Al trasluz de una grappa
In memoriam a Hugo Goldsman
y a Marta Mastrogiacomo
Esta noche la trattoria está casi vacía, la lluvia
es un velo que no todos se animan a
cruzar, en la mesa del rincón
junto al horno a leña
estoy como un zombi que puede volver a la vida
en un santiamén, en la mano tiembla
un vaso de grappa que trasluce
a la humanidad
cuando hace 50 y pico de años llegó a la luna,
época que con Hugo estábamos en la
cárcel entre risas, humo
de tabaco,
la flor cantada, el mate de boca en boca,
viendo a Neil Armstrong en tv
recoger del suelo lunar algo
como una planta
del tamaño de un racimo de uva variopinta;
revivo visitas en el penal de Marta,
compañera de Hugo, critica
del uso exagerado
de exotismos en las cenizas poéticas que yo
atizaba ese invierno. Después de tanto
tiempo el candor vuelve, igual al
sabor del licor seco, firme. Y
ya en la octava grappa ¡ay qué maravilla! veo
a Marta, a Hugo y a mi mismo, en
la luna de Georges Meliés
escapando
de un grupo de selenitas entre ratas, queso
roquefort, un misil en el ojo porque
no quiero caer por el agujero
de la memoria, quizá
por eso hoy la tierra ya no es la misma
sin encuentros donde reíamos de
la política para no llorar por
miedo a la vida.
Canción para un alma
Esperando el atardecer inhala el humo
del tabaco como si quisiera
tragar todo el anhelo.
Está tan bella o tan rudo en la acera,
rezonga sin fe de erratas y suma
sombras por venir,
quizá no es tan bella sino bello o
joven, acaso algo setentón,
tan guapa.
Pero vino el crepúsculo y solo quedó
un pucho a medio disfrutar
en la vereda.
Parecía tan fría, tan roto con el deseo
quebrado, el ojal sin botón y
no tan verdadero,
con la belleza reflejada en una ilusión
hoy la brisa desafina al abrazar
el álamo suprimido.
Puede navegar en una mesa con mástil
de vidrio y velamen impulsado
por vino y limón,
con la mirada desordenar la cabellera
del río, ir a tientas en una fila
de omisiones, pero
no puede reescribir la historia, armar
otra vez la cita prender
el cigarrillo, no
puede colocar la palabra desaparecida
en la voz, cadencia
y espacio.
Entre la niebla gris el alma se orienta
a través de géneros y
oído diverso,
entra al museo buscando la sala, pasea
por desnudos imposibles
y se exhibe.
En Convent Ave. y la 144
En la acera y calle de la iglesia Bautista
del Tabernáculo Mayor el viento
barre la hojarasca, anticipa
la llegada del amor
de mi vida,
advertida una oleada de visiones busca
huir de mi boca para acoger
al sexo sentido que da y
quiere, si el aire no
pierde fuerza.
Dobla la esquina y aparece con la tez oliva
y el cabello rubio ceniza, podría ser un
esbozo hecho por Norma Bessouet
después de su muerte,
en 2018, y
yo con las piernas juntas y las manos en
los bolsillos cuajo el deseo para
que no crea que disfruto del
baile de San Vito, en
versión propia.
Hábil para no dar el brazo a torcer golpea
con la vista, la lengua mide el límite
y pone pasión al ajustar los
lazos de mi camisa
de fuerza,
un destello, casi un alfiler de luz clavo
en el instinto y tengo miedo, pero
igual pregunto ¿de cuál vida
sos mi amor, de esta
u otra?
Gorjea un piquiblanco desde el roble
frente al templo. “—Hey, viejo,
calma, que la lucidez es lo
peor que puede pasarle
a un loco”.
Exhausto acaricio con un dedo la ventanilla
trasera de la ambulancia, dejando atrás
un instante de claridad en la
sombra de un otoño
inclemente
en el vidrio trazo un par de líneas horizontales
y otra vertical, como si fuera un pino
solitario en el cruce de
imposibles, cerca
de la mano.
ALBERTO PIPINO (1942, Buenos Aires, Argentina)
De: Riverside Driver, etcétera (inédito)
Enlaces: Otra iglesia es imposible | Centro Cultural Barco de Papel | Al pial de la palabra
Imagen en Facebook
De: Riverside Driver, etcétera (inédito)
Enlaces: Otra iglesia es imposible | Centro Cultural Barco de Papel | Al pial de la palabra
Imagen en Facebook
0 Comentarios