Fernando G. Toledo: No voy a gritarte lo ya callado | El poeta ocasional

Fernando G. Toledo: No voy a gritarte lo ya callado


Alea iacta est     


Los anillos de los días se enredan 
En mi cuello y esta sombra me anuncia 
Que la suerte presenta la renuncia 
Que están vacíos los vasos que quedan 
Pero a tu salud quiebro los cristales 
A la salud del que está en ese espejo 
Más incrédulo más torpe más viejo 
Cada vez más fuera de sus cabales 
Porque el silencio exige un compromiso 
Porque mis labios así están sellados 
No voy a gritarte lo ya callado
Hablarle a la pared cantarle al piso
Voy a apagar la luz sencillamente
Voy a abonar mi diezmo de silente.



PLANO SECUENCIA




La entrada de un rítmo en la coche
Cuando sus tendones se tejían
Sobre una manta salpicada de lámparas
La entrada de una música
Cierta cosa inyectada en lo parejo
Y la instauración de una simbiosis que se alargue
Hasta que el planteo infinito de la cadencia
Vuelque su peso sobre esta piedra gravitatoria
Mientras un coche pasa una lluvia se desprende
Un cuerpo se desnuda y rescata su forma.



Foto desconocida




En esa foto, otro instante embalsamado
Que casi consigue escapar de la eternidad
No pudo hacerlo. Dejó todo allí, con esas herramientas
Prestadas por la realidad para su propio plagio,
Y convirtió la escena matutina de un colegio
En un campo de batalla con cuerpos cercenados:
Falta un brazo allí, aquel no tiene cabeza,
Muchas piernas se perdieron en el disparo
De la cámara y toda una dimensión cayó
Sin dejar siquiera un rastro de sangre.

Hurguemos en los restos: las caras
Que descubren la lente llaman primero la atención
Aunque no son las que importan. Sin embargo
Allá, ubicado en un ángulo fingido
Por las leyes del formato, un hombre mira hacia abajo
(Siempre hay que andar con cuidado) y presta
Lo opaco de su cuerpo para quedarse allí,
A la vez en el pasado y el presente,
Abriendo, frente a mí, un agujero negro
Que absorbe la materia del olvido y me arrastra
Hacia aquel punto escondido en el cráneo,
Justo detrás de otro recuerdo, fijos sus rasgos,
Nítidos por prepotencia de juventud, provoca
Que yo estire los dedos, los pase por su silueta,
Y compruebe que, sí, ese es mi padre,
Y no aquel cuyo rostro
Quedó cerrado hace años ya a la luz.



Codo a codo




El médico es ecuánime: concede
La heroica salvación de su paciente
A la pericia de los cirujanos
Y a que la bala "sólo por milagro"
(Ya que no de otro modo ha de llamarse)
Arrancó apenas parte del cerebro,
Dejando en mano de la medicina
El tramo sangriento del salvataje.

Digamos que fue un trabajo en equipo:
Los doctores removieron pedazos,
Soldaron el cráneo, hicieron suturas,
Y Dios consintió un disparo preciso,
Suficiente para una hemiplejía,
Pero no para matar, por ahora,
Al hombre del que va encargarse luego.



Otros poemas de FERNANDO G. TOLEDO, aquí
De: "Plano Secuencia", Ediciones del Dock, 2018

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