Susana Villalba: Me condenaste al tedio


Susana Villalba

  

La viuda negra     




Quizá la vida 
es el momento 
al despertar 
en una hora muerta 
entre la medianoche 
y la madrugada.  
Una palabra 
se disuelve al llegar a la boca 
porque se abren los ojos
y es otra la casa,
los objetos en su dimensión,
ya no se necesita
más que un cigarrillo,
encender la luz,
fue un momento de estupidez.
Se extraña
a quien no se conoce,
aun cuando está allí.
Un café,
hay películas
durante toda la noche.
No se puede salir
con esta tormenta
que sacude los árboles,
un huracán magnífico
batiendo la calle,
los cristales,
alzás tu copa
hacia la ventana empañada.
Tu copa sin somníferos,
quisieras dormir como él,
absorber su pesadez,
su contundencia.
Qué se puede hacer
con esta lluvia,
lavar su copa,
limpiar lo que tocaste,
tenés que dejar el cuarto
antes de que él despierte,
nunca dirá que te recuerda,
que no entiende qué pasó

pero denunciará la falta del dinero,
del reloj.
Las mejores presas
se encuentran en el bingo.
Da igual, siempre es un sueño
superpuesto a un rostro
u otro.
Nadie está aquí,
nadie estaría aquí
cuando te despertaras
si te durmieras.
Pero hay una película,
llueve y alguien duerme a tu lado,
el cuarto está tan tibio.
Dormir
sería sin embargo despertar.
Sería dormir,
nadie te protegería como vos
al fin y al cabo lo protegés
de atravesar esta noche inmensa.
Paró la tormenta,
un cartel ilumina el espejo
y lo deja a oscuras,
con esa luz te peinás
y desaparecés,
te distraés con tus uñas,
ahora te retiene el silencio
o queda algún detalle
o falta algo,
la alianza
que cuelga de una cadena
sobre tu pecho.
La mente registra infinitos
números de teléfono,
retazos de frases,
gente
que para vos es sólo gente
y apenas te registra
como gente,
esa mujer que pasea a su perro
es el centro de su mundo.
Desde el cuarto
se percibe la llegada del otoño,
es un estado de la calle,
un viento melancólico en los árboles
furiosos
por el fin del verano.
Volvés a mirar la alfombra,
sentís que algo dejás
en esta habitación.

No importa que fumes,
todo el mundo fuma la misma marca,
no hay algo que te distinga
y nunca acertarán
en lo que te diferencia.
Aquí se ve el cielo,
lo habías olvidado.
El dinero es suficiente,
podrías ir a otra playa
antes de que llegue el frío.
O a cualquier parte,
por qué no este cuarto.
Te queda poco tiempo.
Sin embargo te quedás
mirándolo dormir,
te recuerda algo.
O es el otoño
en que todo parece recuerdo
de una felicidad perdida
como si tu relato de viudez
fuera cierto.
Querés ver el final de esta película,
“miénteme, Viena,
dime que me has esperado
todos estos años”.
Nunca dicen no quiero,
dicen no puedo,
en otra época
lo hubieras tomado en serio.
Pediría demasiado,
dijiste,
así es que no pido nada,
tomo lo que me interesa,
se rió,
se excitó,
no era un chiste.
Ya no sabés quién comenzó
la vieja historia,
es la ley del juego,
toda presencia amenaza despojarnos,
también para vos es un riesgo,
te están buscando en los casinos.
Un día me voy a encontrar
con mi destino,
pensás,
un alfil blanco
recorre esta ciudad
como un tablero,
ante cada pregunta posible
las responde todas,

devora los caballos.
Cabalgan, Viena
en pantalones de cuero
negro,
camisa negra,
esos ojos
esperaron demasiado,
destila un alcohol
venenoso,
tiene su propia taberna y llega
Johnny.
Quizá el amor sucede,
quizá exista
un nombre para decir
al despertar.
La noche es un animal
agazapado,
no la araña
que tira demasiadas líneas
en sitios de tránsito
previsibles.
Sin embargo en esa hora
de nadie
la araña parece una mirada.
Algo te paraliza
en este cuarto.
Algo que apenas sentirías,
algo
después de todo pequeñísimo
como una araña
amenaza revelarse como un rayo,
un escalofrío ante el contacto
de esta noche,
ahora
una lluvia fina
y persistente.
Los árboles están quietos,
comienza a amanecer,
apagás el televisor
y te lavás la cara,
la lluvia
va a acompañarte durante el viaje
como un solo de saxo,
no es un final tan malo
aunque trillado,
Viena lo esperó, realmente,
todos esos años
por un solo momento
de estupidez.



