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Hélène Dorion




OSCURA, desnuda, 
entre las osamentas del siglo 
la marea crece. 
Tocas la ola fría 
que trepa hasta tus labios. 
separas los dedos, rasgas 
la herida que desciende 
hasta el corazón de cada falla 
—echa el aliento.
Mira lo que ha deshecho
en el horizonte, mira el cortejo:
se ha roto con tantos reflejos.  



BORDEAS el decorado, puños atados
a la espalda, tu silueta
se hace más grande todavía.
Tus miradas, poco a poco
disuelven la sombra
entre las pestañas.
Un niña se detiene
en medio del estrépito, el cuerpo,
como una rama, se rompe
y las flores vuelven a brotar
en la pared de tu habitación.  



OBSCURE, dénudée
parmi les ossements du siècle
la marée s'agrandit.
Tu touches l'onde froide
qui rampe jusqu'à tes lèvres.
Tu écartes les doigts, déchires
la blessure qui descend
au coeur de caque faille
—rèpand son heleine.
Regarde ce qui fut défait
à l'horizon, regarde le cortège: l'aube
par tant de reflets s'est rompue.



TU longes le décor, poings liés
derrière le dos, la silhouette
grandit encore.
Tes regards, peu à peu
épuisent l'ombre
parmi les cils.
Un enfant s'arrête
au milieu du fracas, le corps
comme une branche, se casse
et les fleurs rebondissent
sur le mur de ta chambre.



HÉLÈNE DORION (1958, Quebec, Canadá)
Traducción: Eduardo Conde
Facebook de Jonio González
Enlace: Revista Alga N° 55 | Poetas Siglo XXI
Imagen en Civitella Ranieri Foundation

Lionel Kearns


1963     




Al mirar a los tibios rehuir  
las peticiones anti-nucleares 
me lleno de un imperativo silencioso. 
 
Ella y yo vivimos aún 
en esta casa de la esquina. 
 
En estos días de cortinas de humo y estadística 
cultivamos algunas flores y niños 
tan rápido como podemos. 
 

 

Puntos de vista   




Los rostros de los pasajeros 
en el metro 
              —sin expresión 
fastidiados 
complacientes en la rutina 
y yo agobiado 
por la tristeza de todo esto 
pensándolos 
perdidos, condenados 
por elegir 
                  ese tipo de vida

Pero al considerarlo bien
me di cuenta de que
tal vez no sean ellos
sino nosotros
         los condenados
por haber elegido
       ser humanos.



Domesticidad




Ella dice Reynaldo me estás escuchando
Reynaldo el hombre del banco
vino de nuevo Reynaldo dijo que van
a llevarse la tele y Reynaldo
es que el dentista Reynaldo y los niños
necesitan ropa Reynaldo y recuerda que dijiste
que iríamos de vacaciones este año Reynaldo tú
lo prometiste Reynaldo lo prometiste y todo
lo que obtenemos son más deudas Reynaldo y el auto
ni siquiera pasa la verificación Reynaldo y
Reynaldo dijiste que íbamos a conseguir
otro auto Reynaldo antes de encargar
más hijos y aquí estoy Reynaldo
ya pasaron siete meses Reynaldo y
Reynaldo es que ya no hay esperanza
así que Reynaldo sabes lo que debemos hacer
Reynaldo es lo único que podemos hacer
Reynaldo así lo arreglaremos todo Reynaldo
Reynaldo vas a tener que
vender tu alma.



1963




Watching the ambiguous people turning away
from the anti-nuclear petitioners,
I am filled with wordless imperative.

She and I are still living
in this house on the corner.

In these days of vapour trails and statistics
we raise a few flowers and children
as fast as we can.



