Pesadillas
Anoche soñé con una lechuza.
Soñé que extraños entraban en la casa.
Soñé que un íncubo se sentaba sobre mi corazón.
¿Qué es un íncubo, madre?
Una gárgola de piedra.
Una incertidumbre.
Soñaba, cada noche, que estabas
atrapado en la cabina de un crucero.
Desde tu cabeza había una distancia
de tres botellas de agua mineral pequeñas
hasta los cuatro muertos apilados
en la litera de arriba.
Soñaste con un dron, que bailaba frente a vos
como un colibrí en cortejo de apareamiento.
Soñé que tenía sed y no había ríos en el mundo.
Soñé que hablaba cuchillas que al salir de mi garganta
me partían en dos.
Me vi empujando a mis hermanos a un abismo.
Pensé en esas personas que se mueren durmiendo
y todos diciendo: se murió tranquilo, feliz.
La vida es sueño
Un estudio en National Geographic
dice que uno de los efectos de la peste
es el aumento del recuerdo de los sueños.
Mis hijos sueñan que se les caen los dientes.
La interpretación clásica enumera
temor a una pérdida y miedo al ridículo.
Sueño que tengo que entregar un trabajo
a una jefa que me martirizó en el pasado.
No tengo equipo y no hay redes sociales.
El mundo entero es escenario
de catástrofe. Venecia sin agua:
ruinas. Canales de agua sucia.
Pasillos donde acecha la muerte.
Cada villa italiana, palacio, casa,
departamento, pe hache, pabellón,
calabozo, es un crucero
perdido en la inmensidad del mar,
en medio de la noche.
La incertidumbre de los signos
Como un predador que pasa un largo invierno
sin sangre tibia, sin huesos que roer.
Como un amor que muere y descubrimos,
tiempo después, su cuerpo abandonado.
Como el fantasma de unas ganas de fumar.
Como la reconstrucción de la noche
después del black out.
Como el apodo con que te llamaban de niña
que hoy resuena como el eco en un pozo.
Como el virus, que sólo puede estar vivo
en el cuerpo que anida hasta matarlo.
Como la deriva que arrastra
muertos sin nombre a las orillas del día.
Como la almohada que abrazo.
Como esta casa a punto de quedar sola.
Ensayo de verano
La serena lectura
de un libro de Pavese,
las colinas de lengas
que proyectan las nubes
sobre el balcón colgado
hacia un río que nunca
llego a ver. Como los vagos
apellidos que vienen
a la mente y son piedras
pulidas a mis pies
que nadie trajo.
Los truenos en la siesta,
la reposera sola
y el transcurrir del día
como un cuadro por el que pasa la luz.
La canasta de frutas
dispuesta en la mañana
para expresar cierta idea de abundancia
que sólo el tiempo viene a lamer.
PAULA CANTARERO (1973, Bell Ville. Reside en Río Ceballos, Córdoba, Argentina)
De: "Una casa en la noche", Barnacle, 2021
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