Sol Triano | El poeta ocasional

Sol Triano



¿Qué es un duelo? ¿Y cuánto dura? Este misterio es el eje de ‘Tierra fresca”, el primer poemario de Sol Triano.
El poeta ruso Ósip Mandelstam nos dejó un valioso legado al señalar que la poesía es una herramienta: el arado que desentierra el tiempo, poniendo al descubierto sus estratos más profundos, su tierra negra. La autora de este libro cava hondo en cada verso, remueve el pasado, oxigena y fertiliza lo que nunca deja de expandir sus raíces: la pérdida de un hermano.
Cava y su propia vida se abre en surcos y muestra las marcas que le dejó este acontecimiento. Compone invocaciones para no estar sola y maldiciones con todo eso que aún duele, llama a los recuerdos dulces y amargos y toma perspectiva desde el presente.
El duelo es la música que marca el ritmo de esta excavación mientras Sol Triano canta a la pena, no para avivarla sino para conjurarla y alentar a los que viven su día a día con ella. Los poemas de "Tierra fresca" nos enseñan que la escritura puede transformarnos si trabajamos la tierra de nuestras pérdidas...

Natalia Litvinova


SI se hubiera levantado un viento imprevisto
como el que traen las tardes en septiembre,
si el noticiero hubiera anunciado
tormenta desde temprano,
si se hubiera largado a llover
y el barro y la inclemencia
o el temor de mojar ropa y zapatillas
hubiera hecho imposible la idea de salir
con ese clima en bicicleta.

Si Adolfo hubiera aceptado
poner un puesto en la feria
en vez de insistir con el plan
de manejar su propio taxi.

Si el tachero Adolfo no hubiera pensado
después de un desengaño tras otro,
que lo mejor era abrir otra botella de vino.
Si hubiera tenido una mujer que lo abrazara
aunque tuviera que pagar por su cariño.
Si esa noche lo hubiesen sujetado
un par de manos o unas caderas,
un beso, otra copa, alargando el tiempo.
Si esa vez no hubiera podido
arrancar el taxi.

Si la municipalidad hubiera ordenado
cambiar la luz rota en la esquina de 7 y 96,
si la autorización para una nueva luminaria
no hubiese requerido un sello más,
si el operario de mantenimiento
no hubiera dicho
puedo seguir arreglando las luces mañana,
si a alguien le hubiese importado
que en ese suburbio de calles sin banquinas,
hubiera niños jugando y pibes que vuelven
en bicicleta por la noche.

Si mi abuelo no hubiese necesitado
esos medicamentos
y mi madre no le hubiera ofrecido llevárselos,
si no hubiera extrañado tanto a su padre
como para inventarse la excusa
y viajar a verlo,
entonces ella habría estado en casa
haciendo de madre,
gobernando sobre la comida,
la limpieza y el estudio,
gobernando sobre mi hermano.

Y si mi hermano la hubiese tenido en frente
para escucharle responder
no vas a salir a esta hora en bicicleta.
Y si él nunca hubiera vuelto a subirse
otra vez a las dos ruedas
después de la primera caída,
o si hubiese podido comprar un casco
y si hubiera creído
que llevarlo fuera importante.

Y si en aquella tarde de sábado
a mi padre no lo hubiese visitado su primo
para compartir un mate,
una partida de truco y cigarrillos,
su único descanso en medio de trabajar.
Si el juego no hubiese estado
más divertido que otros días,
probablemente habría tenido
un segundo para salir de las barajas
y pensar que no debería dejarlo salir
ya tan de noche y en bicicleta.
Si no hubiera contestado mecánicamente sí,
para volver lo antes posible a la partida.

Si luego mi madre no hubiese contado
con el consuelo de su amiga Haydée,
acunándola sobre su pecho,
sirviendo el café que se enfría y nadie toma
durante días, meses, años.
Y si Haydée no hubiera hablado finalmente,
para decir con su voz buena
y casi como un ruego,
ustedes tienen que hacer un viaje, repararse.
Si no hubieran podido escucharla,
o si no hubiesen decidido, a pesar del alma rota,
hacer ese viaje, marido y mujer,
mamá y papá culpables
y tan inocentes.

Si el viaje hubiera resultado un fracaso,
si no hubiese sido una calma, un reencuentro,
un nuevo comienzo como de verdad fue,
yo probablemente
no estaría aquí escribiendo,
yo probablemente
no sería ni siquiera una idea
en la intención
del universo.



ATRAVIESA el estudio,
el piso de madera recién encerado
cruje bajo sus pasos.
Más quiere evitarlo, más suena.
Se detiene en el espacio marcado para posar.
Nada se mueve
sólo el movimiento mudo de su mano
cortando el aire
para acomodar un rizo
detrás de su oreja.



21 de septiembre
en las calles, guirnaldas de flores,
concierto en la plaza hasta tarde,
bombillas como perlas
enhebrando árboles.

En casa, un ramo de calas
recién cortadas, una vela Ranchera,
la estampa del santo y su foto
siempre en el piso
por temor al fuego.




AQUELLA mañana de domingo
miraba el jardín en la primera hora
desde el alero de la casa materna.
Lo recuerdo muy bien
porque pensé que lo peor
había quedado atrás.
Pero a la noche maldije.
Maldije la mañana y el rocío,
la calma del laurel,
maldije mis manos entibiándose
contra la taza de café,
la letanía del perro
y el silencio de la casa
cuando se duerme.
No era cierto que nada pasaba.
No se pueden contar
todas las cosas que mueren
con una muerte.



EL problema
con las heridas que dejan los duelos
es que son invisibles.
Voy sangrando, pero nadie lo ve.
No dicen: Esta mujer no puede con sus llagas.
Espero a que cambie el semáforo
en la senda peatonal,
y los niños tontos que juegan
a los pistoleros a mi lado
no saben que lo mejor sería
dejar de moverse y hacer silencio.
Tan cerca están y no saben
que mi pullover todavía huele a cementerio.
Podría colgarme un cartel
en la espalda: Con cuidado por favor.
La ignorancia de los otros
es también lo que me libera.
Un día saco turno al dentista,
me anoto para hacer yoga
y con gratitud
recuerdo a esa persona
que me dio la bienvenida
y me dijo que soy un sol
iluminándolo todo.



DESPUÉS de almorzar
lo que trajimos en un táper,
salimos a la terraza,
solitarios, compareciendo
ante la geometría roja de las azoteas,
el observatorio del Colegio Nacional
y más allá el pequeño triángulo
de río entre edificios.
Sillas con número de inventario,
carteles prohibiendo fumar.
En esta terraza de oficina pública
me siento bien,
en su propia lengua habla la ciudad,
un vaivén monocorde
hecho de autos y buses
que se detienen, arrancan,
un áspero mar.


SOL TRIANO (1971, La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina)
Enlaces: Otra iglesia es imposible | Cuaderno de descubimientos
Imagen: Agustín Benencia

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