Poemas inéditos de Alberto Pipino

Al trasluz


Al trasluz de una grappa      


In memoriam a Hugo Goldsman   
y a Marta Mastrogiacomo

 
 
Esta noche la trattoria está casi vacía, la lluvia 
es un velo que no todos se animan a 
cruzar,  en la mesa del rincón 
junto al horno a leña 
 
estoy como un zombi que puede volver a la vida 
en un santiamén, en la mano tiembla 
un vaso de grappa que trasluce 
a la humanidad 
 
cuando hace 50 y pico de años llegó a la luna, 
época que con Hugo estábamos en la  
cárcel entre risas, humo 
de tabaco, 
 
la flor cantada, el mate de boca en boca,  
viendo a Neil  Armstrong en tv 
recoger del suelo lunar algo
como una planta

del tamaño de un racimo de uva variopinta;
revivo visitas en el penal de Marta,
compañera de Hugo, critica
del uso exagerado

de exotismos en las cenizas poéticas que yo
atizaba ese invierno. Después de tanto
tiempo el candor vuelve, igual al
sabor del licor seco, firme. Y

ya en la octava grappa ¡ay qué maravilla! veo
a Marta, a Hugo y a mi mismo, en
la luna de Georges Meliés
escapando

de un grupo de selenitas entre ratas, queso
roquefort, un misil en el ojo porque
no quiero caer por el agujero
de la memoria, quizá

por eso hoy la tierra ya no es la misma
sin encuentros donde reíamos de
la política para no llorar por
miedo a la vida.


 

Canción para un alma


 

Esperando el atardecer inhala el humo
del tabaco como si quisiera
tragar todo el anhelo.

Está tan bella o tan rudo en la acera,
rezonga sin fe de erratas y suma
sombras por venir,
quizá no es tan bella sino bello o
joven, acaso algo setentón,
tan guapa.

Pero vino el crepúsculo y solo quedó
un pucho a medio disfrutar  
en la vereda.

Parecía tan fría, tan roto con el deseo
quebrado, el ojal sin botón y
no tan verdadero,
con la belleza reflejada en una ilusión
hoy la brisa desafina al abrazar
el álamo suprimido.

Puede navegar en una mesa con mástil
de vidrio y velamen impulsado
por vino y limón,
con la mirada desordenar la cabellera
del río, ir a tientas en una fila
de omisiones, pero

no puede reescribir la historia, armar
otra vez la cita prender
el cigarrillo, no
puede colocar la palabra desaparecida
en la voz, cadencia
y espacio.

Entre la niebla gris el alma se orienta
a través de géneros y
oído diverso,
entra al museo buscando la sala, pasea
por desnudos imposibles
y se exhibe.  



En Convent Ave. y la 144


 

En la acera y calle de la iglesia Bautista
del Tabernáculo Mayor el viento
barre la hojarasca, anticipa
la llegada del amor
de mi vida, 

advertida una oleada de visiones busca
huir de mi boca para acoger
al sexo sentido que da y
quiere, si el aire no
pierde fuerza.

Dobla la esquina y aparece con la tez oliva
y el cabello rubio ceniza, podría ser un
esbozo hecho por Norma Bessouet
después de su muerte,
en 2018, y

yo con las piernas juntas y las manos en
los bolsillos cuajo el deseo para
que no crea que disfruto del
baile de San Vito, en
versión propia.

Hábil para no dar el brazo a torcer golpea
con la vista, la lengua mide el límite
y pone pasión al ajustar los
lazos de mi camisa
de fuerza,

un destello, casi un alfiler de luz clavo
en el instinto y tengo miedo, pero
igual pregunto ¿de cuál vida
sos mi amor, de esta
u otra? 

Gorjea un piquiblanco desde el roble
frente al templo. “—Hey, viejo,
calma, que la lucidez es lo
peor que puede pasarle
a un loco”.

Exhausto acaricio con un dedo la ventanilla
trasera de la ambulancia, dejando atrás
un instante de claridad en la
sombra de un otoño
inclemente

en el vidrio trazo un par de líneas horizontales
y otra vertical, como si fuera un pino
solitario en el cruce de
imposibles, cerca
de la mano. 





ALBERTO PIPINO (1942, Buenos Aires, Argentina)
De: Riverside Driver, etcétera (inédito)
Enlaces: Otra iglesia es imposible | Centro Cultural Barco de Papel | Al pial de la palabra
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