El vendedor ambulante de biblias
Lleva la palabra de Dios de casa en casa.
Sabe unos versículos de memoria que recita
proféticamente cuando le abren la puerta.
Ego sum qui sum y alza los globos oculares.
Por su eficacia infalible en las ventas
para el dueño de la empresa es el mesías.
De casa en casa lleva la palabra de Dios.
Frente a los compradores ensaya
una exégesis deliberadamente críptica.
Si no fuera por la circunstancia de criar
ovejas negras en la terraza de un piso 20
sería un hombre perfectamente normal
además de un imbatible vendedor de biblias.
Etiología de una pasión
Amontonados y timoratos al fondo del camión,
rechinan la esperanza por la patria y por el bife.
Ilusos los otros, los que juntan monedas en el peaje
y se asimilan a los agregados culturales,
antes siniestros que diestros, simios eximios,
dan de los otros con bonhomía todo, hasta las heces,
sin pestañear ni chistar a la hora del puchero y del sueño.
Babieca
Tratando de entender las propiedades
abstrusas de los carbones y los aldehídos
en plena clase, en la noche cerrada,
tu cuerpo abierto de ciervo rojo bajo la luna.
Nada de lirismo, me dijiste, haciéndome
lugar en la cama.
Crónica de la muerte del autor
Podría ser un primerísimo y magistral plano de Chabrol,
porque llueve en París, y el viento golpea con fuerza
en los toldos de los cafés, mientras un hombre con
sobretodo cruza la calle con un diario bajo el sobaco
y un cigarrillo en los labios, pegado a la comisura.
Sigue otro plano en perspectiva plana y casi velada:
Una camioneta de lavandería dobla una esquina
y embiste al hombre que no ha terminado de cruzar
ni de llegar a la Sorbona, donde al parecer, se dirige.
El cuerpo acusa el impacto y queda laxo en la calle.
Estamos en la Rue des Écoles, es 25 de febrero de 1980.
Un travelling recorre de pies a cabeza al viejo canoso
que ha perdido sus zapatos y el diario del día.
De alguna extraña manera, el cigarrillo sigue pegado
a su boca, y el fino papel se empieza a teñir de rojo.
Después de amagar algo que parece una disculpa
o un gesto impávido de asombro e indignación,
el hombre que maneja la camioneta con ropa limpia,
planchada y perfumada, se aleja del círculo de curiosos
y dobla con vehemencia la esquina, dejando el rastro
de los neumáticos borrándose en la película de agua.
El hombre que maneja la camioneta es una silueta
que no sabe que acaba de atropellar a un viejo canoso
nacido Roland Barthes que habló de la muerte del autor.
El viejo canoso morirá un mes más tarde en un hospital.
Predijo la desaparición y la muerte metafórica del autor.
Encontró una mañana de frío y de manera involuntaria
el signo más concreto de su semántica y su fatalidad.
Los dos inciden en el pensamiento contemporáneo:
Uno por haberlo gestado. Otro por haberlo interrumpido.
porque llueve en París, y el viento golpea con fuerza
en los toldos de los cafés, mientras un hombre con
sobretodo cruza la calle con un diario bajo el sobaco
y un cigarrillo en los labios, pegado a la comisura.
Sigue otro plano en perspectiva plana y casi velada:
Una camioneta de lavandería dobla una esquina
y embiste al hombre que no ha terminado de cruzar
ni de llegar a la Sorbona, donde al parecer, se dirige.
El cuerpo acusa el impacto y queda laxo en la calle.
Estamos en la Rue des Écoles, es 25 de febrero de 1980.
Un travelling recorre de pies a cabeza al viejo canoso
que ha perdido sus zapatos y el diario del día.
De alguna extraña manera, el cigarrillo sigue pegado
a su boca, y el fino papel se empieza a teñir de rojo.
Después de amagar algo que parece una disculpa
o un gesto impávido de asombro e indignación,
el hombre que maneja la camioneta con ropa limpia,
planchada y perfumada, se aleja del círculo de curiosos
y dobla con vehemencia la esquina, dejando el rastro
de los neumáticos borrándose en la película de agua.
El hombre que maneja la camioneta es una silueta
que no sabe que acaba de atropellar a un viejo canoso
nacido Roland Barthes que habló de la muerte del autor.
El viejo canoso morirá un mes más tarde en un hospital.
Predijo la desaparición y la muerte metafórica del autor.
Encontró una mañana de frío y de manera involuntaria
el signo más concreto de su semántica y su fatalidad.
Los dos inciden en el pensamiento contemporáneo:
Uno por haberlo gestado. Otro por haberlo interrumpido.
Oxford 1856 en mi casa de Olivos
Dos tazas de té con sello de porcelana inglesa cachadas
por los ríos del tiempo y del uso en el liso contorno.
Rojas en sus veteados de muérdago y perros maníacos
que corren eternamente en esa circularidad aromática.
Dos tazas aparecieron en la puerta de mi casa, colgadas
bajo el cielo estrellado una limpia noche de invierno.
Las asas esbeltas son cuellos de cisnes pulidos de brillo.
Ajadas por dentro por el hogar y las manos de sus dueños.
En los residuos del té oscuro, el sedimento de lo que fue
sobremesa, labores, cálculo, y la muerte de labios de amor.
Dos tazas boca abajo como murciélagos propiciatorios
que ya no están. Dos tazas de boca abierta y agrietada.
Rojas en sus veteados de muérdago y perros maníacos
que corren eternamente en esa circularidad aromática.
Dos tazas aparecieron en la puerta de mi casa, colgadas
bajo el cielo estrellado una limpia noche de invierno.
Las asas esbeltas son cuellos de cisnes pulidos de brillo.
Ajadas por dentro por el hogar y las manos de sus dueños.
En los residuos del té oscuro, el sedimento de lo que fue
sobremesa, labores, cálculo, y la muerte de labios de amor.
Dos tazas boca abajo como murciélagos propiciatorios
que ya no están. Dos tazas de boca abierta y agrietada.
Variables de hacienda
Gasto más de lo que produzco:
mis remedios son más caros que mis versos.
Los índices de la economía importan
más que el hambre de la gente.
Por suerte, la retama está en flor.
mis remedios son más caros que mis versos.
Los índices de la economía importan
más que el hambre de la gente.
Por suerte, la retama está en flor.
Dos escualos bailando en un balde con música de Astor
Ligeros y circulares, rozándose los lomos
y cortando el agua con el filo de las aletas
se compadrean y estiran el ojo hacia atrás,
hacia las colas, en cada ronda corta y veloz.
Chatos y al compás percusivo, salpicando
el agua afuera de la boca ancha del balde,
se miran ahora de frente y renuevan
el arabesco y el ocho infinito.
Se frotan la viruta escamada y abren
las branquias en signo de galantería.
Dos escualos en un balde y el fuelle de Astor.
Pequeñas miniaturas de un acuario y estreno.
Imagen en Inmediaciones.org