Port of Spain
La mitad del verano se extiende ante mí con un bostezo de gato.
Árboles con polvo en los labios, autos fundiéndose
en un horno. El calor hace tambalear a los mestizos de la calle.
Han repintado de rosa el capitolio, las verjas
que rodean el parque de color sangre herrumbosa.
Junta y coup d´etat, la última modalidad latina,
empolla en el balcón. Monótonos arbustos rojizos
cepillan el aire húmedo con ideogramas de gallinazos
sobre los almacenes chinos. Los callejones asfixiantes como hornos
donde sastres melancólicos espían sobre sus viejas máquinas
uniendo junio y julio sin costura,
y uno espera un relámpago cuando el centinela armado
anhela aburrido el chasquido de un rifle
pero yo me alimento de su polvo, de su cotidianeidad,
de la inercia que llena de horror a sus exiliados,
del polvo sobre las montañas con sus luces anaranjadas,
incluso de la luz piloto del puerto maloliente
que gira como la de un auto policial. El terror
es local, al menos. Como el vaho prostibulario de la magnolia.
y los ladridos de perro del aullante lobo de la revolución.
La luna brilla como un botón perdido.
El agua negra apesta bajos las luces de sodio
del muelle. La noche se enciende con tanta seguridad
como un interruptor, hay ruido de platos tras las ventanas
iluminadas,
camino junto a los muros con sombras ocasionales
que no dicen nada. A veces, en puertas estrechas
hay viejos que juegan los mismos juegos tranquilos -
cartas, damas, dominó. Les doy nombres.
La noche es sociable, el día es tan feroz como
nuestro futuro humano en cualquier parte. Puedo entender
el ciego amor de Borges por Buenos Aires,
cómo un hombre siente las venas de una ciudad hincharse en sus manos.
DEREK WALCOTT (1930/2017, Castries, Santa Lucía)
De. "The Fortunate Travellers", 1982)
(Extraído de http://www.almapiedra.blogspot.com/)
Imagen: repeatingislands.files.wordpress.com
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