Points of View




Faces of commuters
on the train
    —expressionless
with drudgery
complacent in routine
and me overwhelmed
by the sadness of it
thinking them all
lost, damned
for choosing
     that kind of life

Considering it again
later I realize that
perhaps it’s not them
but us
        who are damned
for choosing
         to be human



Domesticity




She says Reginald are you listening to me
Reginald the man from the finance company
was around again Reginald he says they’re
going to take away the T.V. and Reginald
there’s the dentist Reginald and the kids
need clothes Reginald and remember you said
we could take a vacation this year Reginald you
promised Reginald you promised and all we get
is more bills Reginald and the car won’t even
pass the safety inspection Reginald and
Reginald you said we were going to get
a new car Reginald before we have any
more kids and here I am Reginald
seven months gone already Reginald and
Reginals there’s just no hope left anymore
so Reginald you know what we’re going to do
Reginald it’s the only thing there is now
Reginald it will solve everything Reginald
Reginald you’ll have to sell your soul



LIONEL KEARNS (1937, Nelson, Columbia Británica, Canadá)
Traducción: Javier Raya
Imagen: Daniel Celentano



Mariángel Mauri traduce a Margaret Atwood

poesía canadiense


Variación sobre la palabra dormir    




Me gustaría verte dormir, 
algo que tal vez no suceda. 
Me gustaría verte, 
durmiendo. Me gustaría dormir 
con vos, entrar 
en tu sueño cuando su ola suave y oscura 
se desliza por mi cabeza 

y caminar con vos por ese bosque reluciente, 
tembloroso de hojas verdes y azules
con su sol pálido & sus tres lunas
hacia la cueva adonde tendrás
que descender,
hasta el peor de tus miedos.

Me gustaría darte la rama
de plata, la pequeña flor blanca, la única
palabra que te proteja
del dolor en el centro
de tu sueño, del dolor
en el centro. Me gustaría seguirte
otra vez
por la larga escalera y ser
el bote que con cuidado te traiga
de vuelta, la llama
en el hueco de dos manos,
hasta donde está tu cuerpo
al lado mío, y vos entrás
en él sin esfuerzo, como al respirar.

Me gustaría ser el aire
que te habita solo un
instante. Me gustaría ser así de imperceptible
& así de necesaria.



Variation On The Word Sleep 




I would like to watch you sleeping,
which may not happen.
I would like to watch you,
sleeping. I would like to sleep
with you, to enter
your sleep as its smooth dark wave
slides over my head

and walk with you through that lucent
wavering forest of bluegreen leaves
with its watery sun & three moons
towards the cave where you must descend,
towards your worst fear

I would like to give you the silver
branch, the small white flower, the one
word that will protect you
from the grief at the center
of your dream, from the grief
at the center I would like to follow
you up the long stairway
again & become
the boat that would row you back
carefully, a flame
in two cupped hands
to where your body lies
beside me, and as you enter
it as easily as breathing in

I would like to be the air
that inhabits you for a moment
only. I would like to be that unnoticed
& that necessary.



Otros poemas de MARGARET ATWOODaquí
Traducción: Mariángel Mauri
Imagen: El País

Michael Ondaatje: O en el pliegue que divide tu espalda

Michael Ondaatje


El pelador de canela    




Si fuera pelador de canela 
cabalgaría en tu lecho y 
dejaría el polvo de la corteza amarilla 
en tu almohada. 

Los pechos y los hombros te olerían 
y jamás podrías cruzar los mercados 
sin que la profesión de mis dedos 
te envolviera. Al tropezar contigo 
los ciegos te reconocerían 
aunque el agua de los canalones 
y del monzón te bañaran 

Aquí, en lo alto del muslo,
en este suave prado
hermano de tu pelo
o en el pliegue
que divide tu espalda. El tobillo.
Los forasteros te reconocerán
como la mujer del pelador de canela.

Antes de la boda
apenas podía mirarte
y tocarte jamás:
-¡Ah! La astuta de tu madre, tus toscos hermanos.
Hundí las manos
en azafrán, me las tizné
con humo de alquitrán,
ayudé a los recolectores de miel …

Cierta vez cuando nadábamos
te rocé en el agua
y nuestros cuerpos fueron libres,
pudiste abrazarme y embriagarte con mi olor.
ganaste la la orilla y me dijiste:

             es así como tocas a otras mujeres
a la mujer del segador, a la hija del calero.
Y buscaste en tus brazos
el perfume perdido
                             y supiste
lo que significa
ser la hija del calero
abandonada sin marca
amada sin el arrullo de la palabra
herida sin el placer de una cicatriz.

