visto una
nave de construcción marcial


(Estandartes
enarbolados, temeroso aparejo)


Timonear por
mera locura hacia un impasible témpano,


Y luego sin
demora, su fatua robustez irse a pique.


El impacto
partía bloques enormes de hielo por el aire,


Que iban a
dar la cubierta de modo tétrico,


Pues esa
sola avalancha fue todo


Para hacer
zozobrar la nave de súbito.





A lo largo
de las espuelas pálidas del hielo


Ni un madero
ni una frágil traza de la nave


El imponente
prisma de verde hielo no siente el topetazo


Ni un
ornamento ni un vestigio queda,


Ni las gotas
pendiendo de las grutas se inquietan,


Cuando la
nave se va a pique.


Ni siquiera
las gaviotas  como una nube rondan


Un pico
alejado, ni otras aves que descendían


Ni las
playas de cristal, se conmueven.


Tampoco el
menor estremecimiento bulle


Como para
que bruscas agujas de hielo se levanten


Cuando los
mástiles colapsan entre olas


E
inconmovible el bloque se mantienen en su sitio.


Ni las focas
amodorradas en los resbalosos y brillantes flancos


Resbalaron
desde pesadas placas


Disparadas a
ambos lados de la nave  


La impetuosa
nave que en vana resistencia sucumbe.  





Inquebrantable
el témpano parece, tan vasto, tan frío


Su mortal
desánimo lo ensombrece;


Y sin
embargo le hace exhalar su insano aliento-


Disolviéndose
a la deriva y destinado a estar muerto


El témpano,
pesado y torpe, que holgazanea y pierde el tiempo


Invade el
barco con lamentos y lo hunde


Lo hace
resonar en la profundidad abisal 


Sin
perturbar demasiado el cieno


Y a la
viscosa caracola, que se revuelven


Junto a la
exámine indiferencia de sus flancos.
















Inmolado
















Niño de mi
feliz albor


Cuando aún
vivías conmigo, y enviabas


Tu arco iris
por sobre la vida y el tiempo,


¡Incluso
sobre la Esperanza,
mi esposa, y madre para vos!


Oh, nutrido
en el dulce aire pastoral


Alimentado
de flores, luz y rocío de los prados matinales,


Sálvame , y
con tu salvación repruebame;


Pero no, no
reproches mi escaso temple fértil y mi inestable humor


Aunque celoso
de tu amplio futuro te haya sellado en un dócil destino.


¿Acaso
hubiera podido salvarte del temeroso ladrón


Incluso
ignorando el triunfo de la más insincera y unánime mediocridad? 


Descansa,
pues, libre, absolutamente libre


Mecido en
los brazos de la serena noche.  

















Remordimiento















Cuando desde
el oceáno las nubes se levantan


Sobre las
colinas y revuelven la sequedad del otoño


Y con horror
desbordan los cauces de los valles


Y en el
pueblo la cúpula se partió y ha caído


Entonces
pienso en las enfermedades de mi país                     


El vendaval
sopla encendido desde los despojos del Tiempo


Por sobre la
más puras esperanzas de este mundo


Y entre los
más necios crímenes de los hombres.








El lado
oscuro de la naturaleza se revela


Ah! Ligera
y  descorazonada corriente


Hasta un
niño podría advertir la apesadumbrada faz


De la negra
y joven montaña desolada


Entre gritos
los torrentes corren, surgen, saltan


Y otras
tormentas se forman en la tormenta que sentimos:


La cicuta se
sacude en su tallo, el roble en la quilla
















El
tiburón de Maldivas















Junto al
tiburón, ese flemático


Y pálido
borracho del mar de Maldivas,


Va el pez
piloto, de azul estampa fina


Y qué alerta
va, atento a los dientes de serrucho,


Pero ningún
daño ha de temer


Y ágil y
vivaz se desliza acompañando al flanco atroz


O incluso
delante antes de la cabeza górgonica


O es que
custodian los aserrados dientes


Que en
triple franja relumbran 


Como si
fueran las mismas puertas del cielo


Que los
peligros no atraviesan


¡Y allí
encuentran asilo en las mandídulas de los Destinos!


Los peces
piloto, que son amigos del tiburón


y lo guían
hasta la presa,


jamás toman
parte del banquete,


ellos son
todo ojos y cerebro


del viejo
letárgico y de expresión pasmada


pálido
devorador de horrible carne.