La occisa




Si pudiera volver
la cabeza.
Los ojos, sí
los ojos permanecen
pero yo permanezco
inmóvil
como siempre y sin embargo
ya no importa.
Existe un paraíso
del cuerpo
prometían los ojos,
infierno de saliva
arrasando palabras,
pensamiento, ser
desde adentro
hacia afuera un fuego
líquido y afuera
sólo tacto
de mí.
Y ahora que la bala penetra
una real calcinación
me atraviesa: esa mirada
es una trampa
y ya no importa,
fluye,
el deseo es un río,
le dije,
no detengas su curso.
Todo es líquido,
el aire como bruma pegajosa
en la garganta,
los sonidos,
no veo, me derramo
hacia adentro,
agua estancada
lo que fue pólvora viva,
volumen sanguíneo en las vísceras
conscientes ahora de sus ritmos
ralentados,

humores venenosos del alma
que también es un cuerpo
eléctrico.
Un fluido
que al mirar capturaba en un punto
de impacto.
Nunca fui el cazador
siendo rapaz como el deseo
es como el viento
que no sabe qué arrastra,
qué doblega,
por qué aleja al acercarse,
por qué le da una dirección
lo que resiste.
Algo, una baba,
una pluma venida del espacio
toma forma,
toma desde dentro
un cuerpo que pueda tomar cuerpos,
una ciudad de poseídos.
El verdadero horror
en las películas
es que siempre comienza
la misma situación,
cuando cierra la puerta
y suspira
se rompe la ventana
y vuelve a correr.
Sólo hay dos en esa cinta
de Moebius
y ya no sabe quién perseguía
a quién.
No importa,
ya no puedo moverme
y hemos vencido
los dos.
Hemos perdido
lo áspero,
los vientres pegados de sudor,
la radio,
una lámpara en invierno,
acariciar los libros,
las manos se deshacen como papel viejo,

he perdido
la textura de tu espalda,
el árbol,
cicatrices.
Sin embargo siento el agua
alrededor,
me estoy hundiendo
suavemente.
Acaso imagino una lluvia
que no llega a mi oído,
no es que caigo, voy perdiendo
sentido.
Ya no veré el acero,
el mar ni una estación de tren
abandonada.
Me condenaste al tedio,
a la nostalgia monocorde
por alguien que no está:
mi propio cuerpo.
Solitaria
eternamente sabiéndome
invisible
aun para mí misma.
No importa,
ya no puedo pensar
ni imaginar lo que no sé
cómo será
y cuando suceda, como siempre,
ya no tendrá importancia
entender.
Es un río,
dejémonos llevar,
le dije,
a donde sea.
Fue un error, como un viento
diciendo soy un viento,
un giro repentino
de nosotros.
La oscuridad como una piedra
me toma desde adentro,
mi cuerpo es la sombra
de una piedra
y todavía tiembla

un centro
como lava,
una bala que busca salida
y ya no importa,
interesada en el esófago,
un reguero,
una película en que todo estalla
es una bella imagen
que ya no podré ver.
Instantes de oro
y años de polvo
será, como la vida,
la muerte.
Dónde está la luz
cuando se apaga.
Voraz como el deseo
como el fuego no quiere devorar
sino encenderse,
nunca fui el cazador.
Pero que sea yo la víctima
también es un error
o un accidente.
Si desperté pasión
no tuve el mérito del cálculo,
si arrebaté lo ajeno
no tuve el usufructo,
si fui el testigo no supe
con lo visto
más que dar testimonio.
Quizá como el amor, la muerte
como la vida
no sea para siempre.
Será una travesía,
si miro hacia atrás
sus ojos
podrían retenerme.
Sin embargo dispara
contra el viento
como un ciego.
Un individuo en posición
decúbito,
aspecto de masa
cenicienta,

alojada en el canal
la bala ahora es lo que queda
vivo
y este fluir del pensamiento
acaso será siempre
una cámara lenta del disparo.
Un trueno primero,
después el relámpago
reabsorben en una sensación
fulminante de silencio.
También hay una muerte espléndida
que tampoco me tocará en suerte.
No importa