En la árida brisa
acercaste mi mano a tu vientre
y dijiste
soy la mujer del pelador de canela.
Huéleme.


The Cinnamon Peeler




If I were a cinnamon peeler
I would ride your bed
and leave the yellow bark dust
on your pillow.

Your breasts and shoulders would reek
you could never walk through markets
without the profession of my fingers
floating over you. The blind would
stumble certain of whom they approached
though you might bathe
under rain gutters, monsoon.

Here on the upper thigh
at this smooth pasture
neighbour to your hair
or the crease
that cuts your back. This ankle.
You will be known among strangers
as the cinnamon peeler's wife.

I could hardly glance at you
before marriage
never touch you
- your keen nosed mother, your rough brothers.
I buried my hands
in saffron, disguised them
over smoking tar,
helped the honey gatherers . . .

When we swam once
I touched you in water
and our bodies remained free,
you could hold me and be blind of smell.
You climbed the bank and said

                    this is how you touch other women
the grass cutter's wife, the lime burner's daughter.
And you searched your arms
for the missing perfume

                                      and knew

                  what good is it
to be the lime burner's daughter
left with no trace
as if not spoken to in the act of love
as if wounded without the pleasure of a scar.

You touched
your belly to my hands
in the dry air and said
I am the cinnamon
peeler's wife. Smell me.


MICHAEL ONDAATJE (1943, Colombo, Sri Lanka. Es ciudadano canadiense)

Michael Ondaatje (Colombo, Sri Lanka, 1943) estudió en Inglaterra y actualmente trabaja como profesor universitario en Canadá. Ha cultivado diversos géneros literarios con un estilo siempre innovador. Fascinado por el Oeste americano escribió Las obras completas de Billy el Niño (1970), una original combinación de poesía, prosa e imágenes. Entre su obra narrativa destacan novelas como En una piel de león (1987), El blues de Billy Bolden (1999) y El fantasma de Anil (2000), galardonada con el Premio Médicis. Sin embargo, la obra que le otorgó reconocimiento internacional fue El paciente inglés (1992), ganadora del Premio Booker y adaptada al cine por Anthony Minghella en 1996, una película que ganó nueve Oscar. Divisadero (2008) es su quinta novela. Su aclamada obra poética, con títulos como Los monstruos cotidianos (1967) o El hombre con siete dedos en los pies (1969), se caracteriza por la profusión de sorprendentes imágenes y metáforas. También ha escrito sus memorias, recogidas en el libro Cosas de familia (1998).
(En el 'El paciente inglés, traducción de Carlos Manzano)

Anne Michaels: A la verdad le gusta ocultarse en lo abierto. Ya por entonces, a solas en el puente, en la soledad del deseo

Anne Michaels



Segunda búsqueda



Ayer, en el cementerio, no podía entender las palabras "Pierre Curie" grabadas en la lápida.

Marie Curie, 1906 


A la verdad le gusta
ocultarse en lo abierto. Ya por entonces,
a solas en el puente, en la soledad
del deseo, nuestra luna inundaba
los desfiladeros de Truyère.
El músculo satinado de una melodía
serpenteaba por el agua reclamando
atención: por el Wisla, el Biévre,
el Sena. La lluvia tiraba con manos invisibles
de la barba de los cedros, socavaba la ribera de los ríos,
apretaba los puños con el olor de la tierra,