  






Herman
Melville acusaba la arrogancia humana para con Dios y la naturaleza, y se
colocó del lado de los primitivos y los salvajes cuando vivió entre estos, (en
las Islas Marquesas habitó con caníbales habiendo escapado de un barco donde el
trato era brutal); va a situarse en un extremo del tiempo y de su espacio
vital, más precisamente en el punto de vista del primitivo, incluso, poniendose
a resguardo de la civilización. En su sensibilidad tallaron el júbilo generoso
y animado de la vida colectiva y placentera de los buenos salvajes, muy en
contrario de las inclinaciones caníbales de estos. Hay indicios de que Melville
se imbuyó del espiritualismo oriental, (no podía pasarle desapercibido) y lo
extendiera a su reflexión y preocupaciones morales acerca de la religión y el
mal, el destino común y la civilización, que lo enriqueciera a la influencia de
Shakespeare y la Biblia,
donde ya estaba el tema de la consustanciación, o confusión de los opuestos. De
aquellos viajes regresó con fascinantes experiencias que desembocaron en sus
primeros relatos de aventuras de ultramar entre culturas exóticas. Melville
relataba a sus familiares y conocidos las alternativas de estos viajes y fueron
sus oyentes, algunos, personajes influyentes de la época, quienes lo alentaron
a grabar en papel sus relatos.




Se supone
que al tiempo de escribir Moby Dick estuvo loco, sino gravemente enfermo, casi
espiritualmente paralizado. Borges, en un poema que le dedica, con
significativo barbarismo, dice: y el mar lo rodeó














Aquí se
quiere elogiar la hondura y sutileza filosófica de Melville acerca del destino
humano, como Tomas Hardy, de su carácter fatal, de la vasta e incesante
naturaleza de los destinos. En el poema El tempano (un sueño)  sugiere que todo cuanto el mundo persigue
debe implacablemente fracasar, pero además y como una cosecuencia irónica, el
fracaso también ha de fracasar, ¿y entonces qué?. Con agudeza, enfrenta el
error y la arrogancia humana. Por momentos, podría imaginarse un solo y único
tema situado de transfondo a toda su obra, y que postula que el hombre
accionando contra el mundo sólo termina por accionar contra sí mismo, es decir,
el mal. Hay una líneas de un poema de 
Guillaume Apollinaire que hubiera gustado a Melville: Piedad para
nosotros que combatimos siempre en las fronteras de lo ilimitado y del
porvenir. En unos poemas donde el tema es la guerra civil norteamericana, si
bien defiende el lado de la causa antiesclavista no deja de condenar la falta
de una debida honorabilidad de los vencedores deben para con los vencidos. En
esta época comparte con Whitman la preocupación por la guerra y el destino de
su país.   




El tema de
la interacción de los  opuestos, aparece
una y otra vez. En Bartleby, la recurrente y seca respuesta del escribiente
recuerda al principio de no-acción del Taoísmo, y la relación entre la
consideración del escribano y la parquedad de Bartleby, esta última como un
elemento insólito, sobre el que Melville dobla la apuesta con otro elemento
insólito aunque previsible en la cadena de hechos; cuando Bartleby termina
trabajando en la Oficina
de Cartas No Reclamadas.   




En los
poemas aquí elegidos encontramos esa voluntad reflexiva por sobre el poema de
raíz estética, sensible o simplemente mundana, estos provienen de sus libros
Battles pieces and aspects of the war, (en este trata acerca de la Guerra entre el Norte y el
Sur, en la que hubo alrededor de seiscientos mil muertos), y Timoleon. También
escribió un largo poema llamado Clarel. Sus poemas bastante adustos, en
apariencia, son poemas que no parecen tener demasiada gratitud; considerar que
un tiburón debe ser guiado hasta su presa; imaginar que la vastedad de la noche
da cobijo a los hijos perdidos y que la pasan mejor allí que aquí abajo; la
imagen de los enemigos, de los caídos cuyos lamentos y gemidos de dolor se
entrelazan en el aire; o cuando describe el vendaval que agita a la vez las
esperanzas del mundo y la vileza de los crímenes humanos. Sin dudas, Melville
combate aún en las fronteras de lo ilimitado y del porvenir.

















Herman Melville (1819 / 1891, Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica)


De: Preferiria no hacerlo N° 3, Septiembre 2006


Nota y traducción: Alberto Gagetti


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