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el sueño que sus brazos
mece
abre sus ojos
la noche su tamboril
que besa y daga
una paciencia de escombros
dibuja en el aura
un quejido
que no es reproche.
10
Muerde la noche
afín
herida diurna al día
la nimiedad
en su labio
musita
espasmos despabilados
la precisión desgrana
con instrumento
disonante
palabras inmunizadas
al destierro
su inciso
en clave de bestia
de vida láctea
rastrea destroza encontrando
pistas
negadas al alba
halo petrificado
anticipa
un aguijón de danza
destello mudo afásico
en una palabra
escasez y abundancia
la noche
derrama
alaridos silvestres
noctámbula volví
para ser
su escribiente.
32
De intermitencia infinita
pulsa difuminada
en un cuenco
donde la luz mecía
se agitan penumbras
la atmósfera se tiñe de voraz
apura el paso
se acerca se aleja
merodea el letargo
pierde equilibrio
al acierto
sazona un resquemor
envuelve
engulle traga
soy su manjar.
VI
La voz
muta
en sus jirones
despide esquirlas
de sueño roto.
VII
Es tarde
para la palabra
una consonante
es insignia
pretextos que la noche inventa
duermen
bajo una bombita que titila.
SURAY TRABA (1969, Ciudad de Buenos Aires, Argentina)
De: "Indómito despertar", Barnacle, 2025
En su libro "La llegada a la escritura", la filósofa Hélène Cixous señala: "Lo único que tengo para escribir es lo que no sé". Esta idea resuena en este libro, el primer poemario de Suray Traba, donde la escritura se convierte en errancia por lo que no ha de saberse. Escribir como un estado de presencia en el no-saber. Situarse en el desconocimiento pleno como inicio de la escritura, atravesar el vértigo de esa inocencia, desaparecer para ser.
Suray recorre el campo abierto de la noche, buscando con su lámpara ciega los fragmentos de luz de un alba que se retrasa.
En el territorio extenso de la vigilia, el lenguaje se extravía. ¿Cómo encontrar las palabras, en el espacio delimitado entre lo no-dicho y lo por-decir, cuando cada signo se revela urgente?
En hebras, desmenuzado, lo que no-se-sabe teje la trama de un idioma noctámbulo e insomne. Teje una voz.
Y la voz se extiende sobre el paisaje de la noche, poderosa y lúcida, delicada y caótica, tropezando con lo que se supo callar.
"Quedate despierta, hilachita de voz", susurra. Y la voz se hace presente, se nace, se alumbra.
"Quiero escribir la noche", dice Suray, "quiero escribirla ahora, que no sé qué digo, con lo que no sé qué digo".
El poema es mantra y plegaria, es fe y manifiesto para esa que tabula en la oscuridad, para la mujer que escribe en la noche, y en la noche, despierta.
Suray recorre el campo abierto de la noche, buscando con su lámpara ciega los fragmentos de luz de un alba que se retrasa.
En el territorio extenso de la vigilia, el lenguaje se extravía. ¿Cómo encontrar las palabras, en el espacio delimitado entre lo no-dicho y lo por-decir, cuando cada signo se revela urgente?
En hebras, desmenuzado, lo que no-se-sabe teje la trama de un idioma noctámbulo e insomne. Teje una voz.
Y la voz se extiende sobre el paisaje de la noche, poderosa y lúcida, delicada y caótica, tropezando con lo que se supo callar.
"Quedate despierta, hilachita de voz", susurra. Y la voz se hace presente, se nace, se alumbra.
"Quiero escribir la noche", dice Suray, "quiero escribirla ahora, que no sé qué digo, con lo que no sé qué digo".
El poema es mantra y plegaria, es fe y manifiesto para esa que tabula en la oscuridad, para la mujer que escribe en la noche, y en la noche, despierta.
Mariana Finochietto