como si supiera que algún día yo metería
las manos entre el pardo polvo de la mena
salpicado de agujas de los pinos de Bohemia,
que estaría cuarenta y cinco meses bajo el paraguas o empapada
bajo el sol, avivando el espíritu azul
del amargo aliento de la pechblenda.
Tantas cosas consumidas, años, para alcanzar
ese color. Como si la lluvia polaca ya conociera
nuestro jardín inundado de París: esperaba
mientras te traían
a casa desde la rue Dauphine, medio cerebro
secándose en el pavimento; la cuchilla de la luna
en la garganta de las flores, carne fresca empapada,
sus bocas amoratadas y abiertas,
sus gritos deshaciéndose en el polvo en la garganta.
Una humedad sepia como la de los bosques de Miniére y Port Royal 
que tú me describiste, me ayuda a dormir: ya en aquel tiempo 
me enseñó a no tener miedo
de la tierra, a agradecer 
los retorcidos senderos 
del fracaso que nos juntaron, 
a rechazar el sudario y en vez de eso 
cubrirte con espinos, iris, el paño negro 
de tierra que tanto amabas. 

Antes de casarnos 
permanecía con el río 
fluyendo por mis manos 
como si la pérdida de algo hermoso 
me hubiera manchado la piel. Qué parecido 
un brinco de esperanza a un brinco 
de miedo. Mientras, un pájaro 
firmaba su nombre en el cielo. Ya entonces 
te sentía por mis ropas, como el beso del radio 
en el bolsillo del chaleco de Becquerel, el beso que nunca olvidó, 
abrasando su vientre.

Aparté tu chaqueta
para verte. Besé la túnica de sombra que te cubría y no quité 
tu sangre de mis uñas. Le grité a Irene 
por cerrar un libro que habías dejado abierto sobre la mesa. 

Cuanto más avanzaba nuestra vida en común 
más te amaba. Día tras día 
vertía mayor pureza 
en vasijas y tarros. Te observaba 
inclinado sobre la mesa como un relojero, 
engastando lo que no es visible. El regocijo 
de la concentración, el amor
la sustancia precipitante. Nuestras manos
nunca dejaban de moverse, piel
de zalea, largos guantes devorándonos
hasta el hueso. Abrimos la puerta a
la aurora boreal, a los icebergs, a lejanas
montañas alineadas en las repisas. 
El residuo azul que se pega como un olor
lo empaña todo con su aliento. 
Por la noche, trabajando, nos sentábamos igual
que bajo las estrellas. La destilación reluciente
del tiempo. 

Te reías cuando, subrayaba los libros de cocina 
con el mismo cuidado que las notas de laboratorio 
pero para mí era lo mismo: el mismo 
proceso del amor, disolver, filtrar, reunir 
hasta que la verdad sea tan pequeña que se palpe 
en la lengua. Mi cuerpo dolorido de permanecer de pie 
en el patio, removiendo. O de tenderme 
debajo de ti. 
Los sonidos de la noche en el césped
de Sceaux, los faroles del porche,
las patas de madera arañando los baldosines
cuando tu padre seguía a la luna con la silla. 
Escuchaba en la oscuridad la canción de la corriente
sabiendo que no había diferencia, tu mano
adormecida a mi lado, estuvieras pensando
en la esencia de las sales, en guarismos del átomo o en los efectos 
secretos de la luz de la luna: se trataba del mismo amor,
radiante en la memoria, sencillo como la piel. 

Todo lo que tocamos 
arde a lo lejos, nos hayamos entregado 
o no, el mismo día de abril se alarga hasta la delgadez,
la misma tarde de invierno 
se espesa hasta la oscuridad. Tenía treinta y ocho años.
Cada vez que la puerta se abría 
esperaba que hieras tú. Durante meses guardé tu ropa
acartonada por la sangre. 
Solamente la calle me entendía. Caminaba
y cerraba los ojos encomendándome al Dios
de los tranvías, de los caballos, de los cabriolés. 

