Sé que αρμονία significa también enlace,
onexión, unión. «Mientras los maderos estén
sujetos por las clavijas, seguiré aquí,
y sufriré los males que haya de padecer»
(Odissea, V, 361-362)
Las nueces abiertas sobre la mesa
son todavía sonido
—el movimiento brillante de los ojos
de la puerta a la mesa:
el trabajo, el peso que no existe,
las ligeras ansias para las personas—
como si la belleza no tuviera un origen.
Estas nueces han hecho ruido,
me quitan los pensamientos
(nacen y son ya de todos,
todos los pensamientos…),
me reclaman al cuerpo,
a lo que nombro sabor
(las ideas nunca tienen cuerpo,
¿son parte de todos?),
me retienen contando los restos,
reuniéndolos sobre la mesa
(y mis pensamientos ¿a quién
han hecho feliz?).
Las cáscaras rotas pertenecen a estas manos
en la cavidad, en las líneas de las palmas,
puntas de semillas —nace una vida
al instante dentro de estas manos.
No tener pensamientos.
Apenas por encima de las noticias yo conozco nombres y personas
como era el laberinto de los cristales, en el parque, de los espejos
hasta que batiendo encontrabas la salida.
Porque no tengo la salida ahora—
se llama red,
corta un cuadrado exacto
y un lugar que está en todas partes.
O soy el blanco de fondo
en el pasillo de espejos
corte de diagonales y metal
en el suelo, ajustado en torno al cuerpo
con los neones que hacían indistinguibles
la piel y el aire como una sombra transparente
que nos sigue a cada uno, pero al girarse no está.
Y allí el trozo de vieja moneda,
el círculo de bronce con el delfín
había caído al suelo
cuando estábamos cerca de la salida,
y por no perderla la hemos dejado.
Allí, exactamente he creído
en una lengua para todos
idéntica al aire a los espejos,
del inventor del laberinto a nuestras manos sudadas
que protegían la frente:
error o desvío,
pero era solidez
batir la frente de vez en cuando
antes de llegar.
Y en la salida del parque el experto de los crepes,
la brecha en círculo como la plataforma oscura
donde lanzas y capturas
y pierdes, y después las zapatillas de gimnasia
sobre la brecha y el mes cierto
noviembre —siempre un rito
mientras el tiempo ahora es filiforme
y los sentimientos veraces que todos pueden entender
y ver en la sola infinita
red —o, a veces, en equilibrio,
alguno que devuelve la moneda.
So che αρμονία significa anche collegamento,
connessione, unione. «Finchè restano uniti i
tronchi della zattera, / starò qui, resisterò…»
(Odissea, V, 361-362)
Le noci aperte sul tavolo
sono ancora suono
– il movimento brillante degli occhi
dalla porta al tavolo:
il lavoro, il peso che non esiste,
le ansie leggere per le persone –
come se la bellezza non avesse un’origine.
Queste noci hanno fatto rumore,
mi tolgono i pensieri
(nascono e sono già di tutti,
tutti i pensieri…),
mi richiamano al corpo,
a quello che dico sapore
(le idee sono sempre senza corpo,
sono parte di tutti?),
mi trattengono a contare i resti,
a radunarli sul tavolo (e i miei
pensieri chi hanno reso felice?).
I gusci spaccati appartengono a queste mani,
nell’incavo, nelle linee dei palmi,
punte di semi – nasce una vita
all’istante dentro queste mani.
Non avere pensieri.
Appena sopra le notizie io so nomi e persone
come era il labirinto dei vetri, al parco, degli specchi
finché sbattendo trovavi l’uscita.
Perché non ho l’uscita adesso –
si chiama rete,
taglia un quadrato esatto
e un luogo che è ovunque.
O sono il bianco in fondo
al corridoio degli specchi,
inciso di diagonali e metallico
a terra, stretto intorno al corpo
con i neon che facevano indistinti
la pelle e l’aria come un’ombra trasparente
che segue ognuno, ma a voltarsi non c’è.
E lì il pezzo di vecchia moneta,
il cerchio di bronzo con il delfino
era caduto a terra
quando siamo stati vicini all’uscita,
e per non perderla l’abbiamo lasciato.
Lì, esattamente ho creduto
a una lingua per tutti
identica dall’aria agli specchi,
dall’inventore del labirinto alle nostre mani sudate
che proteggevano la fronte:
errore o deviazione,
ma era solidità
sbattere la fronte a volte
prima di arrivare.
E all’uscita del parco il maestro delle crepes,
la breccia in cerchio come la piattaforma scura
dove tiri e peschi
e perdi, e poi le scarpe da ginnastica
sulla breccia e il mese certo
novembre – sempre un rito
mentre il tempo adesso è filiforme
e i sentimenti certi che tutti possono capire
e vedere nella sola infinita
rete – o, a volte, in equilibrio,
qualcuno che riporta la moneta.
MARIA BORIO (1985, Perugia, Italia)
Traducción: Pablo López Carballo
Fuente: FIPR
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