Juan García Gayo


OPINIÓN DEL NORTE     



“No dejo de sorprenderme 
que en tantas habitaciones llenas de buenos pensamientos 
bellamente estucadas con azucenas, 
los elegantes colegios se atrevan mostrar 
su oreja en carne muerta, 
líquen sobre un declive de zinc 
donde las cuadrillas en el subsuelo de la casa 
no guardan el debido respeto a las calderas, a los bronces 
traídos por mis abuelos especialmente desde Hamburgo. 
En lugar de jarrones, cuchillos, peines convalecientes y flecos 
—simples cagaditas de mosca al fin— 
reivindico la vida que conduce a Miguel Angel, a Rembrandt,
a las nieves sobre la parte de barbarie que nos atañe.
La arena de los médanos debería escupirse, ¿no les parece?
esos cardos y arroyos que no engañan a nadie,
basura colonial cerca del quinteto de cuerdas en el living
y los labios que palpan la temperatura del té, un poco ahumado,
                                             como a mí me gusta."



LA LECTURA




Con la primera lluvia de mayo
y más de una derrota
ella escucha los poemas de su marido.
Las orgullosas pecadoras,
locuaces, agitando sus pulseras de piedras
con propiedades mágicas,
convocan a la cita de servicios en su sótano.
Vasos de vino tinto, mesitas reservadas
para hombres solos y escritoras maduras.
En el camino, siempre, alguien pierde un zapato
o los dos y al llegar a destino se tensa
con una fiebre de difícil diagnóstico
y agradece a los cielos estar descalzo.
En estas circunstancias,
¿podría producirse una explosión de estrellas?
Duerme el agua en la jarra, se acaricia el cabello
la noche artificial, la tarima suelta nubecitas de polvo
y los poetas, en orden ascendente,
alivian con metáforas sus sueños, historias crueles,
amores desgraciados, laberintos inútiles.
En las calles desiertas, tanto para robarle
uno de sus secretos a la ciudad,
circula libremente la rosa de los vientos.
Hojas secas, filtros del corazón,
episodios cargados de sentido
en busca de un intérprete,
los amigos intercambian cautelosas noticias
de sus cuerpos, se miden, oscurecen,
dejan fluir lo que llamamos alma.
Tal vez quieran hacer públicamente el amor, ya mismo,
Con el verso final, a la espera de un tiempo
donde lo que no sea verdad no exista,
los que leyeron y sus acompañantes se sacan los anillos,
comulgan con las manos.




JUAN GARCÍA GAYO (1932 / 2013, Ciudad de Buenos Aires, Argentina) Fuente:  AHIRA | Archivos del Sur Enlaces: Al pial de la palabra | El escribidor | El blog de Carlos Martian Imagen:  Helene Schjerfbeck

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