Un pico extraordinario
El señor aseguró con un mecate los tubos oxidados de la batea.
Mientras subimos el cerro en la pickup, se va revelando el volcán.
La nieve se le está cayendo a trozos.
Lo derretido deja huecos en los costados y se ve moteado el contorno.
Vamos con la esperanza de tocar un último pomo de nieve.
Las puntas de los dedos se sienten como si un ave de carroña
picoteara cada una al mismo tiempo.
La conversación se va acabando porque todas quieren taparse la boca.
Hace tanto aire que las cejas empiezan a fruncirse
los cuerpos tratan de encogerse y no pueden,
la camioneta es vieja y hay que agarrarse con fuerza.
La angustia de este clima extraordinario en sus rostros
me indica que fue buena idea venir con mis amigas a este lugar.
Méraly
Leo un poema de Namdev sobre una acróbata que cruza una cuerda floja
toda su mente está en la cuerda
no le importan los reyes que la miran desde abajo
porque ella tiene su atención en un punto:
sus pies.
Mientras leo el poema de Namdev, recuerdo a Méraly
y el día que compré este libro.
Pedimos un postre para ambas
leímos mi libro de Edmond Jabès.
Recuerdo su cara agachada leyendo
el cielo de lejos es cielo
y luego levantándose con impresión:
de cerca, ya no es nada.
Le tomé una fotografía
ella le tomó una foto al poema.
Un vagabundo se sentó en nuestra mesa y nos pidió dinero
le dimos unas monedas y se enfureció
gritó y le pegó a la mesa
los hombres de al lado se levantaron y lo sacaron
yo no sabía qué hacer.
Méraly estaba asustada porque un mes antes la habían asaltado,
un hombre la golpeó con un cuchillo en el mentón.
Cuando se fue, Méraly dijo, ¿te das cuenta? nos pudo haber matado.
A mí me pareció exagerado pero
todo lo que nos pudo haber matado
está todo el tiempo
alrededor
todo lo que puede todo el tiempo
matarnos.
Sin embargo, las dos seguimos vivas.
Cuando la conocí, pensé que era muy guapa
llevaba una maleta que estaba dejando en la recepción
me cayó mal
pero no sé en qué momento,
me enamoré de ella
profundamente
no sé en qué momento
sentí la necesidad de estar con ella
todo el tiempo.
El tercer día, me dijo que era una persona espiritual.
Yo no sabía qué quería decir eso, me parecía un poco ridículo
pero ése fue el día que me di cuenta
de que yo también soy espiritual.
Cuando vivíamos juntas,
había mucho amor volcado
y al mismo tiempo mucha contención
no era sólo que ella se volcara y yo me contuviera
creo que había un poco de eso en las dos.
Cuando volvió de Nepal, la abracé con pocas fuerzas
ella traía el cabello muy largo
y yo muy corto.
Mi energía estaba drenada por un hombre que amaba.
Además pensaba que Méraly era un ser distinto
y no sabía si los seres distintos se abrazan.
Fuimos a la librería donde compré el libro de poemas de Namdev
como una especie de terapia:
si podíamos depender tanto sentimentalmente de una pareja,
¿por qué no podíamos sólo estar con una amiga que amábamos?
Era tarde, era casi noche
le regalé a Méraly un libro que ella veía de soslayo
luego se bajó del metro
y yo me quedé viendo mis pies.