De: "Matar a un animal", Raspabook, 2015

El perro




escarbo
escarbo
escarbo
el hueso de dios
todavía puede estar
en el corazón caliente
de la tierra

tengo celos de dios
el árbol
sólo mira hacia arriba
es imposible para mí
amar a un árbol
pero enamorarse es eso

le salto
y sigue absorto
tengo celos del fuego
que duerme en su corazón
de las estrellas
que le pasan
no soy un árbol
no puedo
entender su quietud
pero enamorarme es eso

cae la noche
como la realidad
mi universo es un baldío
me ovillo
en las raíces duras
de mi amor

tengo celos de los pájaros
abrigados
en sus ramas
envidio la noche
cayendo como un cazador
de espejismos
quién despierto
creería
en los sueños

la intemperie es una soledad
el amor es un adentro

doy vueltas
alrededor del árbol
le salto
salto de amor
y caigo
otra vez en mí
enamorarse es eso

nunca se inclina
sólo mira al sol
a las estrellas
salto
doy vueltas
para cuidarlo
de su quietud
para cuidarme
de su silencio

tengo celos del amor
que siento
es más grande
que yo
es mejor

bajo el árbol
los pájaros
dan saltitos
me acerco
porque huelen a árbol
pero se desbandan
corren
si salto alrededor
corro detrás
y levantan vuelo
por qué mi amor
parece una cacería
o una rabia

tengo celos de la tierra
que retiene al árbol
nada me aferra
desde el cielo
cuando salto
cuando caigo
nada me espera
pero vivir es eso

a diferencia del árbol
salto
le salto
pero se abre en más
y más cielo
abraza el aire
nada
quiero advertirle
pero enamorarse es eso
me respondería

el árbol

es un sol
y un perro
alrededor
qué terror
le hace echar tanta raíz
quiero abrazarlo
pero apenas llego
al borde
donde empieza a ascender
a olvidarme

el árbol no sabe
hasta dónde
puede llegar
es eterno y está cansado
escarbo
escarbo para liberarlo
pero lo imanta
la inmensidad
tengo celos de su infinito

el cielo -le dice el pájaro-
es una resistencia
al cuerpo
otra espesura
el cielo es un bosque
sin árboles

el árbol es un cazador
que sueña
no necesita seguir
a las estrellas
ni atraparlas

escarbo
en su tronco

y paso la noche
en su interior
sueño
el corazón del árbol
es un perro cansado
de buscar
y me encuentra

el verano es una fiesta
a la que no se puede entrar
solo
espero la brisa
cuando el árbol se sacude
nos parecemos un instante
solamente
enamorarse es eso

sueño
que el árbol sueña
que corre
conmigo
no es que no quiera
-me susurra-
me posee un destino
de monstruosa
altura
y soledad

me froto en el tronco
le dejo mi olor
y huelo
soy el árbol
que quiso ser yo
enamorarse es eso

viento

lluvia
lo que a mi amor alimenta
me aniquila
¿no necesita
más que luz?
lo miro dar
refugio
contemplar
celebrar lo que no está
a su alcance
no sé si lo amo
para no odiarlo
para no odiarme
también es eso
enamorarse

salto
pero no soy de altura
ni de profundidad
el árbol
aunque a mi lado
no está en mi mundo
tengo celos de ese animal
de cielo

el árbol es una trama
de gravedad y luz
echado en tierra
soy afuera
de mi amor
soy su vacío
alrededor
y él absorto
inalcanzable
ciego a la sombra
que provoca

soy sin árbol
pero mi corazón
es un árbol
en cuerpo de cazador
no quiero correr más
que árboles
aunque están quietos
no los puedo atrapar

huelo
sigo un rastro
¿qué se recuerda en el amor
que no se tuvo nunca?

De: "La bestia ser", Hilos Editora, 2018


SUSANA VILLALBA  (1957, Buenos Aires, Argentina) 
Susana Villalba es poeta, dramaturga, crítica teatral y gestora cultural. Recibió la Beca Guggenheim 2011 (en Poesía) y el 2do Premio Municipal de Buenos Aires 2004/5 (Poesía édita). Tiene siete libros de poesía publicados. Integra diversas antologías argentinas e internacionales. Asistió a numerosos festivales internacionales. Es Asesora Artística de la Dirección del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Creó y dirigió la Casa de la Poesía de la Ciudad (1999) y la Casa Nacional de la Poesía (2000) y los Festivales Internacionales de Poesía de dichas instituciones. Escribió y dirigió las obras teatrales Corazón de cabeza; Feria americana; Obsidiana; La muerte de la primogénita, La voz de la luz y Mi noche ideal. Realizó diversas performances con video y objetos, entre ellas Formatos de Julietas, en Haroldo Conti, y La voz de las piedras. Dicta la materia Poesía en Dramaturgia para la Maestría en Dramaturgia de UNA.

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