Eres el cristal que silencia 
las hojas mojadas, el silencio del río en invierno. 
No puedo ver el mundo 
con tus ojos, pero puedo verte a ti 
en el mundo: la invisibilidad que inclina la rama; 
la reverberación de la luna al seccionarse; 
la piel desvaneciéndose bajo los rayos. 
Cuando Albert, en mitad de una prueba, 
arrojó de repente su mochila 
para amedrentar los acantilados de Engadine, 
agarrándome del brazo, histérico; “Necesito saber 
qué les ocurre a los pasajeros 
cuando el ascensor cae al vacío” — 
y yo cogiendo a las niñas, temerosa 
de que empezaran a reírse allí mismo - 
era lo que tú habías estado pensando 
cuando atravesamos el Paso de Majola.

Llevo a nuestras hijas
a los ríos que amabas. 
Paseamos por la ribera del Biévre
donde pasabas noches enteras
pescando ideas en el agua. 
Pienso en su piel de plata
invisible en la corriente, 
separando aún la sangre fría y brillante 
del río incoloro. Invisible 
como el oxígeno que sella el agua y el hielo 
de modo que la línea entre río y cielo 
no se rompa, el hidrógeno alineándose 
en una sola dirección, bajo las cuchillas de los patinadores. 
Moviéndose más rápido a cada lenta zancada. 
Nada mejor para entrar en calor que el movimiento,
la velocidad en nuestros muslos. 

Sólo puedo encontrarte 
buscando en lo más profundo, así es como el amor
nos marca el camino en el mundo. 

Mis manos arden
todo el tiempo. 



De: "Buceadores de la piel", Bartebly Ediciones, 1999
Traducción: Jaime Priede. Epílogo: Jordi Doce
Otros poemas de ANNE MICHAELSaquí

Margaret Atwood

Margaret Atwood


Noticias de las diez



Cae desde el aire un pájaro, herido por un disparo,

las otras aves se dan cuenta, necesitan saber qué ha sucedido.
Las hojas de los árboles susurran, los ciervos se agitan, los conejos
sacuden las orejas. Los herbívoros se agazapan, los carroñeros
se lamen los dientes. 
La vida sacrificada no les asusta.

¿Qué nos alarma? ¿De qué nos alimentamos?

Lo aceptamos todo,
una herida tras otra.
Escombros, escombros, murmuran las pistolas.
Nuestros rostros relucen en el centellar de cristal,
la noche asciende como una humareda.

Oh, esconde tus ojos

-es mejor sentarse en un cuarto aislado,
las puertas cerradas, los aparatos apagados,
sin nada más que esa postal de las cataratas del Niágara, que compraste el verano      pasado -
esa cascada de agua que calma
como caramelos de toffee verde cayendo
a cámara lenta por un precipicio;
mejor no ver al frágil nadador,
o a los dos niños en su bote amarillo.


Otros poemas de MARGARET ATWOODaquí

Anne Carson

El Beckett de ella        



Visitar a mi madre es como actuar en una obra de Beckett.
                                          Tienes la sensación de atravesar la corteza,
                 la densa oscuridad oh no del pequeño cuarto
                 con paredes tan estrechas y predecibles.
Un tintineo y el súbito esfumarse de juguetes que pertenecen a la memoria
                  y sin querer reaparecen perdidos y asfixiados
                                                                             en la página del dolor.
                                                             Muy mal
responde cuando pregunto,
a pesar del (¿era abril?) brillo alegre que roza sus ojos,
«salimos a remar por el lago Como»
escurre apenas de sus labios.
Nuestro amor, esa chispa de fuego en la locura,
envuelve el cuarto
azotándolo todo
y se esconde otra vez.



Her Beckett
Going to visit my mother is like starting in on a piece by Beckett. / You know that sense of sinking through crust, / the low black oh no of the little room / with walls too close, so knowable. / Clink and slow fade of toys that belong in memory / but wrongly appear here, vagrant and suffocated / on a page of pain. / Worse / she says when I ask, / even as (was it April?) some high humour grazes her eye— / «we went out rowing on Lake Como» / not quite reaching the lip. / Our love, that halfmad firebrand, / races once around the room / whipping everything / and hides again.

Otros poemas de Anna Carson,  aquí
Traducción: Jeannette L. Clariond
Imagen: www.hampsonwrites.com 


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